La peña: Volver, siempre volver, aunque sea con los recuerdos

Los aromas son capaces de llevarnos muy lejos en el tiempo, tan lejos como hayamos vivido momentos inigualables, simples, pero esos que se instalan por siempre.

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Y pensaba en cómo se puede volver a un lugar sin que nos movamos de la ciudad donde vivimos. Porque esos aromas u olores nos hacen viajar tan lejos y tan rápido como nos dé la imaginación para volar sin avión. Recordaba el olor al pan recién horneado en la panadería que estaba camino a la escuela.

Pasábamos cada mañana por el mismo lugar y a las siete salía la primera horneada. Nos parábamos en la vereda y el panadero siempre entendía que los aromas eran tan intensos que se nos hacía agua la boca por el pan caliente.

También el olor a lluvia que según su intensidad era un permiso sin escribir para salir a jugar con los barcos de papel o a mojarnos para sentir la bendición del agua. El olor a lluvia era sinónimo de paseo porque si caía una buena cantidad de agua en una hora íbamos a ver cuánto había crecido el río La Cañada en mi pueblo. Ese río, ahora con un puente bastante largo, era la calma más absoluta durante buena parte del año, donde apenas llevaba un hilito de agua. Pero se convertía en furia los días de tormentas. Se llevaba las enormes piedras como si fueran nuestros barquitos de papel.

El olor a nafta era la puesta en marcha del día de nuestro padre que arrancaba su vieja Estanciera modelo 66.

Ni hablar de las comidas que nos acompañaron toda la vida. Los domingos no había horarios para los juegos. El llamado a comer eran los aromas de lo que se cocinaba en casa. Empanadas o asado eran una invitación a lavarse las manos y volar a la mesa.

O cuando en casa se encendía el fuego para el calefón a leña. Esa era la señal para ir a bañarnos.

Los aromas implican volver. Siempre, aunque sea con la imaginación, porque lo que vivimos en la infancia no se nos olvida jamás. Volver es sentir la maravillosa sensación de llevar todo eso en la sangre.