Huida hacia adelante

No cabe duda de que el “modelo” nacional y popular de “inclusión social” del gobierno kirchnerista está en apuros. La economía ha dejado de crecer, cae la producción industrial y con ella el empleo, la tasa de inflación sigue aumentando y pronto podría alcanzar el 30% anual y la situación financiera de todas las provincias es muy grave. Uno supondría, pues, que el gobierno estaría pensando en la conveniencia de modificar el rumbo, pero parecería que lo que se ha propuesto es más de lo mismo. Según el viceministro de Economía, Axel Kicillof, “la Argentina está embarcada en un proceso estructural que viene a revertir el ciclo neoliberal que comenzó en 1976” –pudo haber dicho en 1975, el año del “Rodrigazo”, pero sucede que a juicio de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner todo se vino abajo cuando irrumpieron los militares– y, por lo tanto, hay que impulsar “el proceso de sustitución de importaciones”, lo que, claro está, supone mantener a raya a todos aquellos bienes que en su opinión son de consumo suntuario. Asimismo, dice que es necesario el cepo cambiario porque existe el “riesgo de que se terminen los dólares”, o sea, que el país quede sin dinero para comprar las maquinarias e insumos imprescindibles que, por desgracia, tendría que dejar entrar porque aún no está en condiciones de producirlos localmente. Kicillof afirma que el cambio revolucionario que está en marcha “llevará un tiempo muy largo”. Tendrá razón el funcionario más influyente del entorno presidencial, ya que reproducir fronteras adentro la economía mundial, para que no sea preciso seguir importando bienes foráneos frívolos, porque es de eso que se trata, nos exigiría décadas de esfuerzos denodados. ¿Y si resulta imposible? Tal eventualidad no preocupa a ideólogos como Kicillof que están más que dispuestos a subordinar la realidad a las abstracciones que tanto los fascinan, pero no puede sino alarmar a todos los demás. Aunque nos hemos acostumbrado a que el gobierno de turno se aferre a su “modelo” socioeconómico particular, resistiéndose a dejarse impresionar aun cuando se enciendan las luces de advertencia, en la actualidad pocos han podido prepararse para hacer frente a una nueva emergencia ahorrando en divisas más confiables que el peso, como el dólar estadounidense. Desgraciadamente para la mayoría abrumadora de los habitantes del país que no tienen más opción que la de resignarse a ser cobayos condenados a sufrir en carne propia las consecuencias del experimento retro que han emprendido Kicillof y otros setentistas convencidos de que, antes del golpe militar de marzo de 1976, la economía nacional funcionaba muy bien y que por lo tanto convendría intentar restaurarla, no hay motivo alguno para suponer que “el modelo” de Cristina consiga superar sus muchos problemas actuales. Por el contrario, todo hace temer que ya se ha agotado por completo y que por lo tanto cualquier intento de “profundizarlo” o “radicalizarlo”, como quisieran los halcones del kirchnerismo, estaría destinado a fracasar, como fracasaron muchos otros ensayos parecidos en el pasado. Tal y como están las cosas, el país va directo a una nueva crisis caótica atribuible al voluntarismo ciego de gobernantes decididos a “subordinar lo económico a lo político” con el presunto propósito de humillar a sus adversarios intelectuales. Aunque algunos economistas nos aseguran que, gracias a la venta de soja y la hipotética recuperación de Brasil después de una etapa breve de estancamiento, pronto se reanudará el crecimiento, es tan llamativa la torpeza del gobierno que tales pronósticos distan de ser convincentes. Además de sentirse comprometidos con un esquema que no ha resultado ser viable en ninguna parte del mundo, los encargados de manejar la economía nacional se caracterizan por su amateurismo y, en el caso de algunos, por su prepotencia. Con frecuencia desconcertante, cometen errores garrafales costosos, como acaba de suceder al ocurrírsele a alguien que sería bueno que el gobernador chaqueño Jorge Capitanich pagara con pesos el vencimiento de un bono emitido en dólares. Como debería haberse previsto, el “efecto Chaco” asustó tanto a los inversores que enseguida los interesados en colocar deuda en el mercado, entre ellos los encargados de YPF, se han visto constreñidos a pagar tasas usurarias.


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