Irán a prisión por matar para vengarse de un robo

La Justicia los condenó a 11 y 8 años de cárcel. Asesinaron a sangre fría al "Huevo" Castillo.

NEUQUEN- Dos jóvenes que asesinaron a otro de dos escopetazos en venganza por un robo fueron condenados ayer a 11 y a 8 años de prisión. La ejecución, a sangre fía, ocurrió en las estrechas peatonales de Ciudad Industrial pese a que ninguno de los protagonistas vivía en ese barrio.

Los condenados son Luis Conrado «Coni» Gruich, de 26 años, y Mario Ariel Balaguer, de 24. Están acusados, como autor y partícipe primario, del asesinato de Ernesto «Huevo» Castillo (23) cometido el 9 de febrero de 1998 a las siete de la tarde.

En la lectura de la sentencia realizada ayer ambos estuvieron acompañados por gran cantidad de familiares, a los cuales se abrazaron llorando. Durante el juicio, los dos imputados se habían declarado inocentes.

El debate se realizó en la Cámara Segunda que integran Antonino Gagliano, José Andrada y Emilio Castro. El fiscal Jorge Otegui había pedido 11 años para cada uno de los imputados, cuyos defensores (Eduardo Goncevatt por Gruich, Martín Segovia por Balaguer) habían solicitado la absolución.

Gruich y Balaguer arrojaron la responsabilidad del crimen sobre otra persona, supuestamente apodada «Tico» que nunca fue detenida. Pero la justicia determinó que «Coni» fue el autor de los disparos a quemarropa con una escopeta calibre 16 -uno dio en el rostro, otro en el pecho de la víctima-, mientras que su compinche fue el que lo trasladó hasta Ciudad Industrial, donde encontraron al «Huevo».

La tenebrosa historia de este crimen comenzó el día anterior, cuando Castillo y otro sujeto ingresaron a robar a la casa de Gruich en el barrio La Sirena. Fue un asalto difícil de explicar, porque «Coni» conocía al ladrón, uno de cuyos hermanos trabajaba en la panadería de su madre. En consecuencia, nada le costaría reconocerlo y acusarlo.

Según versiones policiales nunca confirmadas, el «Huevo» tenía un poderoso motivo para cometer ese robo: quedarse con cierta cantidad de droga.

Al momento del robo Gruich no estaba en la vivienda, pero sí su esposa embarazada y su pequeño hijo. La joven relató que fue manoseada por Castillo, quien le pedía «plata, oro y drogas». Después la amenazó de muerte para que no hiciera la denuncia.

Gruich, en efecto, no la hizo. Pero según estableció la justicia en el fallo conocido ayer, se dispuso a vengar la afrenta.

Castillo, en tanto, sabía que lo andaban buscando por el robo y así se lo contó a algunos amigos de Ciudad Industrial. A ese barrio fue a buscar refugio la calurosa tarde del 9 de febrero.

El «Huevo» estaba sentado en una de las peatonales, y acababa de tomar una gaseosa, cuando vio que por la esquina asomaba la trompa de un viejo Peugeot 404 blanco. Lo manejaba Balaguer, a su lado iba Gruich y detrás el misterioso «Tico».

Gruich y Balaguer dijeron a la justicia que el encuentro fue casual, que no estaban buscando a Castillo, que llegaron a Ciudad Industrial porque «Tico» les pidió que lo llevaran hasta allá, y que este sujeto también tenía cuentas pendientes con el «Huevo».

La justicia no creyó en esa cadena de supuestas casualidades,según determinó en la sentencia.

Cuando Castillo vio a los ocupantes del Peugeot escapó a la carrera por las estrechas callejuelas del barrio. Gruich y «Tico» se lanzaron tras él, y le dieron alcance frente a una vivienda.

Dos veces le dispararon a menos de un metro de distancia con una escopeta calibre 16. La primera perdigonada destruyó el rostro de la víctima, la segunda se le incrustó en los pulmones y fue mortal.

De acuerdo con la versión de Gruich, el que disparó fue «Tico» porque tenía motivos más intensos que él para desear la muerte del «Huevo». La justicia no le creyó, y en el fallo de ayer le atribuyó ser el autor de los escopetazos.

De acuerdo con aquella versión policial nunca confirmada, la ejecución de Castillo fue tan brutal porque realmente había robado algo muy valioso y querían darle una lección.

Después de disparar contra la víctima, Gruich y «Tico» se metieron a la carrera en el 404 -uno de ellos lo hizo por la ventanilla- y escaparon a toda velocidad. Pero la descripción del auto y lo poco que había conversado Castillo con sus amigos antes de ese encuentro que le resultaría fatal, fueron indicios suficientes para comenzar la investigación.

Gruich se entregó detenido al otro día, Balaguer cayó al mes siguiente, y de «Tico» jamás se tuvieron noticias.


Exit mobile version