Europa en apuros

Tanto en nuestro país como en muchos otros, abundan los dirigentes políticos que hablan como si estuvieran convencidos de que los “ajustes” no sirven para nada, que siempre son contraproducentes y que sólo a un neoliberal cavernario se le ocurriría negar esta verdad evidente. Puede entenderse, pues, el desconcierto que sienten los portugueses al verse presionados para que lleven a cabo un ajuste severísimo no por el Fondo Monetario Internacional, una institución cuyos deberes incluye desempeñar el papel del malo de la película, brindando a los políticos pretextos para tomar medidas que podrían costarles muchos votos, sino por sus socios de la Unión Europea, encabezados por el gobierno alemán. A cambio del rescate financiero de más de 100.000 millones de dólares que los portugueses se han sentido obligados a pedir, el gobierno que surja de las elecciones anticipadas previstas para el 5 de junio tendrá que reducir los salarios de los empleados públicos, eliminar muchas fuentes de trabajo y suspender programas sociales considerados imprescindibles. Aunque hace poco los legisladores portugueses, cuyas actitudes frente a los problemas económicos se asemejan mucho a las de sus homólogos argentinos, votaron en contra de más sacrificios, lo único que lograron hacer fue asustar tanto a “los mercados” que el gobierno del primer ministro saliente, José Sócrates, tuvo que comprometerse con un programa de ajuste aún más draconiano que el que fue repudiado por el Congreso. Portugal es el tercer país de la UE que se ha visto constreñido a suplicar un rescate ya que, como en los casos de Grecia e Irlanda, no puede conseguir los préstamos que necesita de los mercados financieros. Por tratarse de Estados pequeños, los socios mayores de la Eurozona, Alemania y Francia, además del Reino Unido que también se verá obligado a contribuir, todavía están en condiciones de ayudarlos, pero si resulta que España o Italia también necesitan ser rescatados, la crisis que está experimentando el viejo continente entraría en una fase alarmante. En los países aún solventes, la mayoría es contraria a enviar dinero a quienes están al borde de la bancarrota por creer que todos sus problemas se deben al despilfarro de gobiernos irresponsables, de suerte que a mandatarios como Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y David Cameron no les sería nada fácil aprobar paquetes de ayuda mayores que los ya acordados. Aunque los líderes de todos los integrantes de la UE, además de los voceros del Banco Central Europeo y del FMI, se afirman optimistas en cuanto al futuro del bloque, economistas independientes advierten que los próximos años serán muy difíciles para todos. No sólo es cuestión de la situación en la que se encuentran algunos países periféricos de dimensiones reducidas. También corren peligro los bancos más importantes de Alemania y Francia que han acumulado una cantidad fenomenal de bonos tanto griegos, portugueses e irlandeses como españoles, italianos y belgas. De resultar intolerables los ajustes que están en marcha en los países que han pedido ser rescatados, los gobiernos podrían decidir que les convendría más salir de la Eurozona, lo que expondrían los grandes bancos a pérdidas aún mayores que las causadas por la debacle financiera del 2008, pero si se resignan a continuar ajustando por suponer que dicha alternativa sería todavía peor, tendrían que enfrentar años de austeridad signados por el estancamiento y el creciente malestar social. Desgraciadamente para los países periféricos de la Eurozona, la situación en que se encuentran se parece mucho a la de la Argentina en vísperas del colapso de la convertibilidad, con la diferencia de que la voluntad política de aferrarse al statu quo es mayor y los dirigentes no pueden achacar tan fácilmente la culpa por sus penurias a una institución como el FMI, supuestamente indiferente a los costos humanos de los esfuerzos por reducir el gasto público. Si bien algunos dirigentes griegos han acusado a los alemanes de querer depauperar a su país por motivos que podrían calificarse de imperialistas, hasta ahora no los han imitado muchos irlandeses y portugueses. Sin embargo, de prolongarse demasiado el período de austeridad que ya ha comenzado, la tentación de asumir posturas nacionalistas podría resultar irresistible.


