Reseña: «La segunda venida de Hilda Bustamante», cuando la vida da un tiempo extra

Antes de los cuentos "Querer es perder", la jujeña Salomé Esper publicó "La segunda venida de Hilda Bustamante". Fue su primera novela, y se convirtió en un boom.

«La segunda venida de Hilda Bustamante», la primera novela de Salomé Esper, editada por Sigilo, en 2023, cuenta una historia ubicada en alguna ciudad pequeña del norte argentino. Podría ser Jujuy, donde nació la autora. Pero podría ser cualquier ciudad del interior del país. Una de esas ciudades en las que la gente se conoce, en la que el vecino puede volverse un familiar.

Y allí, en esa geografía y en ese pueblo aún tranquilo, se produce un milagro: tras casi un año enterrada, Hilda, que murió a los 79 años, resucita. Despierta en su tumba, la boca llena de gusanos, asombrada por la situación, aletargada como si acabara de despertarse de una larga siesta. Ese comienzo, que podría iniciar un relato de zombies (que no es) tiene la ternura, la gracia y el disparate suficiente como para pintar la aldea y trazar en pocas líneas un perfil de Hilda.

En pocas páginas, Salomé Esper pinta la aldea: se sabe que Álvaro, su marido, un año menor que ella, la extraña cada día desde que murió, que muchas veces quiso dormir todo este tiempo para acortar la espera de reunirse con ella; que ella lo traicionó una vez con Genaro, hace ya muchos años, y por una buena causa aunque le rompió el corazón a su esposo; que sus vecinas, Gabriela y la pequeña Amelia se transformaron en familia gracias a la determinación, y el instinto noble de Hilda; que las amigas, las «chicas de las Devotas», saben que tras la aparente cáscara dura de esa mujer que sabe guardar secretos y observar mejor que nadie, hay amor del más puro.

Así que después de causar cierto estrago en la iglesia, Hilda vuelve a su casa, a su Álvaro amado.»Ellos se miraron como si no existiera nada más a su alrededor. Después de ese momento todo fue más o menos parecido a la historia de cualquier otra relación amorosa sobre la faz de la Tierra: citas, promesas, desencuentros, compromisos, entusiasmos breves, tristezas, peleas, tristezas más agudas, muerte, entierro, desentierro, correr hasta la iglesia, colgarse del campanario, hacer estallar los vidrios de toda la ciudad aun sin saberlo y tocar a la puerta con la determinación de una persona que no sabe si está muerta o si está viva pero que extraña y no tiene adónde ir».

Hilda vuelve. Pero no hay aquí una segunda oportunidad en el sentido heroico. No es el regreso de alguien que quiere vengar la maldad del mundo, ni hacer en su segunda función en este mundo algo demasiado especial. La de Hilda, la de sus amigas, la de sus vecinas, no son vidas extraordinarias. Son vidas como las de cualquiera de nosotros: con penas amargas, con secretos, con algunos fracasos dolorosos y callados, con pequeñas batallas que parecen ínfimas (como la de Susana, que le gana al tiempo y a la religión, leyendo sus policiales sentada en el banco de la Iglesia), pero que lo son todo.

Como escribe Esper: ”(…)se sonríe con lástima al pensar en lo difícil que resultará mantener esta vida en secreto cuando la vida de antes nunca tuvo algo especial, una vida promedio y una muerte promedio interrumpida por el milagro”.

Pero, en definitiva, aunque sean vidas promedio, están llenas de momentos extraordinarios marcados por el amor, por esas relaciones que aparecen casualmente en la vida pero que marcan el pulso de lo cotidiano. La relación de Hilda y Álvaro con las vecinas, la pequeña Amelia y su mamá Gabriela, que arranca con el dolor punzante de Hilda por no poder tener hijos y termina transfigurado en el cariño de dos abuelos postizos; el deseo «práctico» por Genaro; la capacidad de observación del otro en su dolor, sus miedos, sus anhelos y la capacidad también de guardar esos secretos sin convertirlos en una masa informe de chismes; la amistad; el tejido discreto de atención de las Devotas que siguieron yendo a ver a Álvaro; las pequeñas delicias del pueblo chico/infierno grande.

Esta es una bella historia sobre el duelo. No hay revanchas en la segunda venida de Hilda, pero si hay un tránsito más amable del que la vida suele darnos cuando alguien muere de repente y se entiende que el para siempre cobra la dimensión real de «para siempre». Aquí, la despedida es más suave. Y el lazo, tierno y firme a la vez, que une a la pequeña Amelia con su «abuela», no se disuelve. Se hace férreo en unos mensajes inolvidables, que dejan con una sonrisa calma, dulce.


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