La actividad física como refugio mental

Marcelo A. Angriman

El big data es fenomenal, eficiente, predictivo, sin errores, casi la solución a todo… pero no resuelve la crisis de las emociones, no te da un abrazo, no te estimula, no te dice gracias¡”. La frase del profesor de profesores, Luis Bruno Barrionuevo hurga en el terreno de las emociones, un ámbito donde los generadores de hipótesis en base a algoritmos hacen agua.


Las emociones no empiezan de la nada, ni son producto de una energía misteriosa.


Funcionan porque dentro nuestro hay un repertorio de estructuras cerebrales y mensajeros químicos, como las neurotransmisores que comunican distintas partes del cerebro o de las hormonas que contactan diferentes partes de nuestro cuerpo.

Hormonas benéficas
Cuando te quedas acurrucado en tu cama un día lluvioso o en una apacible playa se activan las hormonas llamadas endorfinas; cuando alguien te abraza o te sentís contenido por un grupo entra en juego la oxitocina y cuando deseas algo como un helado de dulce de leche es la dopamina quien llama con insistencia a tu puerta.


Ahora bien cuando alguien hace actividad física o deporte, y si es acompañado mejor, entran a tocar como una orquesta, todas estas hormonas y neurotransmisores al unísono.


El carácter netamente vivencial e intransferible de la actividad física es un bastión infranqueable para las grandes corporaciones tecnológicas.



El carácter netamente vivencial e intransferible de la actividad física en cualquiera de sus posibilidades (deporte, educación física, prácticas corporales con desgaste de energía), se torna un bastión infranqueable para las grandes corporaciones tecnológicas.


Una máquina por más conocedora e invasiva que sea de los gustos de un ser humano, jamás podrá reemplazarlo en sus movimientos físicos y para que ellos existan hace falta, voluntad e inteligencia.
Es allí donde está la frontera que marca el límite de la tecnología y a partir del cual solo puede tallar el hombre, de carne, hueso y… cerebro.
De ello han tomado nota los gurúes de Silicon Valley, quienes envían a sus hijos a escuelas sin pantallas. Ellos saben mejor que nadie, que el ritmo vertiginoso con el que se transforma la galaxia digital dificulta a edades tempranas, la reflexión y el estudio.


La Academia de Pediatras de Estados Unidos publicó unas recomendaciones en 2016: evitar el uso de pantallas para los menores de 18 meses; solo contenidos de calidad y visionados en compañía de los padres, para niños entre 18 y 24 meses; una hora al día de contenidos de calidad para niños de entre dos y cinco años; y, a partir de los seis años, límites coherentes en el tiempo de uso y el contenido.


Hoy, según Common Sense Media, el 98% de los hogares con hijos en EE. UU. tienen teléfonos móviles, frente a un 52% en 2011. Así mientras los hijos de las élites de Silicon Valley se crían entre pizarras y juguetes de madera prohibiendo el uso de celulares a las niñeras, los de las clases bajas y medias crecen pegados a pantallas.

Habilidades blandas
Es por ello que si queremos ahondar en el factor humano y no considerar a la persona como una máquina a la que se tabula y sobre la cual se sacan conclusiones, se deberá avanzar en las mal llamadas habilidades blandas.
Un profesor de educación física debe saber argumentar sobre las bondades de la actividad física en sus diversos aspectos, pero también sobre los enormes aliados con los que cuenta en las funciones emocionales del cerebro de sus alumnos o dirigidos.


El ingeniero Federico Fros Campelo en “Somos lo que sentimos” nos recuerda que desde que el hombre es hombre, el ser humano busca la autosuficiencia, la comparación, la búsqueda de aprobación y la replicación.


Facetas todas, que bien comprendidas y administradas, pueden actuar como enormes estímulos para aquel que no encuentra en la actividad física a un santo de su devoción.


El hecho que un educador físico comprenda las funciones escondidas permite sacar a las emociones del piloto automático y actuar en consecuencia.


Un aspecto ignorado en la formación de los profesores y que hoy resulta fundamental para entender cómo combatir la epidemia de obesidad y sedentarismo a la que estamos expuestos.


El big data es un sabueso que ha metido sus enormes narices donde ha podido, pero que encuentra en la actividad física un obstáculo insalvable.
Un refugio donde las personas buscan cosas tan sencillas como que el aire les roce la cara, que los latidos se sientan y que las pantallas se apaguen.

*Abogado. Profesor Nac. Educación Física. Docente universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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