La duda que comparten Cristina y sus adversarios

Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri.

¿Por qué si las elecciones generales son recién en noviembre, la política nacional se agita tanto intentando torcer voluntades, ensayar alianzas y candidaturas, anticipar escenarios que parecen lejanos, como el del recambio presidencial de 2023?
Se responderá que la causa es la proximidad de las Paso: para la selección de candidatos faltan menos de tres meses. Y que esas elecciones dirán cómo quedó cada sector político después del año negro inicial de la pandemia.
La respuesta es insuficiente. Hay algo más. Como si después de dos décadas de su último gran colapso la política argentina volviera a estremecerse con el fantasma de algo peor: una nueva crisis de representación.
Buena parte de ese temor proviene de mirar lo que ocurre en el vecindario. El diario español El País publicó un informe que describe ese panorama. Lo tituló: «América del Sur. La gran convulsión». La región que, de regreso de sus años dorados del precio sin techo de las materias primas, se encuentra de nuevo con todas sus deficiencias estructurales. Agravadas y sin solución.
La convulsión empezó antes del coronavirus. Desbarrancó con la pandemia. Brasil preocupa con sus desvaríos militaristas que tienden a ser imitados por las policías estaduales, en manos de los gobernadores. Colombia no logra salir de la violencia callejera. Venezuela de su dictadura que ha provocado una gravísima crisis humanitaria. La crispación social se traduce en incertidumbre política en Perú y Chile.


En Perú, entre la fragmentación, la abstención, y al final la polarización, resultó elegido un presidente frágil.
En Chile, el sistema institucional tambalea. Dos años después de la rebelión de 2019, la ciudadanía castigó a las fuerzas políticas que protagonizaron la transición de la dictadura a la democracia. Fue en la elección de constituyentes. Algunos la elogiaron como un resurgimiento de la política participativa. Pero pocos días después se eligieron gobernadores con un nivel de abstención cercano al 80 por ciento. Con su constitución en veremos, Chile elegirá presidente y parlamento una semana después de las elecciones argentinas de noviembre.
Todo este contexto delinea la duda de fondo que intimida a la política local: ¿el sistema político canalizará las tensiones locales de manera adecuada?
En el bloque político mayoritario, esa acechanza ha instalado una duda irresuelta: ¿Cristina Kirchner usará la crisis para intentar un cambio drástico del sistema político? ¿O ante la amenaza de convulsiones incontrolables intentará en algo reacomodar hacia el centro su proyecto político?
Hay dos señales de política concreta que refuerzan la primera posibilidad. La primera es el alineamiento externo con sistemas políticos autocráticos. Cuando no la protección diplomática lisa y llana a dictaduras explícitas como las de Venezuela y Nicaragua.
La segunda señal viene de la economía. El ministro Martín Guzman, que quería cerrar el acuerdo con el FMI por la deuda externa en marzo pasado, se quedó sin argumentos. El Fondo le pide un plan. Solía responder que estaba en el Presupuesto. El sindicalista más cercano a Alberto Fernández le dió sepultura. Héctor Daer explicó que la pauta inflacionaria del 29% es una ficción.
Para entender la secuencia completa conviene añadir la lectura del banco internacional Morgan Stanley. Anticipó que el dólar puede seguir planchado hasta las elecciones, pero recordó la estrategia de Cristina Kirchner en 2014. Poco después de la elección devaluó 15%. Si es verdad que los mercados se anticipan, ¿hay riesgo de que alguien se anticipe al banco Morgan?
La vacilación del oficialismo entre atizar la crisis para cambiar el sistema o contenerla para evitar convulsiones se traslada a la interna opositora.
La coalición Juntos por el Cambio se está desmaridando en público. Los que temen el giro antisistémico de Cristina se agrupan en torno a Mauricio Macri sin poder persuadir a Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y Elisa Carrió del riesgo que implica confiar en un giro a la sensatez del oficialismo.
Del otro lado responden que ese riesgo es seguro si para enfrentar una crisis de representación desconocida se hurga para el remedio en las recetas del pasado.


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