Los misterios de Zerdán, Del Frari y el laboratorio
Se hará otro juicio por el crimen de la bioquímica. Qué factores lo asocian con otros hechos impunes.
CIPOLLETTI
La posibilidad de un nuevo juicio por el crimen de Ana Zerdán reedita en Cipolletti viejos enigmas, como las similitudes con el homicidio de Diana del Frari y con la «masacre del laboratorio», las hipótesis que no se investigaron y los «chivos expiatorios» que terminaron desvinculados.
Grandes interrogantes de una de las etapas más tristes de la historia regional. Días atrás el Superior Tribunal de Justicia rechazó el último planteo defensista en la causa que tiene como acusados a Juan Carlos Aguirre y a su hijo Juan Manuel Aguirre Taboada, quienes ya fueron juzgados y absueltos por el homicidio de la bioquímica Zerdán, que ocurrió el 18 de septiembre de 1999. El defensor público Juan Pablo Piombo confirmó que no interpondrá más recursos y que «lo que queda es esperar el juicio», que probablemente se realice el año próximo.
Los Aguirre ya fueron juzgados y la Cámara Segunda los absolvió. Pero en un fallo inédito de casación, el STJ anuló la sentencia aunque convalidó la prueba testimonial ya producida. Se dispuso entonces hacer un nuevo debate con las grabaciones del proceso anterior. La defensa se opone, alegando que sería una violación al «principio de inmediación» y pide que convoquen nuevamente a todos los testigos.
En este contexto el segundo debate posiblemente servirá para reeditar viejas hipótesis abandonadas. Los estudios por un supuesto foco de contaminación petrolera que estaba haciendo la bioquímica y una pista ligada al narcotráfico son dos caminos truncos de la pesquisa.
Sin embargo estos interrogantes no sólo se aplican al caso Zerdán sino que también conforman un patrón con otros crímenes de mujeres que ocurrieron por esa época en Cipolletti.
Dos años después del homicidio de Ana, el 14 de agosto de 2001, la kinesióloga Diana del Frari fue asesinada de 15 puñaladas en su consultorio. Fue en la esquina de Libertad y Nueve de Julio. Fue abordada en la parte posterior de su local, en una especie de depósito. La Policía la encontró ensangrentada en un pasillo. Mientras era atacada, aguardaban en la sala de espera un paciente y la persona que le llevaba la contabilidad. Nunca hubo detenidos por el caso, que después de 14 años sigue impune. Ni siquiera se sabe dónde esta la causa. Enzo Pérez (ver recuadro) fue el único nombre que «sonó» en la causa, aunque después de muerto.
Al año siguiente, el 23 de mayo de 2002, fueron asesinadas la bioquímica Mónica García, la psicóloga Carmen Marcovecchio y la paciente Alejandra Carvajales en un laboratorio de análisis clínicos que funcionaba en la esquina de Roca y 25 de Mayo. Las víctimas fueron lastimadas con un arma blanca, dos de ellas recibieron balazos y las rociaron con ácido acético. La paciente Ketty de Bilbao también fue atacada pero logró sobrevivir.
Esa investigación se centró en David Sandoval, quien supuestamente había sido paciente de Marcovecchio. Según las pericias, una de las huellas encontradas en el laboratorio pertenecía a ese hombre.
En un primer juicio Sandoval fue absuelto por el beneficio de la duda, pero en el segundo fue condenado a perpetua. Después fue liberado, cuando la Corte Suprema de Justicia revocó la sentencia aplicando el principio del «non bis in ídem», es decir, que «nadie puede ser dos veces juzgado por el mismo hecho».
Apoyado en el fallo de Sandoval, el defensor de los Aguirre también intentó evitar el segundo juicio. Pero el STJ rechazó la pretensión.
Zerdán fue atacada en el baño de su laboratorio de la calle San Martín 930 y recibió un golpe en la cabeza con un tubo de oxígeno. Juan Carlos Aguirre, quien era su pareja, declaró que despertó esa madrugada y como Ana no estaba la buscó en el laboratorio, donde la encontró muerta.
Los investigadores primero imputaron a Aguirre padre y después a su hijo.
Los crímenes de García, Marcovecchio y Carvajales se conocen como «la masacre del laboratorio». Un profesional que participó de la investigación del caso no olvida a un testigo, al que apodaron «el gaucho». Era un hombre que, en un intento de pasar inadvertido, se puso un llamativo sombrero campestre e hizo un «retrato hablado» con la descripción del supuesto asesino. Así se hizo el famoso identikit de «el rey león», que luego se asoció a la figura de Sandoval. Tras ese aporte, «el gaucho» concluyó su declaración solicitando una casa.
También hay quienes relacionan los cortes que tenían las víctimas del laboratorio con las heridas que sufrieron María Emilia González (24), su hermana Paula Micaela (17) y su amiga Verónica Villar (22), las víctimas del triple crimen del 11 de noviembre de 1997, pero esa circunstancia nunca fue acreditada en la causa.
Ese día las tres chicas fueron halladas, bestialmente asesinadas, bajo unos espinosos arbustos conocidos como «olivillos». Habían sido vistas por última vez mientras caminaban por la calle San Luis, en Cipolletti. Como en los otros casos, también hubo pistas falsas y «chivos expiatorios», y finalmente el único condenado fue Claudio Kielmasz, quien cumple una sentencia firme de prisión perpetua y reclama la libertad condicional.
Juan Cruz García
garciajcruz@rionegro.com.ar
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