La Argentina de Francisco

Rolando B. Montenegro (*)

Qué no hicieron los argentinos de todos los tiempos sino soñar con los grandes destinos de la patria. Según registra la historia, hubo rachas de paz y progreso entre frecuentes y dañinas interrupciones. En esos períodos de convaleciente recuperación, observadores nativos y foráneos se animaron a vaticinar que la nación entraba irremediablemente en épocas de estabilidad y concordia. Pero no sucedió. Acaso el diván podría ahondar en la esencia de sus ciudadanos en el porqué a un período de relativa y/o latente calma le ha sucedido otro de luchas intestinas. Es que no se comprende las lamentables peleas y diatribas levantadas a diario entre representantes y autoridades de gobierno, pronto difundidas hacia la sociedad en mala convivencia. ¿Podrán los gestos preliminares de Francisco influenciar favorablemente en los procesos políticos y sociales de la Argentina y, por ende, de ésta con el mundo? La escasez de unidad y de valores que el nuevo papa engrandece pareció aliviar la amargura interior y el bochorno exterior de una Argentina que no ha podido ser uno de esos Estados constantes y ordenados que existen en el mundo. Sin ir demasiado atrás, basta con otear por Uruguay, Brasil y Chile, aunque podríamos hoy incluir a Perú y Colombia entre los del sur y de este lado del charco. Aunque se lo pretendió desvirtuar, es absurdo no ver en la designación de un argentino en el trono de Pedro una esperanza del mundo. Paradójicamente, veamos cómo se viene utilizando aquí –con deleznables fines– la crisis europea. Las dificultades allá padecidas, explotadas en nuestro país desde el atril más improvisado, muestran que esos pueblos afrontan sus crisis con admirable entereza y espíritu de sacrificio. Sin embargo, por estos lares americanos tratamos de pasarla graciosa y cómodamente, entre acusaciones y agresiones recíprocas: huelgas de toda índole que paralizan servicios esenciales, rencor entre partidos políticos aun del mismo palo, desunión y caos, hasta alentarse y/o promoverse golpes republicanos sui géneris aun en este siglo XXI. Ha sido frecuente atribuir estas mañas a ingredientes externos. Pero, ya tantas y repetidas crisis aluden a un mal sistémico que, a modo de metástasis irresponsables, afectan a toda la comunidad, no salvándose ni los ya vacunados en estos vicios. Estas injustificadas dicotomías internas pesan enormemente en el alma de los argentinos y los hacen caer en el desamor, en la fatalidad, en la discontinuidad de las leyes y del orden moral. La actitud de Francisco, de 76 años, proclive a la vida simple y austera, ha sido vista como un estímulo para los jóvenes y aun para quienes se deslizan en la vejez. Advierte tal vez que hay una reserva de ciudadanos innatamente honrados construyendo cotidianamente el porvenir con constancia y esfuerzo, sin esperar que les caiga generosamente del cielo ni les brote desde suelos infértiles, entre tanto hablan los furiosos. Sería bueno que tomasen anotación ajenos argentinos que sólo vociferan cuando la crisis económica les aprieta el bolsillo, emergiéndoles, entonces, la ingenua intolerancia de los escraches y la necesitada exculpación en la búsqueda de un culpable concreto o de varios a la vez: políticos, gobiernos, sindicalistas, ricos o quienes subsisten con prerrogativas sociales, economistas e imperialistas de derecha o izquierda, alcanzando hasta militares y eclesiásticos. Cualesquiera les vienen bien y ésas podrían seguir siendo nuestras medicinas magistrales si no aprendemos las lecciones del pasado. En un país con semejante historia no hay lugar para exageraciones ni ilusiones. Una nación puede mejorar su estructura política y social si la voluntad de su pueblo no anda buscando enemigos por doquier para justificar vanas ideologías. Entre tanto desconcierto y sobreexcitación, no viene mal una espiritualidad que irrumpa entre tanto despilfarro, individualismos y personalismos, arrogancia e insolencia, vulgaridades y apariencias, enriquecimiento y malversaciones, cifras económicas discursivas y flojedades morales. ¿Se entiende o no? (*) Profesor de Cirugía. Facultad de Ciencias Médicas de la UNC


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