¿Es Terrence Malick el director de la mejor película de todos los tiempos?

Es uno de los más legendarios directores de cine americano. Poco y nada se sabe de su vida personal y no da entrevistas. En 40 años ha filmado apenas cinco películas. La última de ellas, “El árbol de la vida”, está nominada a los Oscar por mejor película y dirección. Hay quien ya asegura que es el mejor filme que se ha hecho jamás. En Estados Unidos los cines advertían a los espectadores que era una película “rara” y que, si se retiraban de la sala antes de que terminara, les devolverían el valor de la entrada. Historia de un genio hermético.

AP

Si existiera el Oscar a la película “más bella” del año, seguramente ese imposible premio se lo llevaría Terrence Malick por su última producción: “El árbol de la vida”. Porque si hay algo que este extraño director sabe es conjugar los verbos que determinan el equilibrio estético en la pantalla.

Antes que un filme, “El árbol de la vida” es una obra pictórica mayor. Un cuadro que de no ser por sus características técnicas podría estar colgado en el MOMA o en cualquier museo semejante. Más de uno ya ha levantado la bandera que la proclama como la “Mejor película de todos los tiempos”. Y la idea no suena descabella. Da para pensarlo. ¿Es verdad? ¿Es posible que Terrence Malick, ese tipo capaz de pasarse 20 años sin asomar las narices en la industria del cine para luego deslumbrarnos a todos con un filme de guerra que no parece de guerra sino el graffiti de un dios acerca de cómo nos eliminamos los hombres unos a otros, como “La delgada línea roja”, haya filmado el más perfecto de los productos que hasta hoy fue capaz de parir el séptimo arte? ¿Estamos en presencia de lo más excelso que dio el cine de hoy y de siempre?

Podría ser. Y este podría es el que “podría” desatar toda una polémica si en la próxima entrega Malick, de 68 años, se lleva el Oscar por la mejor dirección categoría a la que está postulado.

No es la primera vez que el director norteamericano es el centro de una controversia estética. Desde su fantástica aparición con “Malas tierras”, Malick no dejó de sorprender al público, no siempre masivo, que se atrevió a incursionar en su universo cinematográfico.

A su obra definitiva y original, Malick le suma una personalidad inapropiada y contracultural a los ojos de la industria que a pesar de esto tiene por costumbre arroparlo como el excéntrico y descomunal “Yo” que es y que se oculta detrás de las cámaras. Nunca nadie ha ganado dinero con sus películas; aun así, empresarios privados y grandes estudios continúan apoyando sus exploraciones hacia nuevos continentes creativos. En tanto que los mayores artistas de cada generación no dudan en someterse a sus caprichos y extrañas directivas (su próximo filme no tiene guión y los actores se enteran en el set sobre qué tema deben ir improvisando mientras él rueda) con tal de formar, aunque sea una vez, la troup de elegidos que un día contarán a sus nietos: “Sí, yo trabajé con Malick”. Nadie se queja. Incluso si termina ocurriendo como a Adrien Brody, quien fue convocado para protagonizar “La delgada línea roja” y acabó por descubrir –¡en la sala de cine!– que su personaje había desaparecido durante la posedición.

Bueno, nadie se queja excepto Christopher Plummer, quien actuó bajo sus órdenes en “Nuevo mundo” y aseguró que “no volverá” en lo que le quede de existencia a lidiar con Malick. Excepto Sean Penn que después de meses de permanecer concentrado y en estado de nirvana vio reducido su papel en “El árbol de la vida” ¡a 5 minutos! Eso sí, son cinco maravillosos, espléndidos y desgarradores minutos.

“No encontré en la pantalla la misma emoción que tenía el guión, que es el mejor y más magnífico que jamás he leído. Una narrativa convencional y más clara hubiera ayudado al filme sin, en mi opinión, afectar a la belleza de la película o a su impacto. Francamente, aún estoy tratando de averiguar qué hago allí y qué se supone que añadía mi personaje en ese contexto. Es más, el mismo Terry nunca pudo explicármelo claramente”, comentaba Penn a “Le Figaro”.

