Geriátricos: ¿instituciones de cuidado o de castigo?

“(…) siempre es del cuerpo del que se trata -del cuerpo y de sus fuerzas, de su utilidad y de su docilidad, de su distribución y de su sumisión-”.


“(…) las relaciones de poder (…) lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten (…)” (Foucault. Vigilar y castigar. 1976.p32)
 Michel Foucault, en su obra “Vigilar y castigar” (1976) habla de instituciones disciplinarias. En ellas se homogeneizan las condiciones, las conductas. Son instituciones en las que la disciplina, la vigilancia, el orden se constituyen como mecanismos del poder. Los movimientos son monitoreados constantemente y el sujeto pasa a ser dependiente de la institución y carece de la libertad necesaria.

La situación de los adultos mayores en los geriátricos (y especialmente la de los adultos que padecen alguna clase de demencia) parece recordar (con las salvedades del caso) este tipo de instituciones, pero reviste características propias. 
En ellas, la situación de los derechos de los ancianos aparentan estar en la cuerda floja: si bien la vigencia de los derechos supuestamente existe, en la práctica el maltrato y los abusos no parecen  inusuales.


No decimos aquí que la totalidad de la responsabilidad de que se habiliten este tipo de situaciones deba recaer en los empleados del geriátrico. Somos conscientes de que muchas veces trabajan en malas condiciones, excesiva cantidad de horas y con bajos salarios.


También sabemos que, dado que los geriátricos son negocios, los empleados deben atender más cantidad de ancianos que la que es humanamente posible.  Los propios empleados están insertos dentro del circuito de los mecanismos del poder, tanto para ejercerlo como para padecerlo. 


Sin embargo, consideramos que, como en todos los ámbitos de la vida, es decisión de cada persona y de cada vínculo la forma en la que elige actuar ante estas situaciones.
Obviamente, no se puede extrapolar a la totalidad de los geriátricos ni a la totalidad del personal de esas instituciones esta lectura, pero no podemos desconocer el hecho de que este tipo de situaciones son una frecuente realidad.
Sería óptimo poder garantizar, tanto desde las instituciones de formación como desde el entrenamiento práctico, una mirada más humana con respecto al trato brindado a los adultos mayores.


 La dimensión “humana” es justamente la que nos interesa rescatar, porque se pierde muchas veces en la marea de una realidad abrumadora.
En este sentido no es extraño que los ancianos sientan que son una molestia para los demás, y esto no surge de la nada sino de la interacción con familiares y cuidadores que lo viven de esa manera.


Los derechos de los ancianos aparentan estar en la cuerda floja: si bien la vigencia de los derechos supuestamente existe, en la práctica el maltrato y los abusos no parecen inusuales.



Es importante que el Estado ejerza plenamente su capacidad de control, para evitar los posibles abusos dentro de los geriátricos. También se necesita de  la mirada atenta de los familiares, que puede servir como una alerta ante posibles irregularidades. 


Ambos aspectos, conjugados con una actitud presente y decidida por parte de los profesionales de la salud, pueden contribuir a evitar situaciones de maltrato verbal o físico o de atención inadecuada.  
La situación detallada adquiere características aún más intensas en el actual contexto de  covid,  en el que muchas veces se llega a la muerte sin siquiera poder dar lugar a la despedida entre el adulto mayor y su familia.
Cabe decir que esta situación imprime características penosas y desgastantes, tanto física como mentalmente, no sólo en los cuidadores y en los profesionales, sino también en los ancianos y en sus familiares. 


 La realidad del virus está imponiéndose con tanta fuerza que relega a un segundo plano la realidad del vínculo. 
En este contexto, los profesionales se ven expuestos a situaciones de riesgo y extremadamente demandantes, sin recibir una paga acorde a lo que está en juego.
Sin embargo, es importante recordar que cuando el profesional no está presente, los cuidados sobre ese adulto no son los mismos.


Sería también oportuno buscar la manera de crear una red de contención institucional, más allá del cuidador de turno, para asegurar que siempre esté en primer plano el mejor interés del adulto mayor, y no el cumplimiento automático e irreflexivo de actividades rutinarias, en las cuales el anciano pasa a ser “un objeto más” y su condición de persona pasa a segundo plano.

* Licenciada en Psicología UBA. Magister en Familia y Pareja  IUSAM – APDEBA.


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