Estamos atrapados en la Matrix


Las redes sociales aprendieron a dominar a las personas para que les den más y más de su tiempo y luego su vida completa.


Una de las cosas que más llama la atención cuando vemos series nórdicas (por ejemplo, Sorjonen o Trapped) es la conducta de los adolescentes. A la habitual rebeldía contra los padres, los adolescentes de serie nórdica agregan una oscilación que pasa del entusiasmo excesivo a una profunda depresión. Pero eso que nos llama la atención a los más viejos es uno de los rasgos culturales más específicos de nuestra época: la bipolaridad existencial que nos lleva de la violencia a la abulia. Así reaccionamos en las redes sociales y así vivimos en el mundo de los átomos. Sin darnos cuenta. ¿Por qué vivimos así ahora? La respuesta a este drama de nuestra época se puede ver en el inquietante documental “El enigma de las redes sociales”, que acaba de subir Netflix.

Ayer se cumplieron 19 años de la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York. Para los que lo vimos en tiempo real es un acontecimiento que parece cercano, pero ya hay una generación que nació luego de ese acontecimiento, muchos de los cuales ni saben qué fueron las Torres Gemelas y, a la vez, viven en una realidad que sus padres apenas si conocen de oídas: las redes sociales que usan los adolescentes y niños (de las cuales la más popular es Tik Tok, pero no es la única). Esa generación pos Torres Gemelas vive la mayor parte de su vida en el mundo virtual y las mayores alegrías y dolores provienen de lo que sucede allí. Si los amigos virtuales no les ponen “me gusta” se deprimen, se sienten rechazados, feos, fracasados, y se unen para hacer bullying (es una forma malsana, pero efectiva, de tratar de no ser ellos objeto de las agresiones).

Los dramas adolescentes e infantiles están registrados desde que tenemos memoria escrita, pero lo que nunca antes había sucedido (y esto no les pasa solo a los adolescentes) es que lo esencial de la vida ahora está en la interacción con una pantalla. Y esa interacción no es libre ni consciente. Del otro lado de la pantalla nos están manipulando y lo están haciendo de manera muy eficaz, capaz de lograr que hagamos lo que ellos quieran sin que nos demos cuenta.

El documental “El enigma de las redes sociales” no es apocalíptico. Es sutil a pesar de su denuncia clara de la manipulación sistemática que sufrimos en las redes sociales. La gente que fue entrevistada se encuentra entre lo más selecto de los desarrolladores del mundo virtual (exfundadores de redes sociales, CEO de las grandes empresas tecnológicas, investigadores de primer nivel en ese ámbito, etc.). Es gente que conoce bien de lo que habla y todos dicen algo parecido: no hay ningún propósito malvado, solo se trata de ganar dinero. Pero se gana dinero solo si logran que hagamos lo que ellos quieren. Y logran que lo hagamos sin que nos demos cuenta. Creyendo que aún somos dueños de nuestras vidas.

Las redes sociales nacieron con fines positivos: conectar gente. Y lograron cosas hermosas, como reunir familiares que estaban distanciados o conseguir donantes de órganos para gente que está al borde de la muerte. Pero evolucionaron: aprendieron a dominar a las personas para que les den más y más de su tiempo y luego su vida completa. Eso tiene consecuencias negativas en lo individual (el aumento de los suicidios y de la depresión es sideral) y en lo social: la violencia tribal con la que la mayoría responde a la realidad es solo uno de los aspectos más visibles.

No es casualidad que hoy la democracia esté en riesgo: ya nadie acepta a los de los demás partidos políticos. Cada vez más gente cree que los que piensan distinto a ellos (sea lo que fuere que piensen) no solo están equivocados, sino que son enemigos que deberían ser destruidos. Pasa en Túnez, en Australia, en Brasil, en España y en la Argentina. Ya no se cree que los otros partidos o creencias aporten a la vida en común: son un peligro. Esto produce una fuerte tendencia al tribalismo (mi tribu merece vivir, las otras no) y a la disgregación social. De ahí a una guerra de bandas (que puede llegar a guerra civil) hay pocos pasos. Se está viendo en EE. UU.

“No es que el producto somos nosotros y nos venden a los anunciantes, como se solía decir, sino que ahora el producto es el cambio gradual e imperceptible que va sufriendo tu conducta y tu forma de ver el mundo, cambio logrado por la red social para usarte según le convenga”, dice Jaron Lanier (uno de los mayores expertos en realidad virtual).

No solo saben todo de nosotros (desde dónde posamos los ojos en la pantalla y cuánto tiempo hasta si esa imagen nos emociona o nos desagrada), sino que además logran que hagamos lo que quieren. Y ese sometimiento total -del que no nos damos cuenta- lo pagamos con malestar, que puede llegar a la peor depresión o a una gran violencia.

No podemos desenchufarnos de la Matrix. Pero sería un buen comienzo comprender que ya no es una metáfora futurista. Estamos completamente adentro de ella.


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