Terrence Malick nació en Waco, Texas, un 30 de noviembre de 1943. Durante la secundaria resultó un chico brillante y además de sobresalir en los estudios se reveló como un buen deportista.

Hasta donde se sabe, su vida ha sido una fuente de ricas experiencias. En un mismo recipiente convergen el placer, la curiosidad y el dolor. Larry, uno de sus hermanos, fue un notable guitarrista que estudió con Andrés Segovia y que se suicidó acosado por sus propios demonios que le exigían una morbosa perfección. El otro murió siendo joven en una accidente de tránsito.

Estudió Filosofía en la Universidad de Harvard, de la cual se marchó graduado summa cum laude, e hizo un posgrado en Oxford, en el Magdalene College, donde preparó mas no terminó una tesis sobre Heidegger. En lugar de ponerle punto final a este estudio consagratorio en lo académico, Malick se marchó a Londres no sin antes reprocharle a su profesor guía algo así como: “Sos un ignorante”.

Volvió a Estados Unidos donde ejerció como profesor de Filosofía en el prestigioso MIT. Pero también se marchó de allí porque no se consideraba a sí mismo un buen profesor. “No sabía qué hacer de mi vida”, dijo en una de las escasas entrevistas que alguna vez concedió a un medio. Lo cierto es que mientras encontraba su verdadero camino se dedicó al periodismo y trabajó como free lance para medios como “Newsweek”, “The New Yorker” y “Life”. Incluso viajó a Bolivia con el propósito de escribir un reportaje acerca del Che Guevara, pero nunca llegó a tipear una sola línea al respecto, aunque sí publicó artículos dedicados a las muertes de JFK y Martin Luther King.

En 1969 Malick se inscribió en el AFI Conservatory, división del American Film Institute. “Entonces recibían a cualquiera”, dijo años atrás.

Comenzaba una extensa, poco poblada y genial carrera como director de cine.

En estos años dirigió el corto de 17 minutos llamado “Lanton Mills”, donde actuaban él mismo, Harry Dean Stanton y Warren Oates. Con el propósito de aprender un nuevo oficio y ganarse el dinero para el pan de cada día, en los 70 escribió un primer borrador de la célebre “Harry el sucio” y el guión de “Pocket Money”, entre otros filmes. No todos vieron la luz. “Harry” llegó al cine pero de lo imaginado por Malick quedó poco y nada. O nada.

En 1973 dio un salto mortal y cayó parado y sonriente. “Malas tierras” (“Badlands”, 1973) literalmente despeinó a la crítica de entonces. Protagonizado por Martin Sheen y Sissy Spacek, el filme es una road movie en donde la decadencia americana y el fatalismo de una pasión enfermiza son revelados con trazos maestros. La película se estrenó en el New York Film Festival y obtuvo una inesperada reacción de público, tomando en cuenta el estilo y el contenido filosófico del filme. No fue un éxito pero tampoco una derrota. La crítica la acompañó y con estos pergaminos Malick encontró soporte para su siguiente filme, “Días del cielo” (1978), protagonizada por Richard Gere y Sam Shepard. Con ella Malick obtuvo el premio al mejor director en el Festival de Cannes, por encima del mismísimo Francis Ford Coppola que se llevó el galardón mayor por “Apocalipsis Now”. “Días del cielo” tuvo cuatro nominaciones a los Oscar, pero sólo ganó una estatuilla otorgada a la mejor fotografía para Néstor Almendros.

Después de este período de cierta exposición para alguien que no se expone en lo absoluto, tampoco participa de las sesiones de prensa ni de las promociones de sus obras, que no da entrevistas y mantiene en total hermetismo las alternativas de su vida privada, el director se borró del mapa. Desapareció del negocio por sus buenos 20 años. No sin antes rechazar la dirección del “Hombre elefante” que llevó al cine su amigo David Lynch.

