“La horita feliz”: el recuerdo de una madre solidaria en Roca

En 1996, cuando la crisis económica golpeaba a las familias, Laurita recibió a más de 120 niños en el barrio Mosconi para darles la merienda. Su fallecimiento el 31 de julio pasado conmovió a los vecinos que la recuerdan con mucho amor.

Cuando el hambre ya se empezaba a sentir en la década del 90 en Roca, en el barrio de Mosconi una vecina no dudó en recibir a los chicos en su casa y poder darles una merienda. Más de 120 niños esperaban ansiosos que sean las 5 de la tarde porque Laurita les tenía preparada una leche y pan con dulce de membrillo.

La vianda era sencilla y se entregaba con mucho amor. Durante 10 años mientras la crisis económica del país golpeaba a los sectores más vulnerables, su casa se convirtió en un refugio para los pequeños.

El domingo 31 de julio pasado el barrio se conmovió con la noticia de su fallecimiento. Los días han pasado y muchos de aquellos jóvenes comensales que ahora son adultos lloran su pérdida. Su recuerdo vive en el barrio de Mosconi, en el extremo sur de Roca.

Laura Ipalaguirre tenía 60 años y en 1996 inauguró “La horita feliz”. En esos años ya tenía a sus seis hijos Rodolfo, Tamara, Alejandra, Marcela y Benjamín.

“Llegamos al barrio y tratamos de levantar el ranchito para vivir. Después vimos que muchos chicos siempre venían a casa a jugar con mis hijos. Como cristianos sentimos que teníamos que hacer algo para que no anden callejeando”, recordó el esposo de Laurita, Marcelo Trucchi. Empezaron a trabajar con los niños, “para que vengan a cantar, que tomen una copa de leche”, contó.

En Mosconi levantaron un salón de madera para los chicos.

Después desde la provincia de Río Negro les pidieron continuar dando la merienda. “Lo hacíamos de lunes a viernes de 5 de la tarde a 7. Por muchos años se le dio la leche a 120 chicos”, mencionó.

“Ahora son todos hombres y mujeres grandes. Así empezamos hablándoles de Cristo, no imponiendo nada, solo que vinieran y se divirtieran. Ellos sabían que venían a mi casa a jugar, a escuchar y cantar con Laurita”, recordó. Cuando Marcelo habla de su esposa, su voz se quiebra y brotan sus lágrimas. “Siempre estaba cantando, riéndose y los chicos detrás de ella, era como una gallina con sus pollitos. Se organizaban los días del niño. Cuando escuchaban su voz salían corriendo hacia ella”, expresó.

El vecino señaló que “todos” iban a La horita feliz y que “nadie se sentía discriminado”.
Además, se juntaba mercadería para las familias carenciadas. “Era una época mala pero a nosotros gracias a Dios nunca nos faltó nada. Tuvimos aportes de comerciantes como el kiosco Jara ubicado al lado de La Anónima y librerías”, dijo.

Marcelo destacó que Dios les proveía de todo. “Nos mandaban las facturas de la cárcel, nadie les golpeó la puerta para pedirles. Muchas personas anónimamente dejaban donaciones en casa”, recordó.
Remarcó que nunca en La horita feliz se hizo política.

“Siempre estaba cantando, riéndose y los chicos detrás, cuando escuchaban su voz salían corriendo hacia ella”,

Marcelo Trucchi, esposo de Laurita

Los 120 chicos jugaban en el patio de 50 metros por 15. También, habían construido un salón sencillo con madera que les habían donado y armaron mesas. El lugar funcionaba con donaciones, la leche la entregaba el Municipio y la Provincia daba el pan, dulce y queso.

Lo único que no había en mi casa era política. No había ningún cartel político ni municipal ni provincial”, remarcó Marcelo.

En 2006, el vecino que se dedicaba a la electricidad domiciliaria y la pintura, tuvo varios problemas de salud y Laurita destinó su tiempo a cuidarlo.

El recuerdo de Laura Ipalaguirre vive en Mosconi.

Sin embargo, todos cuentan con nostalgia la gran acción que tuvo esa mujer solidaria. “Lo que más recalcaba era el respeto al prójimo, amar al prójimo como a ti mismo. Nuestro mensaje también era para aquellos que querían escuchar de Cristo, siempre fue un mensaje de amor”, contó.

El domingo 31 de julio la tristeza inundó el barrio cuando se conoció la partida de Laurita.
Cuando se enteraron todo el mundo estaba en la puerta, empezó a correr la noticia. Los vecinos comenzaron a acercarse, la casa se llenó en dos segundos con gente que conocemos desde hace 40 años”, dijo.

En las redes sociales cientos de vecinos se despidieron de ella. “Laurita era una madraza, humilde, amorosa, comprensiva, consejera, la más buena del mundo. Ella por más que no tuviera nada, con un abrazo lo daba todo. En el barrio todos la lloramos”, dijo emocionada su amiga Anyi.

En el velorio nadie faltó, muchos dieron sus condolencias, “chicos que vivieron en Mosconi y ahora están viviendo en otras provincias como Buenos Aires. Todavía seguimos recibiendo mensajes de apoyo recordando a Laurita, su recuerdo vivirá para siempre”, expresó con los ojos humedecidos su esposo Marcelo.

Nosotros tenemos la paz de que se fue con Dios”, dijo con mucha calma.


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