La venganza del amanuense

Uno de los oficios que con más frecuencia Roberto Alifano utiliza para definirse, y que aparece con persistente frecuencia en sus entrevistas es el de amanuense de Borges. No es poco: de ser así, Alifano es responsable de haber escrito a mano, haber copiado y puesto en limpio los textos que se le dictaban, hayan sido éstos originales o traducciones. No debe haber sido una tarea menor si, como él mismo lo dijo, se desarrolló durante diez años, desde 1974, cuando la revista Siete Días le encargó una nota que parece haber durado hasta la muerte de Borges. Alifano tuvo el privilegio de haber estado siempre próximo a grandes poetas: en su adolescencia en Escobar, cerca de Tilo Wenner y, a través de él, con el español Arturo Cuadrado, un español oficial del ejército republicano sobreviviente de la generación del 27, fundador de las editoriales Emecé y Botella al mar. Lo que sigue es conocido: Neruda en Chile cuando era corresponsal de La Opinión, y de vuelta en Buenos Aires, a Raúl González Tuñón, Leopoldo Marechal, las hermanas Ocampo. Y tantos. Alifano pertenece a los bienes gananciales que no quedaron con María Kodama. Integra el bando de Bioy Casares y las hermanas Ocampo, de Norah Borges, quizás de Leonor Acevedo, de Fanny, de Alejandro Vaccaro y la Asociación Borgesiana –¿por qué no la Asociación Borges?–, de los que están en la tercera etapa de la revista Proa. Pero también sobreviven ecos del gran poeta en el amanuense, de la misma manera que Pound perdura en Eliot o Rimbaud, el adolescente fugitivo, en Verlaine. La cadencia de los versos, el privilegio de los sustantivos por sobre el adjetivo que en castellano siempre es resbaladizo, la acción y el gusto por la historia y por los reflejos de esos hechos, hacen del poeta nuevo un espejo en las sombras de la ceguera, un rastro sobre el mar, un poema que contiene los poemas del Otro, de Borges, y los evocan desde esta orilla porque el nombre contiene el destino. Por ejemplo, de “Los números”: HAY COSAS que no mide el fiel espejo: el eco de algún sueño en tu memoria, la línea escrupulosa de una historia sin futuro, sin luz o sin reflejo. Del otro lado de la sombra, un nombre te recuerda una lágrima remota que se repite en el espejo y brota inevitable por tu rostro de hombre. Hay cosas que sí mide el cruel espejo: la angustia o el temor a ese momento, que también es la herida de un perplejo silencio que te hunde en el tormento. Y en una dilatada noche oscura, tu sueño el duro espejo transfigura.

Gerardo Burton


Uno de los oficios que con más frecuencia Roberto Alifano utiliza para definirse, y que aparece con persistente frecuencia en sus entrevistas es el de amanuense de Borges. No es poco: de ser así, Alifano es responsable de haber escrito a mano, haber copiado y puesto en limpio los textos que se le dictaban, hayan sido éstos originales o traducciones. No debe haber sido una tarea menor si, como él mismo lo dijo, se desarrolló durante diez años, desde 1974, cuando la revista Siete Días le encargó una nota que parece haber durado hasta la muerte de Borges. Alifano tuvo el privilegio de haber estado siempre próximo a grandes poetas: en su adolescencia en Escobar, cerca de Tilo Wenner y, a través de él, con el español Arturo Cuadrado, un español oficial del ejército republicano sobreviviente de la generación del 27, fundador de las editoriales Emecé y Botella al mar. Lo que sigue es conocido: Neruda en Chile cuando era corresponsal de La Opinión, y de vuelta en Buenos Aires, a Raúl González Tuñón, Leopoldo Marechal, las hermanas Ocampo. Y tantos. Alifano pertenece a los bienes gananciales que no quedaron con María Kodama. Integra el bando de Bioy Casares y las hermanas Ocampo, de Norah Borges, quizás de Leonor Acevedo, de Fanny, de Alejandro Vaccaro y la Asociación Borgesiana –¿por qué no la Asociación Borges?–, de los que están en la tercera etapa de la revista Proa. Pero también sobreviven ecos del gran poeta en el amanuense, de la misma manera que Pound perdura en Eliot o Rimbaud, el adolescente fugitivo, en Verlaine. La cadencia de los versos, el privilegio de los sustantivos por sobre el adjetivo que en castellano siempre es resbaladizo, la acción y el gusto por la historia y por los reflejos de esos hechos, hacen del poeta nuevo un espejo en las sombras de la ceguera, un rastro sobre el mar, un poema que contiene los poemas del Otro, de Borges, y los evocan desde esta orilla porque el nombre contiene el destino. Por ejemplo, de “Los números”: HAY COSAS que no mide el fiel espejo: el eco de algún sueño en tu memoria, la línea escrupulosa de una historia sin futuro, sin luz o sin reflejo. Del otro lado de la sombra, un nombre te recuerda una lágrima remota que se repite en el espejo y brota inevitable por tu rostro de hombre. Hay cosas que sí mide el cruel espejo: la angustia o el temor a ese momento, que también es la herida de un perplejo silencio que te hunde en el tormento. Y en una dilatada noche oscura, tu sueño el duro espejo transfigura.

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