La cancha de pasto ya no es un sueño imposible

La pelota rueda sobre el césped en el club Puerto Moreno. Tras dos años de trabajo, sin participar de torneos y con parte de los jugadores prestados a Independiente, hoy todos coinciden en que el esfuerzo valió la pena. Y la cuidan como lo que es: un tesoro verde.

El club Puerto Moreno nació en los años 70 y desandó una historia parecida a la de otras instituciones: la consolidación como referencia barrial, un terreno recibido en comodato (en este caso por acuedo con la CNEA) y la pasión por el fútbol, que no sabe de edades ni condición social, desplegada tarde a tarde en una cancha de tierra y piedras.

Hasta que en 2014 alguien preguntó en voz alta por qué prohibirse el sueño de la cancha de césped. Allí empezó todo.

El emprendedor se llama Walter Montero y la condición que impuso fue severa: un año sin pisar el campo, hasta que el pasto estuviera en condiciones de aguantar partidos y entrenamientos sin perder la batalla.

El año de tregua fueron dos. En ese lapso Puerto Moreno se mantuvo al margen de los torneos de liga de Bariloche. Parte de sus jugadores fueron “prestados” a Independiente durante la larga espera. Pero hoy todos coinciden en que valió la pena.

“La cancha está muy linda. Se usa casi todos los días, pero hay que cuidarla. Demanda mucho riego, fertilización, resembrados y todo el que ve una piedrita se agacha a sacarla” cuenta el presidente del club, Juan Boga.

Los grupos de fútbol infantil se reparten en turnos y a última hora entrenan la cuarta, reserva y primera. La única restricción es no usarla cuando llueve porque se rompe y cuesta mucho recuperarla.

A pesar de que los bosques naturales de la zona parecen sugerir lo contrario, el clima ventoso de Bariloche y los veranos secos tornan muy difícil el mantenimiento de una cancha de pasto.

Por eso la Liga de Fútbol Libre instaló una de césped sintético y a lo mismo apuntan otros clubes con mucha actividad futbolera. Los únicos campos de césped natural de la zona son los del estadio municipal, el club Estudiantes y el club Alas Argentinas, en Dina Huapi. Ahora se sumó Puerto Moreno.

El predio ubicado a la altura del kilómetro 10 de Bustillo, en el barrio que da nombre al club, fue durante años una polvareda, que aun así vio crecer y desarrollarse a varios jugadores destacados del medio local.

Cuando Walter Serrano quiso empezar con su quijotesco plan, los primeros datos fueron desalentadores. Un ingeniero del Inta que realizó los primeros análisis de suelo le dijo que tenía “cero” nutrientes, la aridez era total y ahí “no iba a crecer nada”.

El primer paso fue conseguir tierra de mejor calidad, transportarla, distribuirla a carretilla y pala, nivelar, reforzar con compost facilitado por la CEB y realizar las primeras siembras de prueba. “Cuando empezó a crecer el verde nos entusiasmamos”, asegura Walter.

Ese empujón inicial ya no se detuvo. Los riegos constantes (por épocas, hasta tres veces por día) y la resiembra con festuca (el pasto más rústico y más barato) se mantienen hasta hoy. Los resultados son un orgullo para todos.

Tanto Serrano como Boga admiten que es imposible tener un campo así sin contar con agua en abundancia. El club la toma de un canal que parte del cercano arroyo Gutiérrez y sirve al sistema de enfriamiento de una usina de la CEB. El único costo es el bombeo y en verano necesitan “de 40 a 50 mil litros por día”.

Ambos destacaron que mantener la cancha sólo es posible con el trabajo voluntario, la dedicación y el esfuerzo de quienes la asumieron como propia. “Las horas hombre que tiene ésto no se pueden calcular, es inmedible”, aseguran.

Serrano recuerda que los primeros cortes de pasto los hizo con una máquina común, que llevaba desde su casa, y le llevaban ocho horas. Tiempo después pudieron contar con un “tractorcito”.

El riego lo hacen con mangueras y un carrito adaptado que tienen un aspersor de 25 metros. El próximo paso será la instalación de caños subterráneos para facilitar la tarea.

El cuidado del detalle es constante, ya que mientras juegan los chicos el canchero o algún colaborador tapan pozos en algún rincón o sacan yuyos que rompen la uniformidad.

“Antes los chicos se nos iban a jugar a Estudiantes. Si preguntábamos por qué nos decían ´y… hay cancha de pasto´. Ahora no lo escuchamos más”, cuenta satisfecho Boga, que durante años fue dirigente del fútbol infantil en la liga barilochense.

Con donaciones y campañas de fondos lograron construir la cabina de transmisión y una tribuna lateral. Un subsidio del Estado les permitió levantar un pequeño muro y el alambrado perimetral. Según Boga, “es muy difícil llevar adelante un club así sin ayuda oficial”. Con la expectativa de financiarla por esa vía, aspiran ahora a construir una segunda cancha para fútbol infantil con piso sintético.

¿Cómo la riegan?

De 40 a 50 mil litros por día se precisan durante el verano. La riegan con mangueras y un carrito adaptado que tiene un aspersor de 25 metros.

El agua la toman de un canal que parte del cercano arroyo Gutiérrez.

El único costo es el del bombeo.


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