Intratables: el show de la confrontación

Con periodistas prestigiosos es comandado por Santiago Del Moro, un conductor con origen en los canales de música y que maneja con solvencia los tiempos de estallido y de serenidad.

EN TIEMPOS DE PERIODISMO AGRIETADO

“¡De política no entendés nada!”, dispara Diego Brancatelli sobre la opinión de Pablo Vilouta. En medio del griterío, en “Intratables” circulan candidatos, dirigentes, referentes y analistas.

El programa tiende a subir el rating las noches en las que Marcelo Tinelli descansa. Con un promedio de seis puntos que pueden trepar a diez, presenta el show de la confrontación, la política 2.0 y el periodismo agrietado.

Las acusaciones sobre el pasado de los panelistas, sus relaciones afectivas y pertenencias políticas son moneda corriente. En el medio, con cierto grado de desconcierto, los invitados tratan de decir lo que fueron a decir.

Con tribunas oscilantes de víctimas, estudiantes, trabajadores en lucha y asesores en campaña, el estudio de América es el epicentro de aquello que se discute. Mientras tanto, los televidentes interactúan en las redes sociales a puro hashtag hilarante o de indignación.

Casi sin proponérselo, el programa logró una centralidad impensada cuando por sus sillones desfilaban soñadores despechados de ShowMatch y botineras escandalosas en busca de un minuto televisado.

Con periodistas prestigiosos, en pugna con comentaristas deportivos y jóvenes profesionales de la comunicación, Intratables es comandado por Santiago Del Moro, un conductor con origen en los canales de música y que maneja con solvencia los tiempos de estallido y de serenidad.

Cada #nocheintratable, la pantalla se plaga de informes que dan cuenta de la agenda tradicional. Los casos resonantes y la batalla política ocupan la escena y abren la cancha al juego del panel. La innovación narrativa para la presentación de los temas, el uso ampuloso de todas las herramientas del lenguaje audiovisual y la apertura del juego a través de las redes construye un objeto complejo y fascinante a la hora de mirar.

En segundo plano, los políticos, dirigentes y protagonistas de los hechos esperan con mayor o menor éxito colar en el debate. La idea de pluralidad, expresada en un espectáculo de opuestos irreconciliables, se desdibuja frente al “todos contra uno” del panel y Brancatelli.

Quienes comprenden el juego, saben que la audiencia profundiza su sentido lúdico y toman posiciones divertidas frente a la propuesta de los panelistas. Los que no lo hacen, usan registros toscos, académicos y enrevesados. Rápidamente son tapados por el griterío o los efectos de sonido, siempre en el tiempo y con la intensidad exactos, que resumen comentarios producidos en otros contextos por Susana Giménez, Mirtha Legrand o Gerardo Sofovich.

En el piso de Intratables el vaso de agua, impuesto en los 90 por la troupe de Mauro Viale, siempre está al borde de ser arrojado. Sin embargo, el líquido nunca se derrama y los vaivenes siguen en escaramuzas verbales que pueden terminar en la naturalización del insulto o la carcajada general.

La evidencia de los operadores de todos los colores sobre los smartphones de los panelistas se pone de manifiesto sin ningún pudor. Los periodistas experimentados que rotan por el panel, como Eduardo Anguita, Carlos Campolongo o Liliana Franco, aportan memoria y contexto a los descubrimientos de la pólvora, sin soplidos gasíferos que vienen desde afuera.

Desconcertados, los integrantes de los equipos de campaña con probabilidades de éxito y los candidatos más potentes de los que no llegarán a nada despliegan artillería de algún tipo para lograr opinar. Es que la opinión no es menor en Intratables. Como en la calle, grandes sentencias pueden reproducirse sin que medie dato alguno y la creencia se impone como una cuestión de fe.

En ese punto, los consultores intentan dar un lustre científico. Avalar o refutar las afirmaciones contundentes funciona como anillo al dedo en un espacio donde la discusión, por ella misma, aporta un condimento indispensable para el show.

En otras pantallas, frías y tradicionales, la disputa política hace intentos más racionales. Aún así, es en Intratables dónde se titula aquello de lo que se va a hablar al día siguiente. Mezclados con conceptos como “agenda setting” o “catch all”, pueden darse explicaciones tan profundas como: “De cura no se pasa a papa”, esbozada por Alberto Samid en relación con la candidatura del ministro de Interior y Transporte, Florencio Randazzo.

Es que en otros estudios, la política y el periodismo tradicionales tratan de ganar electores y televidentes de manera convencional. Hundidos en las lógicas letradas desperdician los recursos audiovisuales en aburridos programas de radio televisada. Lejos de la comprensión de los consumos actuales, sustentados en la demanda, las redes sociales y el canal YouTube; los programas políticos tradicionales pierden la batalla e intentan explicar.

En cambio, “Intratables” permite la satisfacción en varios planos: el seguimiento del debate, el show de los panelistas y la interacción entre pares, muchas veces desconocidos pero que inspiran una confianza que los conocimientos y las prácticas institucionalizadas ya no. Además, el volumen de las publicaciones en las redes habilita sistematizar fan fictions -organizadas a partir del hashtag- y crear a partir de allí.

¿Cómo pasó de un programa de escándalos faranduleros a transformarse en la arena de las discusiones más álgidas de la agenda nacional? Con la incorporación del smartphone, el aggiornamiento del lenguaje, el auge de las redes sociales, la participación de la audiencia y la centralidad del panel.

Entonces, los invitados que se desesperan por saber cuánto miden en el minuto a minuto, como si la influencia de la cantidad cambiara motivaciones concretas a la hora de elegir, accionar o votar, se apoltronan en los sillones y reemplazan a la claque.

(*) Dra. en Ciencia Política (UBA). Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA). Profesora e investigadora de UNRN/UBA)

Lila Luchessi (*)


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