Londres inventa la ópera con una pinta de cerveza

Una nueva traducción al inglés de la ópera más conocida de Gioacchino Rossini se presenta en un lugar incongruente, la sala trasera de un pub del norte de Londres que ha emergido como la primera nueva ópera de la capital británica en más de 40 años.

“¡Figaro, Figaro, Figaro!”, entona el barítono en la primera escena de “El barbero de Sevilla” ante un centenar de espectadores embelesados que saborean una pinta de cerveza.

Ha sido acortada a dos horas y la acción trasladada a Salisbury, una bella localidad del sur de Inglaterra, y se le ha añadido una buena dosis de humor, en una iniciativa para hace la ópera más accesible, y por una fracción del precio que se paga en los lujosos teatros del centro: 15 libras (24 dólares, 17 euros).

“La ópera continúa teniendo un serio problema de imagen”, explica su directora, Robin Norton-Hale. “Queremos presentarla en este tipo de salas para que la gente pueda experimentar la ópera de una manera totalmente diferente”, agrega en una entrevista con la AFP.

Objetivo cumplido. Cuando las seis personas del elenco empiezan a cantar, sus voces llenan la pequeña sala del King’s Head, pero cuando murmuran también se les oye, lo cual permite al expectador vivir una experiencia única.

“Es extraordinario estar tan cerca de un cantante de ópera y sentir toda la magia de la voz humana”, señala Adam Spreadbury-Maher, el director artístico de la sala.

“Uno se siente casi parte del espectáculo”, coincide una de las espectadoras, Judith Mitchell, quien dice no ser una aficionada a la ópera.

La pequeña sala ofrece también una excelente oportunidad a los cantantes jóvenes para entrenarse.

“Las oportunidades en Londres son muy escasas”, dijo uno de los cantantes, John Savournin, quien considera que este tipo de proyectos permiten “mantener la ópera viva”.

El pub, fundado en el siglo XIX, es una institución en Londres. Su sala trasera fue transformada en teatro en 1970, y en ella actuaron jóvenes que luego se hicieron famosos como Hugh Grant o Tom Stoppard. Ahora, sin embargo, está dedicada únicamente a la música y la ópera.

El contraste con la Royal Opera House, uno de los templos mundiales de la lírica, situado sólo unos kilómetros más al sur, en el céntrico Covent Garden, es evidente.

Allí, una sala decorada de rojo y oro acoge a más de 2.000 personas que pagan hasta 388 libras (610 dólares, 440 euros) por ver actuar a artistas conocidos.

Mientras los cantantes del pub sólo tienen un piano vertical para acompañarles, los de la ópera real están respaldados por una orquesta de categoría mundial para interpretar un libreto completo y en versión original.

Pero la directora de la Royal Opera House, Deborah Bull, elogia esta iniciativa porque permite “mirar esta modalidad artística desde otra óptica”. “Uno sigue viendo una gran obra”, agrega.

La Royal Opera House también está buscando atraer un público más amplio, en el teatro, a través de internet o en proyecciones por todo el país.

Además ha encargado a conocidos artistas sin relación conocida con el género que escriban óperas cortas y contemporáneas para montar en sus salas más pequeñas, como las que presentarán el próximo año el ex Monty Python Terry Jones y el batería del grupo The Police Stewart Copeland.


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