HISTORIAS PATAGÓNICAS: De Onelli y Anchorena a Tabaré Vázquez y Bush

Ayer, en la residencia veraniega de los presidentes uruguayos, Vázquez y Bush almorzaron cerca de la tumba de Anchorena y del sitio donde Onelli excavó en busca de vestigios del fortín que erigió del veneciano Sebastián Gaboto.

Qué tienen que ver el encuentro de ayer entre Tabaré Vázquez y George Bush en la residencia veraniega presidencial uruguaya junto a la Barra de San Juan y las historias patagónicas? Ninguna, si no fuera porque esos mandatarios charlaron a metros del sepulcro de Aarón Anchorena, el acaudalado magnate que fue adjudicatario de la Isla Victoria del lago Nahuel Huapi, y porque además, el anfitrión y su visitante pasearon por el parque frondoso, múltiple en especies incluidos eucaliptos que personalmente Aarón trajo de Australia y no menos de 140 especies de flores. Allí, a unos 30 kilómetros al norte de Colonia, aún se avistan manadas de decenas de ciervos Axis originarios de la India, descendientes de los que Anchorena introdujo en la década de años '20 y en donde Clemente Onelli hurgó en búsqueda de vestigios del fortín que había erigido Sebastián Gaboto, destruido más tarde por los charrúas.

Requerido para ese cometido por Anchorena, que, como se sabe, ya en el verano de 1904 había desenterrado de la Isla Victoria esqueletos y objetos funerarios aborígenes, el experto Onelli abandonó por unos días el chalecito cercano a las jaulas de las fieras donde vivió durante dos décadas mientras fue director del zoológico porteño hasta su muerte, y se embarcó con Anchorena hasta la Barra de San Juan, portal de la estancia uruguaya, entonces de 11.000 hectáreas.

Mercedes Castellaños viuda de Nicolás de Anchorena, le regaló esa estancia a su hijo con la condición de dejar de volar en globo. Es que en la Navidad de 1907, precisamente con El Pampero que Aarón había traído de Francia ese mismo año, y acompañado en la barquilla de mimbre por Jorge Newbery, cumplió la proeza del primer cruce aéreo del río de la Plata descendiendo en la estancia de Tomás Bell, en Conchillas, del departamento uruguayo de Colonia (tan solo 10 meses después, en el mismo globo, su hermano Eduardo Newbery desapareció en la tarde del 17 de octubre de 1908 después de haber partido de la quinta Villa Ombúes de Ernesto Tornquist de la hoy porteña esquina de Olleros y Luis María Campos.

 

El sueño eterno

 

Cuando a los 88 años, el 24 de enero de 1965, Anchorena murió aún enamorado de la Isla Victoria, su testamento indicó el deseo de ser enterrado en la base de la torre de más de 70 metros de su estancia uruguaya, a un paso del pequeño museo de los vestigios encontrados del fortín fundado por Gaboto en el siglo XVI.

También legó 1.370 hectáreas al gobierno uruguayo, que involucraron todas las construcciones y el elegante y famoso chalet de estilo Tudor que ayer deslumbró a Bush y en donde el excéntrico anfitrión Anchorena recibía personalidades de los más diversos orígenes sociales e ideológicos. ¿Acaso no voló en globo con el primer diputado socialista Alfredo Palacios? Pero, ¿cómo nació la idea de destinar el legado para residencia veraniega de los presidentes uruguayos?

Anchorena recibía una visita recurrente: Baltasar Brum, el más progresista de los políticos del partido Colorado, que llegó a canciller y a presidente del Uruguay (1919-1923). Brum era un admirador de toda audacia, y Anchorena le brindaba relatos casi inverosímiles de la lejana Patagonia, su travesía y el primer deslumbramiento cuando entró en la ensenada de la Isla Victoria, donde su puerto lo evoca hasta la actualidad.

Corría la última mitad de la década del '20 y en la Casa Rosada gobernaba Marcelo Torcuato de Alvear, amigo de Anchorena y su vencido en la primera carrera de automóviles del país (1901) que lo visitó en Uruguay. Pero quizás recién fue a principios de la década de los '30, (recibió a los príncipes de Inglaterra en su estancia Huemul de Nahuel Huapi compartida con sus sobrinos Ortiz Basualdo en 1931) cuando Anchorena comenzó a madurar la idea de la donación en la Barra de San Juan. Y si algo iba a conmoverlo, sucedió en Montevideo el 31 de marzo de 1933: el vuelco de facto gubernamental disolviendo el Parlamento en Montevideo fue seguido con una razzia de opositores, y Brum se suicidó frente a los policías que llegaban a apresarlo.

Brum no sólo habría escuchado las evocaciones de la primera expedición de Anchorena a Lago Fontana y al Nahuel Huapi (verano de 1901-1902) sino que había ojeado el álbum de fotografías con el relato del viaje que editó la Compañía Sudamericana de Billetes de Banco.

Ese texto develaba cómo se llamaba entonces la isla del gran lago, bautizada por Eduardo O'Connor como General Victorica, o algo tenía que ver su amiga y parienta Victoria Aguirre Anchorena.

 

La primera expedición

 

Telmo Braga tenía 22 años, era uruguayo, soltero y fotógrafo. Por lo menos en ese carácter lo tenía contratado Anchorena, con sólo 25 años y sin embargo imponente por la fortuna heredada. Braga debía registrar sus audacias deportivas y los avatares de una vida dispendiosa en permanente aventura. Ese caluroso 15 de diciembre de 1901 estaba en la dársena sur sobre la calle Pedro de Mendoza, en pleno barrio de la Boca, listo para abordar el vapor Chubut de la compañía naviera Hamburgo Sudamericana rumbo a Puerto Madryn con pasaje de cámara (a 78 pesos).

En el embarcadero también estaba Anchorena, sus amigos Esteban Lavallol y Carlos Lamarca, ilusionados con consumar intensas cacerías patagónicas. Un acompañante más profesional en eso de disparar con armas largas que era Constantino Ambrosioni, cansado de matar leones y panteras en Africa. Como en el plan de la gira se estimaban conseguir ejemplares valiosos, por la planchada del vapor también trepó a bordo un «preparador anatómico», como Anchorena anotó en la memoria del viaje al taxidermista Luis Boccard. Anchorena comenzó entonces un diario de viaje en el que quedaría su registro del nombre de la isla en esos tiempos: Victoria. Es decir, ya el «Victorica» dado por Eduardo O'Connor en 1884 había caído en el olvido.

Al día siguiente pasaron frente a Mar del Plata, y el 17, para entrar en el Puerto de Bahía Blanca, zigzaguearon entre los «acorazados nacionales que forman la división naval del Atlántico» y desembarcaron.

FRANCISCO N. JUAREZ

fnjuarez@sion.com

(Continuará)


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