La política sobre todo

Actualizado a las 20:26

Como suele suceder hoy en día, la tragedia de Cromañón no tardó un solo minuto en politizarse. Desde el presidente de la República que, al enterarse de lo que había sucedido, decidió mantener un silencio de radio de cinco días para después atacar a la prensa por amarillista, hasta el puntero de barrio más rudimentario, en seguida casi todos se pusieron a intentar ya asegurar que no los perjudicara el desastre, ya sacar provecho de él para incomodar a sus rivales. Pues bien: ayer el drama político nada digno que desató el sujeto que disparó una bengala en un lugar cerrado hecho de materiales muy combustibles culminó con la remoción, por un voto, del ya suspendido y ahora ex jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra.

Como suele suceder hoy en día, la tragedia de Cromañón no tardó un solo minuto en politizarse. Desde el presidente de la República que, al enterarse de lo que había sucedido, decidió mantener un silencio de radio de cinco días para después atacar a la prensa por amarillista, hasta el puntero de barrio más rudimentario, en seguida casi todos se pusieron a intentar ya asegurar que no los perjudicara el desastre, ya sacar provecho de él para incomodar a sus rivales. Pues bien: ayer el drama político nada digno que desató el sujeto que disparó una bengala en un lugar cerrado hecho de materiales muy combustibles culminó con la remoción, por un voto, del ya suspendido y ahora ex jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra.

Aunque nunca hubo duda alguna de que por su función Ibarra era el responsable formal de las deficiencias administrativas que hicieron más probable que se produjera una catástrofe como la supuesta por el incendio que provocó la muerte de casi doscientas personas en la discoteca Cromañón, esto no quiere decir que haya sido razonable destituirlo a causa de una calamidad que, en vista del escaso respeto por los reglamentos que siempre ha caracterizado a los empresarios de «la noche» y de la costumbre de ciertos funcionarios a complacerlos, pudo haberse dado en cualquier momento cuando otros estaban a cargo de la comuna. Tampoco hay motivos para suponer que la decisión de echar al intendente signifique que en adelante sus sucesores, y sus homólogos en otros centros urbanos, presten más atención a sus deberes administrativos que a los juegos políticos y debates ideológicos bizantinos que para la mayoría son mucho más importantes. Para que ello sucediera, sería necesaria una reforma integral del sistema político que, huelga decirlo, no está en los planes de nadie.

A pesar de los esfuerzos denodados de los muchos adversarios de Ibarra por encontrar vínculos directos entre lo que hizo o no hizo y el incendio en Cromañón, lo único que se ha podido establecer es que la administración de la Capital Federal no ha mejorado mucho en el transcurso de su gestión. Sin embargo, por motivos que en la mayoría de los casos habrán tenido mucho más que ver con los intereses de los diputados porteños y de sus jefes partidarios que con un análisis objetivo de las causas de lo que ocurrió aquel 31 de diciembre, más de dos tercios de los integrantes de la Sala Juzgadora de la Legislatura llegaron a la conclusión de que le correspondió a Ibarra pagar casi todos los costos políticos de la tragedia, motivo por el que optaron por removerlo de su cargo. ¿Se hizo justicia? Desde el punto de vista de los deudos que insistían en que la pérdida trágica de tantas vidas significara que alguien importante tendría que caer, podría decirse que sí, pero puesto que el resultado final de la votación puede atribuirse a meses de presiones y contrapresiones, intrigas y maniobras por parte de todos los involucrados, habrá muchos que no compartirán su opinión. Antes bien, supondrán que Ibarra fue víctima no tanto de su propia impericia cuanto de la relación de fuerzas políticas actual en la Capital.

Luego del hundimiento de la Alianza, Ibarra se las ingenió para convertirse en kirchnerista, de ahí el apoyo que recibió del gobierno nacional y la oposición previsible de macristas y aristas que quieren frenar «el proyecto» personal del presidente y por lo tanto aprovecharían una oportunidad muy buena para hacerlo. Desgraciadamente para Ibarra, en la Ciudad que administraba los macristas y aristas pesan más que los comprometidos con Néstor Kirchner y su esposa, los que, por su parte, empleaban, sin mucho éxito, el poder que supieron construir al amenazar con «castigar» a aquellos legisladores porteños que se negaran a votar a favor del intendente. Mientras tanto, ciertos familiares de las víctimas del incendio hicieron cuanto pudieron por intimidar a los legisladores que a su juicio podrían «traicionarlos», llegando en algunas ocasiones a protagonizar actos de violencia totalmente inadmisibles en una sociedad respetuosa de la ley, reforzando así la impresión de que en última instancia el destino del ex jefe porteño fue decidido no por la Justicia sino en gran medida por la calle.


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