Los ecos del Muro

Eduardo Tempone*


El mundo ya no está dividido en dos como en la era de la Guerra Fría sino en varios. Y Europa está atravesada por líneas de fracturas en todos lados y al interior mismo de cada país.


A medida que una multitud eufórica de berlineses de ambos lados de la ciudad, en la noche del 9 de noviembre de 1989, se aliaron y acudieron a la Puerta de Brandemburgo para derribar con martillos y cinceles un muro que costó muertes, separaciones, llanto, hambre y desgarradores exilios, surgió la inevitable pregunta sobre cuál sería el rumbo del mundo luego de su caída. Una pregunta que aún sigue sin respuesta.

Para Alemania, su unificación y el derrumbe del Muro de Berlín fueron por muchos años un sueño, algo inalcanzable.

Tres décadas después, ese mismo día miles de personas caminaron por las calles de la ciudad, esta vez para participar en más de un centenar de actos y festejar la libertad y el fin de una odiosa barrera que dividió, por décadas, a Alemania, Europa y el mundo entero. Se inició así un camino que por aquellos días no fue tan evidente pero que condujo, un año después -el 3 de octubre de 1990- a la reunificación del país.

Como en otros años, la celebración incluyó un gran concierto nocturno -en la histórica Puerta de Brandemburgo- de la Orquesta Staatskapelle dirigida por Daniel Barenboin, precedido por un discurso del presidente federal alemán, Frank-Walter Steinmeier.

Tomó la palabra para elogiar y agradecer, pero también para advertir: “(…) esta noche no se trata solo de los recuerdos de ayer, es sobre nosotros, aquí y ahora. Es sobre la cohesión social de nuestro país”.

Y apuntó a la división persistente entre el este y el oeste de Alemania, a los muros invisibles que aún dividen, a los sentimientos de frustración y odio, a los debates que se desatan sobre la identidad alemana en una era globalizada. Una cuestión que está por todas partes, en las librerías, en los periódicos, en las redes y también en la política.

Hubo una suerte de tensión entre el júbilo relajado en las calles y las palabras del mandatario. ¿Cómo explicarlo?

La revolución pacífica y la reunificación fueron y continúan siendo momentos felices para los alemanes, Europa y el mundo. Pero la historia de la reunificación, en estos casi treinta años, conduce a un momento de profunda introspección colectiva, de comprender y reconocer un proceso que tuvo sus luces y sus sombras.

Tres décadas después, los indicadores sociales y económicos muestran que el este y el oeste del país se acercan cada vez más. La distancia entre los salarios, el crecimiento económico y las infraestructuras se estrechan.

Diferencias

Pero a la vez, esas cuotas de bienestar no se corresponden con la frustración que anida entre buena parte de los habitantes de la antigua RDA, también entre los más jóvenes.

A pesar de que las diferencias se han acortado desde la reunificación, aún existen disparidades entre las regiones que conformaban Alemania occidental y las que integraban la RDA: el ingreso medio mensual de un trabajador en el oeste es de 3.330 euros, mientras que en el este es de 2.690.

Las diferencias de oportunidades de trabajo y progreso se reflejan en la localización de las grandes empresas.

Según el ranking publicado por la revista Forbes de este año, 47 de las 50 mayores empresas alemanas tienen su sede en Alemania occidental. Solo tres de ellas se encuentran en el este; pero en Berlín.

Las transformaciones económicas de comienzos de los noventa exigieron de los alemanes del este un inmenso esfuerzo de adaptación a la nueva realidad. Y muchos alemanes de la antigua RDA se sienten hoy los grandes perdedores de la reunificación.

Una encuesta incluida en el informe que encarga anualmente el Gobierno sobre el balance de la unidad alemana, publicado en septiembre de este año, indica que el 57% de los alemanes orientales se sienten ciudadanos de segunda, y solo el 38% de los encuestados considera que la reunificación ha sido un éxito.

A diferencia de anteriores celebraciones de la caída del Muro, cuando las divisiones parecían cosas del pasado, el ambiente mundial y europeo esta vez está más enrarecido. Los vientos parecen haber cambiado. El mundo ya no está dividido en dos como en la era de la Guerra Fría, sino en varios.

Y Europa está atravesada por líneas de fracturas en todos lados, entre el norte y el sur, entre el este y el oeste y al interior mismo de cada país. Muchas alimentadas por el miedo, la ansiedad, el descontento, la incomodidad y el resentimiento. Muros invisibles que generan nuevos conflictos y nuevas perspectivas de conflicto.

Tiempos inquietantes que aun después de treinta años siguen buscando una respuesta.


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