Lectura recomendada: “El asco”, de Castellanos Moya

Aunque poco conocido, el autor nacido en Honduras pero criado en El Salvador ha sido largamente premiado por su obra y este libro en particular le valió amenazas de muerte y el exilio. Con un humor corrosivo, critica sin piedad a la sociedad salvadoreña.

Por Cecilia Boggio

¡Qué libro y qué tapa! No se asusten, lo comentaré porque quiero hacerles conocer a su autor, Horacio Castellanos Moya, un escritor que nació en Honduras, se crió en El Salvador y desde la publicación de este libro en 1997, cuando fue amenazado de muerte, vive en el exilio.
Traducido a doce idiomas, en el año 2014 Chile le otorgó el Premio Narrativa Manuel Rojas por el conjunto de su obra.


“El Asco” con el subtítulo “Thomas Bernhad en San Salvador” es una novela de tan solo 139 páginas publicada en Argentina por Tusquets en el 2014.
Edgardo Vega, que al comienzo parece el narrador, reside desde hace dieciocho años en Canadá.
Se fue cuando tenía veinte. Allí es catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Mac Gill.

Su madre cada vez que lo visitaba le insistía en que volviera aunque fuera para asistir a su entierro. Como se lo había prometido, viaja hacia su país al enterarse de su muerte.
Luego de varios días en la ciudad de San Salvador, invita a Moya, un ex compañero del secundario, a tomar una copa en La Lumbre, un bar restaurante no es bien visto por una sociedad pacata.


Ha debido quedarse más tiempo del que pensaba en el país por los papeles que tiene que firmar para que se pueda vender la casa de su madre.
La novela empieza cuando Tamayo llega a La Lumbre y Vega comienza su largo y torrencial monólogo en el cual denuncia, según su criterio, la atroz situación en que encuentra a la sociedad salvadoreña y lo insoportable que se le hace la espera del regreso.

Nada queda afuera


No habrá nada que deje de criticar acerbamente.
Lo hace tanto con su único hermano y su familia, porque él solo intenta ganar más dinero con la fabricación de copias de llaves, ella que lo único que lee son las sociales de los periódicos o revistas de modas, los niños no leen, solo miran televisión, se escandaliza porque en la casa hay tres aparatos siempre encendidos, aún cuando almuerzan o cenan solo mirando la pantalla.
Sigue la dura crítica a todos los demás estamentos: hacia gobernantes, ex guerrilleros, y los militares que han sobrevivido a los diez años de guerra civil. Los primeros con fuerzas del orden más autoritaria aún, los segundos incorporados a ella o conductores de taxis y viejos autobuses.


También critica el papel de la Iglesia en la sociedad; a los políticos tan salvajemente ignorantes, incapaces de seguir un debate de ideas ni de pronunciar un discurso coherente en voz alta; a los medios de comunicación, es especial a los únicos dos periódicos, cuyas editoriales obtusas solo denuncian a Bill Clinton como comunista y a la ONU también; a los lectores cuya miseria intelectual les hace comprarlos para hojear los anuncios y las ofertas.
Tampoco se salva la medicina y los médicos que no escuchan al paciente y piden redituables estudios innecesarios.
Ni hablar de la educación, en especial de la universitaria.
En una ciudad de un millón y medio de habitantes hay cerca de cincuenta universidades privadas, mientras que el antiguo edificio de la Universidad Estatal del San Salvador se ha convertido en una ruina habitada por indigentes.
La ciudad, sus calles sucias, la gente que arroja los residuos por cualquier lado, los parques convertidos en potreros, nada se salva de la crítica de Edgardo Vega.
Los lugares de esparcimiento, en especial los boliches bailables, su música y la falta de higiene en los baños.
También critica la cultura-moscardón cuyo único horizonte es el presente porque se le niega la palabra escrita, se desconoce la música clásica y ni hablar de literatura salvadoreña,
Vega hace una lectura descalificadora de Salarrué o Roque Dalton, termina sosteniendo que esa calamidad evidencia la ignominia ideológica en la que vive el pueblo.
El texto es sin duda una diatriba, insisto torrencial, con el humor corrosivo de un hombre que tiene pasaporte canadiense.
Cuando lo sacó, decidió cambiase el nombre y el apellido. Elegió Thomas Bernhard, el del famoso y duro escritor austríaco, del que se declara admirador.
La novela no es un largo monólogo, sino que parece la transcripción de un conversación donde hay un emisor que no espera respuestas y un oyente que solo nos aclara: “– Me dijo Vega” y así sabemos que es él quien reproduce la larga y catártica charla.

En la advertencia inicial, el autor nos informa que el personaje central existe y reside en Montreal con un nombre distinto tomado de un escritor sajón, que por supuesto no es el al que figura en la novela.
La presente edición de Tusquets incluye al final una extensa y notable nota del escritor chileno Roberto Bolaño y otra del propio Castellano Moya sobre cómo se recibió su libro en El Salvador luego de la publicación y las amenazas de muerte que hubo sobre su persona.
A mí me resultó muy chocante en las primeras páginas, luego entré en el juego de leerlo en clave de humor, sin hacer referencias a realidades cercanas que pudieran molestarme por las semejanzas.
Es una lectura diferente a las habituales, muy bien trabajada, y vale la pena intentar esta experiencia.
En su país ya lleva siete reediciones.


¿Quién es el autor?

Horacio Castellano Moya nació en Tegucigalpa, Honduras, en 1957.
Se crió en El Salvador y ha vivido en distintas ciudades de América y Europa, en especial en la Ciudad de México durante doce años.
Desde hace varios año vive en Estados Unidos. Fue profesor en Pittsburgh, Pensylvania , y ahora reside y trabaja en la Universidad de Iowa.
Publicó ocho novelas entre otras “La diáspora”, “La diabla en el espejo”, “El arma en el hombre”, “La sirvienta y el luchador”,” El sueño del retorno”, “Moronga”. También cuentos y poesía.


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