Las cerezas y una enorme oportunidad para el Alto Valle

La crisis que atraviesa la fruticultura en la región lleva 25 años. Frente a ello, la cereza se presenta como una oportunidad rentable, posible y con alto potencial de crecimiento.

La certeza de un horizonte previsible, que permita planificar, invertir y crecer. De ello carece la fruticultura en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén desde hace décadas.
La crisis del sector inició hace al menos 25 años, y el declive progresivo de la actividad, nuca se detuvo. En el camino, hubo épocas de auge y recesión, y gobiernos aperturistas o proclives a la protección, pero la crisis frutícola avanzó sin piedad con los históricos actores del sector, los productores. Las estadísticas más fiables indican que en la épca de auge, el Alto Valle contaba con 6.000 productores independientes y alrrededor de 300 galpones de empaque. En la actualidad, solo sobreviven 400 productores, en especial aquellos que han logrado integración vertical en el proceso de producción.
Es en ese cuadro de situación, que emerge una oportunidad de reconversión, con excelentes resultados hasta el momento, con un formidable potencial de crecimiento, y una experiencia de éxito muy ceracana que sirve como espejo. Se trata de las cerezas.

La cereza es hoy un negocio con rentabilidad, de los poco que hay asociados a las economías regionales en el país. Las perspectivas de crecimiento son reales, dado que la demanda de este tipo de productos en los mercados internacionales es creciente, sobre todo en los países asiáticos.

Anibal Caminiti – Gerente Ejecutivo (CAPCI)


De manera notable, al mismo tiempo que la producción y las cantidades exportadas de fruta tradicional caen sin pausa en argentina, los volúmenes de cereza se incrementan a un ritmo estable cada año. Por condiciones climáticas, logística, potencial de las tierras, y el know how que ya existe en el sector productivo de la región, la cereza es un cultivo que con adecuada planificación, asistencia financiera y políticas públicas acordes, permitiría reconvertir las chacras en espacios de alta competitividad para los mercados internacionales.
En este sentido, Chile es el modelo a imitar. En base a una planificación central, inversión público-privada y políticas de largo plazo, el país trasandino logró en menos de una década posicionarse en el top five de los productores mundiales de cereza. En la temporada 2005/2006, las exportaciones chilenas de cereza alcanzaron las 21.300 toneladas. Hacia el año 2018, la cifra se elevó hasta las 180.000 toneladas. Un crecimiento exponencial que llega al 745% en solo doce años.


La dinámica chilena luce inverosimil para Argentina, un país donde la inestabilidad cíclica es la principal característica de la economía, y donde planificar a largo plazo pareciera imposible.
No obstante, los datos de la producción de cereza en Argentina, muestran en la última década, un crecimiento que invita a la ilusión.
El primer infograma que acompaña la nota, muestra que la producción argentina de cerezas se concentra en las provincias de Mendoza, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz. En conjunto, Río Negro y Neuquén concentran el 44% de la producción nacional. En la última temporada, el sector exportó 4.600 toneladas, por un valor de u$s21 millones.


Anibal Caminiti es Gerente Ejecutivo de la Cámara Argentina de Productores de Cereza Integrados (Capci). En diálogo con PULSO, analizó el momento que vive la actividad esta temporada y valoró el potencial de crecimiento que presenta la actividad.
“La dinámica de la presente temporada es buena, y seguramente lograremos incrementar los volúmenes exportados respecto al año anterior, indicó respecto a la cosecha que acaba de comenzar la semana pasada.
“La cereza es hoy un negocio con rentabilidad, de los poco que hay asociados a las economías regionales en el país. Las perspectivas de crecimiento son reales, dado que la demanda de este tipo de productos en los mercados internacionales es creciente, sobre todo en los países asiáticos. En China puntualmente, el techo de crecimiento en la demanda, hoy no se avizora”, manifestó Caminiti respecto al potencial de la actividad.
El segundo gráfico que acompaña la nota, refleja con claridad el contraste entre la involución de los volúmenes exportados de fruta tradicional, y la evolución de los volúmenes de cereza vendidos al exterior. Los datos muestran que entre 2007 y 2017, las exportaciones de manzana pasaron de 1.200.000 toneladas a 800.000 toneladas. Una caída del 35%. En el mismo lapso, las ventas de pomelo, mandarina y limón, siguieron una tendencia similar. En total, durante la última década, los volúmenes de fruta exportados por Argentina cayeron un 50%, lo que equivale a unas 750.000 toneladas.


Al mismo tiempo, el crecimiento de la producción y exportación de cerezas, es evidente. Hacia el año 2009, Argentina exportaba 1.739 toneladas de cereza. Llegado el año 2018, las ventas de cerezas argentinas al exterior, alcanzaron las 4.970 toneladas. Un incremento del 185%.
Naturalmente, reconvertir los establecimientos productivos, quitando los frutales tradicionales y reimplantando con nuevos cultivos, no es sencillo, requiere espalda económica para esperar los primeros resultados, asistencia financiera para invertir e incorporar tecnología, políticas públicas de acompañamiento, y condiciones económicas estables en un horizonte de mediano plazo.
Según Caminiti, la apuesta a la cereza puede operar hoy como una combinación adecuada en conjunto con la producción tradicional, a fin de lograr que cierre la ecuación económica. “Las cerezas son un buen complemento o una posibilidad de recambio para algunas explotaciones frutícolas tradicionales de la región que no encuentran rentabilidad”, indicó el especialista.
Vale decir, que tanto las carácterísticas de un producto fino y de estación como la cereza, como la dinámica del mercado internacional para dicho producto, son muy disímiles respecto a las que son propias de la manzana o de la pera.
En efecto, la cereza es un producto de contra estación. Es decir que la oferta se concentra en el hemisferio norte en una época del año, y en el hemisferio sur en el resto del año. Sin embargo, la cereza es de los pocos productos en los que no se logra completar el ciclo anual. Es decir que aun quedan meses del año en los que no hay producción para satisfacer la demanda global. Ello genera mayores precios al momento de exportar.
Al mismo tiempo, es un producto que a diferencia de los frutos de pepita, no se puede almacenar en frío, lo que configura una temporada corta e intensa de entre 40 a 50 días, en la que la cosecha se levanta, se envala, y se despacha a destino.
Las perspectivas son positivas si se tiene en cuenta al menos tres factores. El primero es que la demanda global tiene capacidad para absorber todo el crecimiento potencial de la oferta, y más si se tiene en cuenta que Argentina aún es un actor pequeño en el mercado global. El segundo es que si bien la reconversión requiere tiempo e inversión, la estrcutura de lógística, distribución y comercialización, está pordemás aceitada en nuestra región. Tercero, los resultados que obtienen los productores que han hecho punta en la reconversión productiva hacia la cereza, son por demás positivos. En efecto, el ritmo de crecimiento anual que muestra la acrtividad, es del orden del 13% anual.
Desde Capci, estiman que la temporada 2019/2020 será récord de producción y exportación, y que las ventas al exterior superarán las 5.000 toneladas.
Oportunidad es la mejor palabra para describir a las cerezas. Una oportunidad más de las tantas que las economías regionales han tenido en Argentina a lo largo de su rica historia.

En números

121%
Lo que crecieron las exportaciones argentinas de cereza entre el año 2015 y el 2018.
4.970
Las toneladas de cerezas exportadas por Argentina en la última temporada.

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