Estrategias para enfrentar el terror

Santiago Garaño investigó cómo fue la represión en el Nacional Buenos Aires, en las cárceles de máxima seguridad y en los cuarteles: “Ante las experiencias de violencia estatal, se producen fuertes lazos de compañerismo entre las personas; aún frente a las situaciones más extremas, existen formas creativas de resistencia, que permiten atravesar experiencias de terror y de muerte de manera digna y solidaria”, dice en esta entrevista con Periodismo Social.

Antropólogo, doctor en Filosofía y Letras, plasmó los años dictatoriales en al Nacional Buenos Aires en el libro ‘La otra juvenilia’, que escribió junto a Werner Pertot. Ambos, también publicaron ‘Detenidos-aparecidos’, donde cuentan la experiencia de prisión política desde la masacre de Trelew a la última dictadura.

Ahora, Garaño está trabajando para visibilizar la realidad de quienes hicieron el servicio militar durante la dictadura: “Hay cientos de soldados desaparecidos” afirma, y adelanta avances de la investigación.

También, opina sobre el rol de los medios de comunicación: “los principales medios colaboraron con la dictadura para ir creando ese clima del terror, pero aún frente al terror, hubo quienes se animaron a denunciar el terrorismo de estado y visibilizar al movimiento de derechos humanos…”

-¿Por qué elegiste investigar distintos colectivos en el contexto de la última dictadura?

– En realidad, empecé a investigar sobre memorias de la última dictadura como una forma de militancia dentro de la comisión de Derechos Humanos del Centro de Estudiantes del Nacional Buenos Aires, hace ya más de 12 años. Y, como resultado de ese trabajo, en 2002 publicamos con Werner Pertot, ‘La otra juvenilia’, sobre la militancia y la represión en ese colegio.

Luego, cuando inicié la carrera de antropología, traté de aprender a sumarle a la reconstrucción de ese pasado una cuota de análisis socio-antropológico. En este rito de paso conté con una gran ayuda: el armazón conceptual elaborado por el equipo de antropología Política y Jurídica, dirigido por Sofía Tiscornia, que tiene mucha experiencia en el estudio de burocracias estatales desde una perspectiva antropológica. Y la verdad es que un tema me fue llevando al otro. Cuando presentamos ‘La otra juvenilia’ en San Juan, un grupo de ex presos políticos nos contó su experiencia carcelaria, marcada por una fuerte represión puertas adentro de los penales y novedosas prácticas de resistencia desplegadas por distintos grupos de prisioneros. Ahí pensamos con Werner Pertot que teníamos que hacer alguna investigación sobre las memorias de la prisión política, ya que era un tema del cual no se habían escrito trabajos de investigación, eran memorias privadas que circulaban oralmente entre ex presos y presas políticas que se seguían encontrando periódicamente. Con esa investigación publicamos en 2007 ‘Detenidos-aparecidos’, que cuenta la experiencia de prisión política desde la masacre de Trelew a la última dictadura. A su vez, con parte de esos materiales hice mi tesis de licenciatura. A lo largo de esa investigación, conocí el relato de numerosos presos que habían sido además conscriptos entre 1973 y 1977… Y ahí volví a preguntarme, por qué esas memorias han estado a la sombra de la memoria pública, oficial y nacional del terrorismo de estado, siendo que habían sido testigos directos de la represión política. Con ese tema, inicié mi investigación para hacer el doctorado.

-¿Cuáles son las principales conclusiones a las que arribaste en relación a las presos y presas políticas?

-Trabajé con ex presas y presos políticos de las distintas cárceles argentinas, y en todas se puede observar cómo las autoridades militares delinearon un tratamiento carcelario que buscaba aniquilar a los presos gracias a un régimen carcelario muy severo donde estaba casi todo prohibido, pero también gracias al asesinato selectivo de algunos presos en fraguados intentos de fuga, o presos que eran desaparecidos una vez que les otorgaban la libertad.

Frente a ese régimen, distintos grupos de ex presos y presas políticas organizaron tácticas de resistencia muy originales que les permitieron sobrevivir con dignidad a una experiencia violenta y aterrorizante.

La conclusión a la que llegué es que, dentro de los más de 12 mil detenidos políticos que hubo en las distintas cárceles de máxima seguridad a lo largo de todo el país, un grupo –quienes fueron clasificados por las autoridades carcelarias como “irrecuperables”- son los portavoces de toda la experiencia carcelaria. Otros grupos de prisioneros, clasificados como “recuperables”, y acusados por el resto de los detenidos de haberse “quebrado”, todavía no han hecho pública sus memorias de la cárcel.

