Juventud, divino tesoro
El entusiasmo repentino de los kirchnerista por bajar la edad de votar a los 16 años se debe a la convicción, acaso equivocada, de que una proporción sustancial de los adolescentes actuales quisiera que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner permaneciera en su cargo por muchos años más, sobre todo si provienen de familias que se han visto beneficiadas por el clientelismo gubernamental. Si por algún motivo los oficialistas creyeran que los integrantes de la franja así supuesta sienten más fervor por Mauricio Macri, Daniel Scioli u otro rival en potencia que por Cristina, se opondrían con firmeza al proyecto de ley apadrinado por el senador Aníbal Fernández a base de argumentos parecidos a los esgrimidos por sus adversarios que, entre otras cosas, señalan que el país ha suscrito tratados internacionales según los cuales los de 16 años son menores de edad y por lo tanto necesitan ser protegidos contra los excesos de los mayores. De todos modos, a juzgar por los resultados de algunas encuestas instantáneas que acaban de realizarse, más del 80% de la población del país está en contra de la iniciativa. Sería comprensible: con razón o sin ella, la mayoría no confía demasiado en la sabiduría política de quienes están iniciando su paso por la adolescencia. Si bien diversos dirigentes opositores han reaccionado con cautela ante la iniciativa, ya que no les gustaría brindar la impresión de querer tratar a los adolescentes de 16 años como si fueran niños incapaces de votar con racionalidad, saben muy bien que lo que se ha propuesto el gobierno es captar algunos votos adicionales en las elecciones legislativas previstas para el año que viene. Las dudas en cuanto a la conveniencia de permitir votar a los jóvenes de 16 años no se deben sólo a prejuicios propios de adultos que están convencidos, como siempre ha sido el caso, de que, a diferencia de ellos, los más jóvenes son materialistas frívolos que no saben lo que es la vida real. Es notorio que en nuestro país se cuenten por centenares de miles los jóvenes “ni-ni”, que no estudian ni trabajan y que, tal y como están las cosas, tendrán un futuro bastante problemático. Por lo demás, a juzgar por los resultados de las pruebas internacionales destinadas a comparar el rendimiento académico de los adolescentes de los distintos países, en los años últimos el nivel educativo de la mayoría de nuestros jóvenes se ha reducido tanto que abundan los que, en términos prácticos, son analfabetos, ya que apenas están en condiciones de descifrar un texto sencillo. Asimismo muchos jóvenes, tal vez la mitad, ni siquiera terminan el ciclo secundario. Para más señas, pocos días transcurren sin que se produzcan episodios truculentos protagonizados por delincuentes juveniles que matan a fin de conseguir un par de zapatillas o un celular. Se tratará de excepciones, desde luego, pero sería inútil negar que en la actualidad la percepción colectiva de una franja de los adolescentes dista de ser halagüeña. En opinión de la presidenta Cristina, el ministro de Educación Alberto Sileoni y, por supuesto, los jefes de la organización juvenil oficialista La Cámpora, a todos nos convendría que los adolescentes del país se politizaran, ya que a su entender convertirlos en militantes kirchneristas equivaldría a ayudarlos a madurar, de ahí los intentos de adoctrinarlos, enseñándoles a organizar manifestaciones callejeras, tomar escuelas e idolatrar al “Nestornauta” y otros productos de la imaginación oficialista. Aunque los esfuerzos vigorosos de los simpatizantes de Cristina por politizar a los chicos del país alarma mucho a los políticos opositores, algunos porque a su juicio el programa de lavado de cerebros juveniles que han puesto en marcha ciertos kirchneristas se asemeja a los que fueron emprendidos en su momento por regímenes totalitarios fascistas y comunistas, otros porque temen que el eventual éxito de la campaña proselitista en los colegios y jardines de infantes los prive de votos, podrían resultar contraproducentes para el gobierno. Al fin y al cabo, las modas juveniles suelen ser pasajeras. No sorprendería en absoluto, pues, que una próxima camada de adolescentes se rebelara contra la debidamente adoctrinada, declarando que en su opinión el kirchnerismo es un movimiento de vejestorios aburridos que no entienden nada de lo que está sucediendo en el mundo.
