La sala de los espejos de la inmigración

COLUMNISTAS

A los dos lados del Atlántico, las políticas antiinmigración están socavando las democracias y dañando vidas. Los partidos nacionalistas de extrema derecha están cobrando fuerza en Europa, mientras millones de inmigrantes indocumentados sufren en la sombra. En Estados Unidos, el presidente Barack Obama, preocupado por la capacidad de su partido para conservar el control del Senado, ha decidido aplazar la reforma de la inmigración hasta después de las elecciones de noviembre.

Sin embargo, ése puede ser un planteamiento equivocado. Una nueva encuesta de opinión del Fondo Marshall Alemán (FMA) ha revelado que el sentimiento antiinmigración se debe en gran medida a falta de información, no a una animadversión arraigada.

La conclusión más importante de la encuesta Tendencias Transatlánticas del FMA es que, cuando a las personas se les ofrecen los datos más básicos, la preocupación por la inmigración se reduce en gran medida. Por ejemplo, cuando se les preguntó si había demasiados inmigrantes en su país, el 38% de los americanos encuestados asintió, pero cuando, antes de formular la pregunta, se les dijo cuántos extranjeros residían en realidad en Estados Unidos, sus opiniones cambiaron en gran medida: sólo el 21% respondió que había demasiados.

Lo mismo ocurrió en un país tras otro. En el Reino Unido, el 54% de los que respondieron dijo que había demasiados inmigrantes; ese número se redujo al 31% entre aquellos a quienes se les ofrecieron los datos sobre los extranjeros. En Grecia, el 58% pasó a ser el 27%; en Italia pasó del 44 al 22% y así sucesivamente. Los únicos países sin ese desfase fueron los que tienen muy poca emigración, como Polonia, o los que celebran un debate político más abierto, informado y progresista, como Suecia y Alemania.

Otras encuestas han revelado extraordinarias imprecisiones en las opiniones sobre los inmigrantes. En muchos países desarrollados, por ejemplo, el público cree que hay tres veces más migrantes residentes en su país que los que hay en realidad. El británico medio cree que el 34% de los residentes en el Reino Unido son extranjeros; el número verdadero es 11%.

Esas distorsiones desaparecen en los países en los que se afrontan abiertamente los problemas de la inmigración, se debaten racionalmente y se abordan con convicción. El sueco medio, por ejemplo, cree que el 18% de la población del país está compuesto de inmigrantes; el número real es de casi el 13%. A consecuencia de ello, el populismo en esas sociedades no va en aumento y los políticos de los partidos mayoritarios no vilipendian a las minorías ni a los inmigrantes.

Se trata de una prueba sólida de que el debate y la formulación de políticas basadas en la realidad pueden transformar fundamentalmente la dinámica política negativa creada por la inmigración. También índica que, al no explicar a los votantes la realidad de la migración, los políticos de los partidos mayoritarios de Europa están creando apoyo para los partidos extremistas. Esa herida política autoinfligida es extraordinariamente peligrosa.

La encuesta Tendencias Transatlánticas muestra también que el público americano no está preocupado por la inmigración legal, mientras que dos terceras partes creen que los hijos de inmigrantes están bien integrados en sus comunidades. Esas conclusiones deben animar a las autoridades a mostrarse más proactivas a la hora de formular vías para la migración legal y políticas encaminadas a integrar a los inmigrantes.

Aun en el caso de los inmigrantes ilegales, si bien los ciudadanos de Estados Unidos expresan preocupación, se muestran más razonables que sus dirigentes políticos respecto de cómo resolver el problema. Una pluralidad de americanos encuestados por el FMA, por ejemplo, dijo que se debía permitir a los inmigrantes ilegales obtener una situación legal.

Un planteamiento deliberativo para explicar al público otros aspectos de la migración podría contribuir también a mitigar el sentimiento antiinmigración. Por ejemplo, investigaciones recientes hechas en varios países muestran que los inmigrantes en conjunto contribuyen más económicamente a sus comunidades de lo que reciben. En Alemania, un estudio de la Fundación Bertelsmann, que se hará público el mes próximo, muestra que la contribución fiscal neta por migrante ascendió a 4.260 dólares en el 2012. Ese dato desmiente la opinión establecida de que los migrantes son una carga para los servicios públicos.

Naturalmente, la migración crea problemas reales para las comunidades y puede provocar pérdidas de empleo y salarios menores para los trabajadores nativos, pero también a ese respecto el problema es la falta de atención de esas cuestiones, no necesariamente la presencia de migrantes.

La de aplicar políticas sólidas de reciclaje, por ejemplo, sería una forma mejor de contrarrestar esos efectos adversos que la de pedir deportaciones en masa. Ésa es una razón por la que los sindicatos, que en otros tiempos se oponían a la inmigración en general, se muestran ahora mucho más partidarios de medidas que legalicen a los trabajadores indocumentados y creen más vías para la migración.

Un debate público con conocimiento de causa es el sine qua non de un sistema político democrático. A falta de él, prevalecen los prejuicios y el populismo. El debate sobre la inmigración nunca será fácil, pero, si sus participantes examinan los datos, puede llegar a ser menos tendencioso y más deliberativo.

PETER SUTHERLAND

Project Syndicate

Presidente de la London School of Economics y representante especial del secretario general de las Naciones Unidas para la Migración Internacional y el Desarrollo

PETER SUTHERLAND


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