-¿Qué vas encontrando en tu investigación sobre el servicio militar durante la dictadura?

– Es una investigación en curso, pero encuentro una constante en mis entrevistados: todos de alguna manera u otra fueron visto por las autoridades militares como “sospechosos” de colaborar o pertenecer a la guerrilla. Esto quiere decir que los soldados –al no ser ni civiles ni militares- representaban un riesgo o un peligro para los oficiales y suboficiales que dividían al mundo en “héroes” (quienes habían dado su vida defendiendo los cuarteles de ataques de la guerrilla), y “traidores” (quienes habían colaborado con los grupos armados en este tipo de operaciones).

Esa lógica de la sospecha llevó a que haya cientos de soldados desaparecidos durante la última dictadura.

Por otro lado, el Ejército movilizó miles y miles de soldados para combatir a la guerrilla rural en Tucumán, bajo un mandato del sacrificio de la propia vida. En este sentido, los oficiales y suboficiales intentaron que los soldados sean los representantes de todo un pueblo en armas en la autodenominada “lucha contra la subversión”… Muchos de esos soldados creen que participaron de una guerra, y ahora piden una reparación económica que los iguale con los veteranos de Malvinas. Supongo que en este tipo de memorias sigue operando los discursos permanentes de los militares contra la guerrilla, donde iban construyendo la idea de un enemigo que estaba dispuesto a todo para destruir a la patria.

-¿Cómo fue el proceso que dio lugar a ‘La otra juvenilia’?

– Con Werner Pertot y otros compañeros de la comisión de Derechos Humanos hicimos más de 50 entrevistas a ex alumnos, docentes y no docentes del Nacional Buenos Aires, y realizamos un vasto trabajo de investigación en los archivos del colegio.

A partir de que las autoridades consideraban que el Nacional había sido la “cuna de la subversión” –porque numerosos dirigentes de los grupos armados habían sido alumnos-, aplicaron una política de disciplinamiento que buscó destruir todo vestigio de centro de estudiantes, de política y hasta de disidencia. Intentaron imponer una política de silencio, controlar todos los movimientos al interior del colegio, prohibir todo espacio de solidaridad y encuentro entre los alumnos, y hasta echaron a muchos profesores muy progresistas para reemplazarlos con esposas o amigos de militares. Los celadores eran egresados de liceos militares, y una serie de rutinas marciales buscaron multiplicar el terror. Entre alumnos y ex alumnos, 105 fueron víctimas del terrorismo de estado. Sin embargo, en 1978, un grupo de alumnos organizó de manera clandestina la revista Aristócratas del Saber que fue el germen de Centro de Estudiantes que se creó luego de la guerra de Malvinas.

Frente al silencio, el miedo, y los grises y azules de los uniformes, crearon un espacio de solidaridad, resistencia y creatividad que –desde el humor- pudo oponerse a ese régimen del terror.

-A partir de tus indagaciones ¿Qué opinás sobre el rol de medios y periodistas durante la dictadura?

– Creo que los principales medios colaboraron con la dictadura para ir creando ese clima del terror que avaló que grandes sectores sociales apoyaran el golpe de estado, presentado como la única solución para “poner orden”. También reprodujeron gran parte de las mentiras que buscaban ocultar las formas de represión política clandestina, secreta e ilegal. Por ejemplo, denunciaban la deserción de soldados, que en realidad habían sido secuestrados, y hoy sabemos que son desaparecidos.

En el caso del Nacional, por ejemplo, la revista Para ti publicó una nota en la cual hablaba de la “subversión en los colegios secundarios”, ilustrada con una foto de la puerta del colegio; de esta manera se colaboraba para crear el mito del colegio “cuna de la subversión”.

En el caso de los presos políticos, distintos medios copiaron sistemáticamente las versiones de las autoridades militares acerca de cómo los presos habían muerto en “enfrentamientos” y se habían aplicado “leyes de fuga”, cuando en realidad habían sido asesinados en centros clandestinos de detención o fusilados en la vía pública. Incluso se llegaron a publicar una serie de notas donde se mostraba un grupo de presos que se habían “arrepentido” de pertenecer a la guerrilla, mientras eran duramente presionados ofreciéndoles poder ver y tocar a sus hijos a cambio de firmar esa “acta de arrepentimiento”. Sólo el Buenos Aires Herald publicó sistemáticamente denuncias acerca de la existencia de desaparecidos, entre ellos muchos ex alumnos del Nacional, presos políticos y conscriptos desaparecidos. Es decir, aún frente al terror, hubo quienes se animaron a denunciar el terrorismo de estado y visibilizar al movimiento de derechos humanos.

Fuente: Periodismo Social


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