Escraches para todos
Desde que el ciclo kirchnerista se inició en mayo del 2003, la violencia verbal y, a veces, física que es tan típica del llamado “estilo K” ha sido mayormente oficialista. Acaso por entender que les sería contraproducente adoptarla, los adversarios del gobierno decidieron que no les convendría devolver los golpes retóricos que todos los días les asestaban los partidarios del “proyecto” de los santacruceños, actitud que, si bien encomiable, no los ayudó a brindar una impresión de fortaleza. De todos modos, cuando dirigentes opositores lamentaban “el clima de crispación” que según ellos se había difundido por el país, aludían casi exclusivamente a los ataques furibundos de Néstor Kirchner primero y, más tarde, de Cristina Fernández de Kirchner y sus simpatizantes contra todos aquellos que se animaban a criticarlos. Incluso los centenares de miles de personas que participaron de los cacerolazos multitudinarios del año pasado sorprendieron a todos por su forma cortés de manifestar su repudio a la gestión del gobierno. Pero puede que se haya debilitado el consenso a favor de la no agresión. Últimamente se han producido episodios que deberían motivar preocupación tanto en las filas oficialistas como en las opositoras. Ya es rutinario que el vicepresidente Amado Boudou, el “emblemático” principal del elenco gubernamental, sea abucheado en sus apariciones públicas. Asimismo, al viceministro de Economía, Axel Kicillof, le tocó una experiencia similar cuando regresaba al país desde Colonia en un barco de la línea Buquebus. Aunque, a diferencia de Boudou, Kicillof no se ve acusado de enriquecerse ilícitamente, otros pasajeros lo trataron de “chorro” y “ladrón”, obligándolo a seguir viaje en la cabina del capitán del aliscafo. En otras circunstancias, los escraches –“armado” según voceros oficiales en el caso de Boudou pero claramente espontáneo en el de Kicillof– carecerían de importancia, pero puesto que todo hace prever que la economía, azotada como está por la inflación, seguirá deteriorándose y que las medidas oficiales, como la supuesta por el “cepo cambiario”, que se tomen a fin de frenar la huida de divisas continuarán molestando sumamente a amplios sectores de la clase media, no sorprendería en absoluto que en adelante se hicieran cada vez más frecuentes, lo mismo que los insultos, a menudo groseros, dirigidos contra la presidenta y sus colaboradores más notorios. Siempre y cuando la mayoría tenga la impresión de que la economía está funcionando bien, se resistirá a tomar en serio las versiones en torno a la conducta corrupta de los gobernantes por temor a que la inestabilidad política tenga un impacto negativo que los afecte personalmente, pero al cobrar fuerza la inflación, caer en recesión la industria e intensificarse la puja salarial, muchos han adoptado una postura más moralista; en nuestro país, la consigna cínica “roban pero hacen” dista de ser un chiste. A través de las décadas, las fases finales de las sucesivas gestiones se han visto caracterizadas por la presunta toma de conciencia de buena parte de la ciudadanía de los perjuicios imputados a la corrupción. Sucedió cuando los militares se preparaban para volver a sus cuarteles, cuando los radicales estaban por abandonar el poder y también, claro está, cuando agonizaba el menemismo. Merced a un período prolongado de crecimiento macroeconómico, hasta hace poco parecía que el gobierno de Cristina no tendría que pagar costo político alguno por su reputación en dicho ámbito pero, mal que le pese, la combinación de corrupción e ineptitud está socavando su autoridad con rapidez desconcertante. La voluntad generalizada de soportar pasivamente la agresividad verbal kirchnerista, como si sólo fuera cuestión de un “estilo” particular urticante que se limitaba a una facción determinada, ha contribuido a impedir que el país degenerara en un campo de batalla, pero hay motivos para sospechar que la tregua tácita así posibilitada está por terminar. Por cierto, si el oficialismo elige movilizar a las organizaciones de piqueteros, barrabravas, la gente de La Cámpora y otras igualmente combativas que ha creado con el propósito de asegurarse el control de la calle, para que contesten a quienes lo repudian, se aumentaría mucho el peligro de conflictos sociales parecidos a los que estallaron en el 2001 y el 2002.
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