Tanto en nuestro país como en muchos otros, abundan los dirigentes políticos que hablan como si estuvieran convencidos de que los “ajustes” no sirven para nada, que siempre son contraproducentes y que sólo a un neoliberal cavernario se le ocurriría negar esta verdad evidente. Puede entenderse, pues, el desconcierto que sienten los portugueses al verse presionados para que lleven a cabo un ajuste severísimo no por el Fondo Monetario Internacional, una institución cuyos deberes incluye desempeñar el papel del malo de la película, brindando a los políticos pretextos para tomar medidas que podrían costarles muchos votos, sino por sus socios de la Unión Europea, encabezados por el gobierno alemán. A cambio del rescate financiero de más de 100.000 millones de dólares que los portugueses se han sentido obligados a pedir, el gobierno que surja de las elecciones anticipadas previstas para el 5 de junio tendrá que reducir los salarios de los empleados públicos, eliminar muchas fuentes de trabajo y suspender programas sociales considerados imprescindibles. Aunque hace poco los legisladores portugueses, cuyas actitudes frente a los problemas económicos se asemejan mucho a las de sus homólogos argentinos, votaron en contra de más sacrificios, lo único que lograron hacer fue asustar tanto a “los mercados” que el gobierno del primer ministro saliente, José Sócrates, tuvo que comprometerse con un programa de ajuste aún más draconiano que el que fue repudiado por el Congreso. Portugal es el tercer país de la UE que se ha visto constreñido a suplicar un rescate ya que, como en los casos de Grecia e Irlanda, no puede conseguir los préstamos que necesita de los mercados financieros. Por tratarse de Estados pequeños, los socios mayores de la Eurozona, Alemania y Francia, además del Reino Unido que también se verá obligado a contribuir, todavía están en condiciones de ayudarlos, pero si resulta que España o Italia también necesitan ser rescatados, la crisis que está experimentando el viejo continente entraría en una fase alarmante. En los países aún solventes, la mayoría es contraria a enviar dinero a quienes están al borde de la bancarrota por creer que todos sus problemas se deben al despilfarro de gobiernos irresponsables, de suerte que a mandatarios como Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y David Cameron no les sería nada fácil aprobar paquetes de ayuda mayores que los ya acordados. Aunque los líderes de todos los integrantes de la UE, además de los voceros del Banco Central Europeo y del FMI, se afirman optimistas en cuanto al futuro del bloque, economistas independientes advierten que los próximos años serán muy difíciles para todos. No sólo es cuestión de la situación en la que se encuentran algunos países periféricos de dimensiones reducidas. También corren peligro los bancos más importantes de Alemania y Francia que han acumulado una cantidad fenomenal de bonos tanto griegos, portugueses e irlandeses como españoles, italianos y belgas. De resultar intolerables los ajustes que están en marcha en los países que han pedido ser rescatados, los gobiernos podrían decidir que les convendría más salir de la Eurozona, lo que expondrían los grandes bancos a pérdidas aún mayores que las causadas por la debacle financiera del 2008, pero si se resignan a continuar ajustando por suponer que dicha alternativa sería todavía peor, tendrían que enfrentar años de austeridad signados por el estancamiento y el creciente malestar social. Desgraciadamente para los países periféricos de la Eurozona, la situación en que se encuentran se parece mucho a la de la Argentina en vísperas del colapso de la convertibilidad, con la diferencia de que la voluntad política de aferrarse al statu quo es mayor y los dirigentes no pueden achacar tan fácilmente la culpa por sus penurias a una institución como el FMI, supuestamente indiferente a los costos humanos de los esfuerzos por reducir el gasto público. Si bien algunos dirigentes griegos han acusado a los alemanes de querer depauperar a su país por motivos que podrían calificarse de imperialistas, hasta ahora no los han imitado muchos irlandeses y portugueses. Sin embargo, de prolongarse demasiado el período de austeridad que ya ha comenzado, la tentación de asumir posturas nacionalistas podría resultar irresistible.

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