Juicio a Rodríguez Lastra: ¿un caso de respeto o de poder?

Análisis del alegato del fiscal y la respuesta del médico imputado. La sentencia se conocerá el 4 de octubre.

Para el fiscal Santiago Márquez Gauna, el juicio se trató sobre el respeto.

Para el médico Leandro Rodríguez Lastra, se trató sobre el poder.

Resultó evidente que al ginecólogo le resultó incómodo someterse a un juicio penal, que es una serie de rituales simbólicos o reales que le resultaron ajenos, en los que se habla otro lenguaje y donde el imputado no tiene a su alcance ninguno de los resortes que mueven las piezas. Es lógico, esa sensación de desamparo alcanza a quien dispone de recursos y a quien no tiene más que lo puesto.

Aunque todos los protagonistas del ritual eran varones (salvo una fiscal adjunta) y todos estaban de traje y se trataban de doctor, él era el único distinto. Dependía de que sus abogados le tradujeran lo que pasaba para no perderse detalle.

En las audiencias de esta semana, para colmo, conocía el resultado de antemano: ingresó a la sala como culpable, sólo le faltaba saber el monto de la pena que le pedirían.

Al menos le quedaba el uso de la última palabra, algo que no tendrá durante la lectura de la sentencia a la que no asistirá. No tiene ninguna posibilidad de rescatar algo positivo de ese fallo, ni contestarlo de inmediato. Esa pulseada, en un territorio para él desconocido, ya la perdió.

Durante su última intervención en el juicio, el martes, dijo lo que realmente pensaba: que ninguno de los que estaban allí podía juzgarlo. Y que sólo aceptaba el veredicto de sus pares.

¿De qué se trató este juicio? ¿De respeto o de poder?

Dijo el fiscal en su alegato que el médico ginecólogo estaba en el lugar de los acusados porque “no hubo respeto a una mujer, víctima de abuso y embarazada. No se respetó su capacidad de autodeterminarse, se la colocó en una situación propia de otro siglo, incapaz de decidir sobre sus derechos”.

El médico en cambio, dijo que estaba allí “a merced de los caprichos de una persona con poder cuya declaracion (en el juicio) fue un vergonzoso acto de campaña que no aportó nada a la causa”, en alusión a la diputada Marta MIlesi.

Dos varones, en la escena final del juicio, discutiendo sobre un caso que comenzó por la utilización del cuerpo de una mujer que se conoció gracias a la intervención de otra mujer.

Según el fiscal, el médico “desarrolló su conducta en un contexto de desigualdad. El victimario tenía una posición de poder, de control de la situación, por el ámbito en que lo desarrollaba y por las características en que arribó la víctima ese día: si la paciente no se hubiese sentido tan mal, no hubiese concurrido” a la guardia.

Agregó: “llevó adelante el pensamiento médico hegemónico: no importa lo que el paciente quiera; yo soy el médico, soy el que más sabe, el que mantiene la vida”.

Rodríguez Lastra tomó nota y al final hizo su propio alegato. Foto: Florencia Salto.

Al contestar este punto Rodríguez Lastra desnudó su pensamiento: “Estamos (en el juicio) ante una asimetría. ¿Juzgar desde el desconocimiento de la farmacología, la medicina, la práctica de una guardia, no es un acto de soberbia? Ningún profesional médico cuestionó mi conducta médica. El fiscal sí lo hizo. Respeto sus conocimientos del derecho, pero no tiene ningún respaldo académico para hacerlo”.

El fiscal hizo una mención a la conducta de Rodríguez Lastra durante el juicio: al escuchar las declaraciones de las testigos mujeres, sonreía.

Lo que parecía anecdótico adquirió otro sentido cuando, a continuación, propuso: “Donde se sabe observado y filmado, se desenvuelve así. Imaginemos cómo se desenvuelve en un ámbito donde siente la impunidad de ser el jefe y de no estar siendo observada ni registrada su conducta”.

Otra vez, ¿de qué se trata este caso? ¿De respeto o de poder?


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