Horas de incertidumbre

La evolución de la pandemia muestra signos preocupantes. Si bien las medidas oficiales han servido para mantener baja la cantidad de muertes en el país en general, no han impedido la expansión geográfica de los contagios, llevando al sistema sanitario a la saturación, como ocurre en el Alto Valle rionegrino y la Confluencia neuquina.

Quizás el signo más inquietante sean los indicadores de ocupación de camas de terapias intensivas. En el Alto Valle, Salud admitió el jueves que existían apenas dos camas UTI disponibles para 200.000 ciudadanos de Catriel a Chichinales. Ya se elaboran planes para derivar, vía vuelos sanitarios, a otras ciudades de la provincia. En el Gran Neuquén la capacidad de las terapias intensivas llegó al 83% y los casos siguen una espiral ascendente acelerada.

La cuarentena estricta del gobierno nacional logró mantener baja la cantidad de fallecidos, pero jamás logró “aplanar la curva” de contagios, sólo ralentizarla y ganar tiempo

No existen soluciones fáciles y se llega al peor escenario en la aplicación de políticas públicas: ya no se define quién gana y quién pierde, sino que en un escenario negativo para todos se deberá decidir quién pierde más o menos.

El dramático pedido de los profesionales de terapia intensiva del país, advirtiendo a la sociedad (y a los gobiernos) que “sienten que están perdiendo la batalla”, debiera encender alarmas. Hace un mes, el 96% de los contagios detectados pertenecían al AMBA, pero el viernes ya el 30% de los nuevos casos y de los fallecidos provinieron del interior, donde las estructuras sanitarias son más débiles y las distancias para derivar pacientes mayores.

La cuarentena estricta del gobierno nacional logró mantener baja la cantidad de fallecidos (Argentina tiene mortalidad del 2% frente a casi el 3,3% del promedio mundial) y un aumento lento de los contagios, pero jamás logró “aplanar la curva”, sólo ralentizarla y ganar tiempo para preparar el sistema sanitario. Se extendió sin aplicar consistentemente otras necesidades complementarias: aumentar fuertemente los testeos, crear equipos de rastreo comunitario para detectar y aislar rápidamente brotes, garantizar que los contagiados se aíslen y los contactos estrechos cumplan cuarentena, mejorar la protección del personal de salud y controlar mejor los hogares de adultos mayores.

Así, no se logró bajar la cantidad de casos, mientras la presión económica generó flexibilizaciones mal planeadas y poco coordinadas. Hoy hay hastío creciente entre la población, que toma la consigna de “quedarse en casa” como puede. Razones económicas, sociales, personales, psicológicas y hasta políticas fueron erosionando lenta pero sostenidamente la menor movilidad y el distanciamiento social que exige el control del virus. Se llega al punto en que la medida más lógica desde lo sanitario se choca con limitaciones, resistencias y un acatamiento cada vez menor. Y si bien es cierto que hay casos de irresponsabilidad individual o grupal indignantes y debieran ser sancionados (la “fiesta” en Chapelco es el último), también lo es que sólo retos y castigos no mejorarán la situación.

La relajación en la responsabilidad social y cierta complacencia no son sólo “culpa” de la gente, fueron alentadas desde la dirigencia política. Los expertos señalan que la “rutinización del peligro” es propio de crisis de larga duración y que es responsabilidad de la autoridad mantener una actitud comunicacional enfocada y con picos de tensión, para poder revertirla. Si desde el poder se abandona el espíritu de consenso, se alienta una agenda política ajena a la pandemia y sus consecuencias, se reaviva la grieta política y radicalizan posturas, esto se trasladará a lo sanitario.

Tampoco sirve rechazar en bloque críticas o sugerencias sobre la política sanitaria. Es contraproducente ridiculizar a quienes rechazan el consenso científico respecto de la enfermedad: el negacionismo se combate mejor con docencia, campañas basadas en evidencia científica y reglas claras que se hacen cumplir.

En estas horas complejas, quizás más efectivo que la amenaza de “apretar el botón rojo” sea retomar las actitudes de moderación, diálogo y flexibilidad de marzo que permitan recuperar confianza social y la búsqueda de soluciones comunes ante una crisis para la que no hay recetas infalibles.


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