Durante dos décadas se dice, como si ya se tratara de una leyenda (o quizás lo sea), que vivió en París enseñando Literatura inglesa y que se casó y divorció al menos en tres ocasiones. Su pelo se volvió blanco y su calvicie se hizo irreprochable. La siguiente ocasión en que Malick ocupó la silla sagrada del director fue a fines de los 90 para emprender una idea colosal: “La delgada línea roja”, una película de guerra en la que la acción bélica es superada por la precisión, el coraje y la intensidad de unas imágenes que remiten al paraíso perdido.

El filme estuvo nominado a siete premios Oscar pero no se llevó ninguno. Y quienes sí se llevaron una noticia incómoda fueron las muchas estrellas que no aparecieron en la edición final para el cine. Si bien Sean Penn y James Caviezel brillaron en sus papeles, gente como Mickey Rourke, Martin Sheen, Lukas Haas, Jason Patric, Bill Pullman, Gary Oldman, Viggo Mortensen y la voz en off de narrador de Billy Bob Thornton debieron esperar para verse hasta que hace poquito Malick estrenó una versión definitiva del filme de seis horas de duración y que se distribuyó en Estados Unidos.

Hablando de la voz en off, Malick la ama y la necesita. “Las grandes compañías distribuidoras suelen temer los comentarios en off: lo encuentran poco cinematográfico”, ha señalado.

Por “La delgada línea roja” Malick obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín.

Su siguiente filme, “El nuevo mundo” (que costó 30 millones de dólares y recaudó 30,5), llegó a la pantalla en el 2005. Protagonizada por Colin Farrell y la debutante Q’orianka Kilcher, Malick se metió de lleno en la sabida y repasada (hasta Disney hizo su versión) historia de amor y conquista entre Pocahontas y John Smith en la Virginia del 1600. Pero Malick nos tenía reservada su particular y magnifica interpretación de la leyenda. La obra está atravesada por el vínculo que alimentaban los pueblos originarios de América con la naturaleza, constituyéndose en un manifiesto ecologista y alternativo.

El afamado crítico de cine David Thomson tuvo el raro privilegio de encontrarse con Malick, durante una cena, gracias a unos amigos en común. Esto es lo que recuerda: “Resultó que de huraño no tenía nada. Me pareció simpático, tan inteligente como podía esperarse, culto y con una vida llena de grandes experiencias, pero poco dispuesto a discutir sus películas. En comparación con el egocentrismo de algunos otros directores, su actitud resultaba no sólo refrescante sino entrañable”.

A la entrada de los cines norteamericanos en los que se estrenó su última película se le advertía al público que “El árbol de la vida” (2011) era una película “extraña” y que de retirarse de la sala antes de que terminara se les devolvería el valor de la entrada.

Protagonizada por Brad Pitt, Sean Penn y Jessica Chastain, “El árbol de la vida” (que costó 32 millones de dólares y aún no recuperó la inversión) es una obra maestra y una inmensa reflexión acerca del sentido de la vida. El filme, que relata las alternativas de una familia de clase media norteamericana de los 50, incluye además de momentos íntimos entre padres e hijos, escenas donde se puede observar la conducta de los dinosaurios y el movimiento de las galaxias.

Es como si Malick hubiera cometido el brutal atrevimiento de sintetizarlo todo en un par de horas de cine.

El filme se llevó la Palma de Oro en Cannes 2011, el Gran Premio de la Fipresci 2011 y está nominado a los Oscar en las categorías de mejor película y director.

Por estas horas, se asegura en Hollywood que Malick ya tiene terminado un nuevo filme, “The Burial”, que se estrenará este año y cuenta con la actuación de Christian Bale, Rachel McAdams y Javier Bardem. En internet se han filtrado varias imágenes donde se los observa a Malick y Bale trabajando en un set. Además se espera que Malick estrene en el 2013 “Voyage of Time”, un documental acerca del origen del universo y que será relatado por Brad Pitt.

Sólo Dios, perdón, Malick dirá si al final los actores y sus voces quedarán en su película o se perderán en un espacio virtual hasta que salga una edición especial en DVD.

“El árbol de la vida”, el filme protagonizado por Brad Pitt por el que Malick esta nominado a los Oscar a mejor película y mejor director.

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar


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