La normalidad no existe

ROSA MONTERO

El otro día vi en televisión a Belén Esteban y Jorge Javier Vázquez comentando algo cuyo principio no llegué a escuchar. Vázquez decía: “Allí acuden muchos gays”, o algo parecido. Y Esteban, con aplastante naturalidad, contestó: “Van gays, pero también vamos mucha gente normal”. Vázquez torció el gesto acusando el golpe y puso una cara dificilísima, a medio camino entre la risa y la indignación, o entre hablar o no hacerlo, y al final no dijo nada. Y por consiguiente se quedó varado dentro del sector de los anormales. Es increíble comprobar cómo la homofobia continúa instalada en el inconsciente social a poco que uno rasque ligeramente. Sorprende la incomprensible perdurabilidad de ese prejuicio, sobre todo teniendo en cuenta que otros tabúes se han borrado mucho más fácilmente. Por ejemplo, en la España de hace cincuenta años se pensaba que una mujer que hacía el amor con alguien sin casarse era una puta; pero hoy la inmensa mayoría de los ciudadanos contempla con toda naturalidad las relaciones sexuales extramatrimoniales. De hecho, hoy lo extraordinario (lo anormal) es llegar virgen al matrimonio, tanto en ellos como en ellas. Un 28% de los jóvenes vive en pareja sin casarse y un 30% de los hijos lo son de madre soltera. Todo lo cual no llama en absoluto la atención. En cambio, pese a los indudables y enormes avances que se han hecho en el reconocimiento de los derechos de los homosexuales, se diría que ser gay sigue siendo algo un poco “rarillo” para un montón de gente. Por fortuna, no creo que este prejuicio tenga mucha vida por delante, porque vivimos en un mundo en el que hablar de “lo normal” resulta cada día más obsoleto. Desde el principio de los tiempos el concepto de normalidad ha sido contradictorio y confuso. Siempre se ha entendido como sinónimo de lo habitual, de lo mayoritario, pero en realidad tiene mucho más que ver con lo normativo, con lo obligatorio, con la ley social, sea o no una ley escrita. Y así, aunque en épocas pasadas más monolíticas y represivas la normalidad pareciera algo férreo, luego, si mirabas por debajo de la superficie de las cosas, en la clandestinidad y en el secreto de lo íntimo, comprobabas que los heterodoxos han existido siempre. Incluso en la rígida Inglaterra victoriana había relaciones extramaritales, adulterios, homosexuales o mujeres que se hacían amantes de hombres mucho más jóvenes que ellas, por no salirnos de los temas de la carne. La gloriosa diversidad del ser humano siempre ha existido, aunque a veces haya sido necesario esconderse muchísimo. Si uno acerca la lupa a la sociedad, las diferencias emergen, de la misma manera que una gota de agua aparentemente vacía se revela bajo el microscopio poblada por un hervor de bichos. La normalidad no resiste una mirada atenta, porque la normalidad es algo que no existe. Y lo curioso es que internet se está convirtiendo en una especie de gigantesca lupa que permite ver toda la infinidad de peculiaridades que antes permanecían sepultadas en los fondos sociales. Por ejemplo: uno de los últimos récords de audiencia de la red lo tiene un norteamericano que ha hecho una página para contar las 101 maneras en que puede destrozar el traje de novia de su ex esposa, a la cual sin duda odia y de la que se está vengando de esta manera tan creativa y, por qué no decirlo, tan chiflada. La red, con democrática impavidez e indiferencia, totalmente ajena a cualquier noción de normalidad, da las mismas opciones de expresión a un friki que a un premio Nobel (por cierto, la mayoría de los premios Nobel son bastante frikis, vistos desde cerca) y permite que los distintos se junten y conozcan a través del ciberespacio. Es decir: permite que todos podamos encontrar a un igual al otro lado de la negrura electrónica. ¿Que te comes el pelo a escondidas hasta el punto de que eso se convierte en una tortura para ti? Pues internet te enseña que lo que te ocurre se llama tricotilomanía y te pone en contacto con otras personas a las que les pasa. ¿Que te gusta disfrazarte de perro de peluche para hacer el amor? Pues en la red aprendes que eso es ser un furry y te puedes conectar con más peludos. Por muy rara que sea tu rareza, siempre encontrarás a otros individuos que la comparten, porque los seres humanos somos diferentes pero no tanto. Y todo esto gracias a internet. Ya digo, la palabra normal se está quedando obsoleta. Es un alivio.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios