La generación eSCOLAr

*Marcelo Antonio Angriman

Desprejuiciada, atrevida y a la vez hiperprofesional, así es la selección argentina de Básquet subcampeona mundial. Perros de presa defendiendo, gacelas en el fast break y un reloj ajustado, no exento de improvisación, a la hora del ataque posicional.


Una metamorfosis que resultó indescifrable para los equipos rivales -con excepción de España en la final- que uno a uno se fueron marchando frustrados, ante el jeroglífico argentino.


Cuesta entender como el juego colectivo explotó antes de lo esperado ya que el equipo está aún en transición y el objetivo racional de máxima, era el de la clasificación a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Tan es así que cuando Manu Ginóbili abraza a Sergio Hernández luego del triunfo ante Francia le susurra al oído: “No se qué hiciste, no sé qué pasó, pero esto es increíble”.


Es que este grupo de basquetbolistas ha echado por tierra con verdades sagradas: “Que para llegar a la final hace falta tener muchos jugadores de la NBA… que sin talla no avanzás… o que hay selecciones a las que es imposible ganar”.


En el intento estéril de ensayar alguna respuesta a este rendimiento, podemos sólo intentar algunas explicaciones racionales:


1.- Conciencia de los límites y de las fortalezas: Cuando falta estatura hay que redoblar esfuerzos colectivos bajo los aros y allí Argentina construyó, salvo en la final, su “muralla china”. Desde ese estado de preacción permanente, contraatacó cuantas veces pudo y en campo adversario administró la pelota con criterio. El concepto de intensidad, de no dejar pensar nunca al rival y de repliegue, requirió a su vez de una excelente preparación física, una alimentación muy cuidada y un descanso ordenado.


2.-Jugar un básquet de alto nivel. Que un equipo maneje todos esos conceptos y decida correctamente requiere de un estado de concentración en algunos jugadores y de inconciencia en otros, que Argentina los tuvo salvo frente a España donde nunca pudo hacer pie.


3.- Cuerpo técnico maduro: Sergio Hernández y su equipo han llegado al Mundial con la experiencia justa. Sin histerias, dando minutos a los más jóvenes y haciendo planteos tácticos correctos, que los jugadores han seguido al pie de la letra.


4- La prevalencia del equipo: Si bien el equipo se recostó en el desparpajo y talento de Campazzo y en la garra y goleo de Scola, la compañía acertada de Laprovíttola, Garino, Vildoza, Deck, Delia, Brussino y los más pibes, lograron siempre que el equipo estuviera por sobre los egos personales.

La generación eSCOLAr
Cuesta bautizar a esta nueva camada de jugadores con un nombre que los identifique, luego que la generación dorada con sus extraordinarios logros haya alcanzado el firmamento.


Con todo respeto me gustaría recordar a este tramo de la selección, como la Generación eSCOLAr, en función de ser aquella que termina de consolidar: la Escuela Argentina de Básquet. Una academia con rasgos propios, que se cimienta en lo colectivo, con énfasis en las piernas, con algo de potrero y que intenta no dar por perdida ninguna pelota.

Hay un plus que tiene el jugador argentino, que es difícil de encontrar en otras latitudes. Una química que lo lleva a jugarse por su par, que emociona.


Una historia que arranca allá por 1950 –con jugadores luego proscriptos- y se afianza con la Liga Nacional, pero que gradúa a sus primeros profesores ante los ojos del mundo, con la generación dorada.Pues bien solo faltaban los alumnos que mamaran el mensaje y siguieran dicho legado.
Puede que Scola se retire en no mucho tiempo–ojalá decida seguir hasta Tokio- y esta generación igual persista, pero estos Panamericanos y Mundial de China, no hubieran sido lo mismo sin él. De allí que a pesar de ser el único sobreviviente de Atenas 2004 y de haber sido anulado en la final, su nombre merezca ser resaltado.


Un eslabón imprescindible que con sus 39 años inoculó su espíritu ganador, su autocrítica, equilibrio y claridad de objetivos a los más jóvenes.
La escuela argentina ya tiene asegurado su futuro, con los pibes que se van fogueando en la selección (Fjellerup, Caffaro, Gallizi, Redivo) y los que siguen apareciendo en aquellos clubes de barrio o de pueblos del interior, donde los aros y las líneas despintadas esperan.


Hasta aquí lo perceptible. Pero hay un plus que tiene el jugador argentino, que es difícil de encontrar en otras latitudes. Una química que lo lleva a jugarse por su par, que emociona.
Ver a Manu Ginóbili viajar a China, para darse ese abrazo inolvidable con Scola y alentar en la final, es una postal que a todo deportista emociona. Es que en definitiva esta generación eSCOLAr ha logrado volver a sensibilizarnos con los valores, algo de lo cual estamos tan necesitados.
Para los coreanos, nigerianos, rusos, venezolanos, polacos, serbios, franceses que esta selección dejó en el camino y aún frente al inapelable traspié de la final, estos muchachos de celeste y blanco han logrado algo quimérico.


Una fórmula que muchos quisieran patentar pero que es imposible de transferir. y que consiste en materializar aquello que es intangible. Aún hoy no alcanzan a comprender, cómo es posible… hacer visible el alma.

*Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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