Los conflictos ideológicos fortalecen la democracia
Roberto Samar (*)
Desde importantes sectores de la sociedad circula un discurso basado en la pospolítica, que idealiza la posibilidad de los consensos y que contiene la fantasía de una sociedad unida, sin conflictos y administrada por técnicos. Paralelamente, este discurso asocia de manera negativa la política a la confrontación y a la violencia. A modo de ejemplo, recordemos los mensajes de campaña: “Lo que necesitamos para poder vivir mejor es estar unidos” o “Superemos las diferencias y construyamos la Argentina del ‘Y’”. Según la politóloga Chantal Mouffe, toda política es confrontativa, ya que las identidades son siempre relacionales. Por lo tanto, inevitablemente cuando uno construye una identidad política, hay un “nosotros” en relación a un “otro”, que es una exterioridad. Soy lo que no es el otro. Lo que ocurre con el discurso de la pospolítica es que intenta negar esta diferenciación constitutiva. Busca establecer el ideal de un mundo basado en el consenso, sin diferenciaciones ni conflictos, lo cual es imposible. Sin embargo, según Mouffe, “cuando las fronteras políticas se vuelven difusas, se manifiesta un desafecto hacia los partidos políticos y tiene lugar un crecimiento de otros tipos de identidades colectivas, en torno a formas de identificación nacionalistas, religiosas o étnicas”. En ese sentido, la diferenciación nosotros/ellos es constitutiva de cualquier identidad, ya que toda identidad es relacional. Por lo cual ese ideal de una democracia sin identidades colectivas es irrealizable. Para Mouffe, “cualquier identidad colectiva implica dos: los católicos no se definirían sin los musulmanes; las mujeres sin los hombres. La idea de que se podría llegar a un nosotros inclusivo completamente es impensable teóricamente.” Pero si no hay diferenciación política, en términos de propuestas de gobierno o de pensamientos ideológicos, la diferenciación se establece en términos morales. Esta estructura de pensamiento moral lleva a pensar en antagonismos de amigo/enemigo. El problema es que esta estructura de pensamiento antagonista basada en el opuesto de amigo/enemigo puede debilitar la democracia. Esto se debe a que “el mal” no es un adversario con quien competir, hay que eliminarlo. En ese sentido, para la profesora de Teoría Política, cuando la división social no puede expresarse en términos políticos e ideológicos, las pasiones no pueden ser movilizadas hacia objetivos democráticos y “los antagonismos adoptan formas que pueden amenazar las instituciones democráticas”. Por eso Mouffe propone el agonismo, donde “se establece una relación nosotros/ellos en la cual las partes en conflicto, si bien admitiendo que no existe una solución racional a su conflicto, reconocen sin embargo la legitimidad de sus oponentes”. Como conclusión: no hay que tenerles miedo a la política, a la confrontación o a las disputas de intereses ideológicos. Las expresiones de conflictos políticos demuestran que nuestra democracia esta viva. No hay que suprimir las pasiones ni las identidades colectivas, hay que fortalecer y construir canales democráticos donde canalizarlas, ya que serán herramientas en la construcción de una sociedad más justa y plural. (*) Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Docente de la Universidad Nacional de Río Negro
Roberto Samar (*)
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