El entusiasmo repentino de los kirchnerista por bajar la edad de votar a los 16 años se debe a la convicción, acaso equivocada, de que una proporción sustancial de los adolescentes actuales quisiera que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner permaneciera en su cargo por muchos años más, sobre todo si provienen de familias que se han visto beneficiadas por el clientelismo gubernamental. Si por algún motivo los oficialistas creyeran que los integrantes de la franja así supuesta sienten más fervor por Mauricio Macri, Daniel Scioli u otro rival en potencia que por Cristina, se opondrían con firmeza al proyecto de ley apadrinado por el senador Aníbal Fernández a base de argumentos parecidos a los esgrimidos por sus adversarios que, entre otras cosas, señalan que el país ha suscrito tratados internacionales según los cuales los de 16 años son menores de edad y por lo tanto necesitan ser protegidos contra los excesos de los mayores. De todos modos, a juzgar por los resultados de algunas encuestas instantáneas que acaban de realizarse, más del 80% de la población del país está en contra de la iniciativa. Sería comprensible: con razón o sin ella, la mayoría no confía demasiado en la sabiduría política de quienes están iniciando su paso por la adolescencia. Si bien diversos dirigentes opositores han reaccionado con cautela ante la iniciativa, ya que no les gustaría brindar la impresión de querer tratar a los adolescentes de 16 años como si fueran niños incapaces de votar con racionalidad, saben muy bien que lo que se ha propuesto el gobierno es captar algunos votos adicionales en las elecciones legislativas previstas para el año que viene. Las dudas en cuanto a la conveniencia de permitir votar a los jóvenes de 16 años no se deben sólo a prejuicios propios de adultos que están convencidos, como siempre ha sido el caso, de que, a diferencia de ellos, los más jóvenes son materialistas frívolos que no saben lo que es la vida real. Es notorio que en nuestro país se cuenten por centenares de miles los jóvenes “ni-ni”, que no estudian ni trabajan y que, tal y como están las cosas, tendrán un futuro bastante problemático. Por lo demás, a juzgar por los resultados de las pruebas internacionales destinadas a comparar el rendimiento académico de los adolescentes de los distintos países, en los años últimos el nivel educativo de la mayoría de nuestros jóvenes se ha reducido tanto que abundan los que, en términos prácticos, son analfabetos, ya que apenas están en condiciones de descifrar un texto sencillo. Asimismo muchos jóvenes, tal vez la mitad, ni siquiera terminan el ciclo secundario. Para más señas, pocos días transcurren sin que se produzcan episodios truculentos protagonizados por delincuentes juveniles que matan a fin de conseguir un par de zapatillas o un celular. Se tratará de excepciones, desde luego, pero sería inútil negar que en la actualidad la percepción colectiva de una franja de los adolescentes dista de ser halagüeña. En opinión de la presidenta Cristina, el ministro de Educación Alberto Sileoni y, por supuesto, los jefes de la organización juvenil oficialista La Cámpora, a todos nos convendría que los adolescentes del país se politizaran, ya que a su entender convertirlos en militantes kirchneristas equivaldría a ayudarlos a madurar, de ahí los intentos de adoctrinarlos, enseñándoles a organizar manifestaciones callejeras, tomar escuelas e idolatrar al “Nestornauta” y otros productos de la imaginación oficialista. Aunque los esfuerzos vigorosos de los simpatizantes de Cristina por politizar a los chicos del país alarma mucho a los políticos opositores, algunos porque a su juicio el programa de lavado de cerebros juveniles que han puesto en marcha ciertos kirchneristas se asemeja a los que fueron emprendidos en su momento por regímenes totalitarios fascistas y comunistas, otros porque temen que el eventual éxito de la campaña proselitista en los colegios y jardines de infantes los prive de votos, podrían resultar contraproducentes para el gobierno. Al fin y al cabo, las modas juveniles suelen ser pasajeras. No sorprendería en absoluto, pues, que una próxima camada de adolescentes se rebelara contra la debidamente adoctrinada, declarando que en su opinión el kirchnerismo es un movimiento de vejestorios aburridos que no entienden nada de lo que está sucediendo en el mundo.
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