El libro del mes, «Tarántula»: la infancia, la identidad y los temas prohibidos de Eduardo Halfon
Los tres ejes principales en los que gravita la galaxia Halfon, esos libros que van armando un proyecto literario mientras encajan las piezas de una vida, que puede ser la suya.
Eduardo Halfon, el autor del libro del mes, “Tarántula”, es un viaje de ida. Una vez leído uno de sus libros -cualquiera de ellos- , es necesario seguir, volver, seguir, porque sus libros dialogan entre ellos, y las piezas se van uniendo.
Hay, en ese puzzle, una prosa siempre transparente y directa, nunca excesiva, el trabajo de un orfebre meticuloso, que busca las aleaciones entre dos metales preciosos: la realidad y la ficción. Y hay, en ese labrado, algunas cuestiones que vuelven en sus libros -otra vez, a cualquiera de ellos-: la identidad, la infancia, y una historia secreta que no debería ser divulgada.
Por partes: la infancia de Eduardo Halfon. Ese hombre que nació en Guatemala, en una familia de origen judío polaco y árabe, que a los diez años emigró con su familia a Estados Unidos, que luego volvió a Guatemala, que luego vivió en Francia y que ahora vive en Berlín, regresa siempre a ese punto medular. Como dijo la poeta Louise Glück, “Miramos el mundo una vez, en la infancia/El resto es memoria”. Ese lugar, la infancia, es el centro del universo, o más bien el centro de su patria: la literatura.
Lo dicho: en «Tarántula» regresa a un campamento que se vuelve siniestro en la mañana del cuarto día, cuando el narrador -un Eduardo Halfon que puede ser él mismo, que puede ser ficción- tiene apenas 13 años. Pero la infancia y ese recuerdo en particular, es el epicentro que le permite hablar de sus otros temas recurrentes: la identidad, la historia «prohibida».
De esto no se habla
Halfon pone el dedo en la llaga, siempre. Así como en «Tarántula», la historia del campamento puede ser «molesta», otros de sus libros, «Duelo», nace justamente de una prohibición. «Usted no escribirá nada sobre esto, me preguntó o me ordenó mi papá, su índice elevado, su tono a medio camino entre súplica y mandamiento. Pensé en responderle que un escritor nunca sabe de qué escribirá, que un escritor no elige sus historias sino que éstas lo eligen a él, que un escritor no es más que una hoja seca en el soplo de su propia narrativa. Pero por suerte no dije nada. Usted no escribirá nada sobre esto, repitió mi papá, su tono ahora más fuerte, casi autoritario. Sentí el peso de sus palabras. Por supuesto que no, le dije, quizás sincero, o quizás ya sabiendo que ninguna historia es imperativa, ninguna historia necesaria, salvo aquellas que alguien nos prohíbe contar», escribe, y avisa, en este libro en el que el duelo no sólo es el combate que se inicia con el nacimiento de un hermano sino también el luto por una muerte, en este caso la de Salomón, el hermano del padre que no quiere que escriba.

Un libro al mes: «Tarántula», de Eduardo Halfon
Entonces, lo prohibido: «La mayoría de mis libros surgen de una prohibición. Hay algo en lo tabú que me llama poderosamente la atención», dijo Halfon más de una vez. Hay pruebas de que le atrae: «El boxeador polaco» (2008) es una historia privada de la familia, del abuelo en Auschwitz; «Monasterio» (2014) es la historia «del matrimonio ortodoxo de mi hermana, que no debía de haber hecho pública»; en «Duelo» (2017), «es prohibido hablar del niño que hubiese sido el hermano mayor de mi padre y de su muerte»; y «Canción» (2021), es la historia prohibida de un secuestro. Todos libros que forman parte del proyecto Halfon, del puzzle que se va armando publicación tras publicación.

El tercer ingrediente que enhebra Halfon es la identidad. La identidad, en Halfon, estará en el centro de todo, pero siempre puesta en duda, siempre parada en la cuerda floja, siempre a punto de ser abandonada y reencontrada. «Yo sigo fuera de Guatemala. Me alejan la inseguridad, la violencia, la pobreza. Es un país que me atrae y me expulsa al mismo tiempo. Lo mismo puedo decir del judaísmo. Yo me fui del judaísmo. Me fui. Renuncié. No sé qué verbo usar, pero desde la adolescencia, después del bar-mitzvah empecé a alejarme. Le dije a mi familia que yo ya no iba a ir a ningún evento judío, que renunciaba a ser un judío practicante. Mi madre lloró dos años. Mi abuelo no entendía: imagínate decirle eso a un sobreviviente del Holocausto. No fue sino hasta que entré a la literatura, hasta que empecé a escribir, que empecé a buscar mi camino de vuelta hacia estos dos grandes temas, pero a buscarlo a través de la escritura, a través de historias. No el judaísmo como práctica y no el país de Guatemala para vivir, sino el judaísmo y Guatemala de mi memoria, de mi infancia», dijo Halfon la última vez que estuvo en la Argentina, durante la Feria del Libro, adonde vino a presentar «Tarántula».
De todo eso, de ese punto de anclaje en la infancia, en la identidad y en las historias que alguien quiere que no cuente, hablará el propio autor, en la próxima entrega del Libro del mes.
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