Marcel Duchamp, el hombre que mató al arte moderno (y engendró al contemporáneo)

En "El misterioso caso del asesinato del arte moderno", Javier Montes toma prestado elementos del policial para narrar cómo el francés acabó con el arte moderno.

En su nuevo ensayo «El misterioso caso del asesinato del arte moderno», el crítico y escritor español Javier Montes toma prestado todos los elementos de la clásica trama policial para narrar cómo el francés Marcel Duchamp -creador de los ready made- dio muerte al arte moderno y al mismo tiempo alumbró el nacimiento del arte contemporáneo.

Publicado por la editorial Wunderkammer, este breve pero potente texto se propone «resolver un caso misterioso, un crimen que se cometió hace un siglo y en el que se asestó un golpe mortal al arte moderno y se alumbró lo que llamamos arte contemporáneo», dice Montes (Madrid, 1976) ya en el inicio de su pesquisa.

El autor propone como «cuerpo del delito» la obra «Criadero de polvo» (1920), una fotografía que alberga actualmente el Museo Reina Sofía de España, creada en Nueva York, y que convierte a Marcel Duchamp y Man Ray en «los principales sospechosos» en esta escena del crimen.

Montes toma elementos de Sherlock Holmes, Hércules Poirot, la señorita Marple o el padre Brown para adentrarse en «un misterio de cuarto cerrado», tal vez porque en él «confluyen la elucubración y los hechos probados, lo fantástico y lo científico, lo sensato y lo absurdo», una definición que el autor ofrece casi al principio y que, del mismo modo, bien podría aplicarse al universo del arte contemporáneo.

Marcel Duchamp y una de sus obras más famosas, «Rueda de bicicleta».

«El misterio, a veces, es mejor que la explicación», dispara el crítico en este libro y advierte: «Quizá el enigma no sea resuelto» pero «por el camino quizá entendamos mejor un momento clave de la historia del arte», cuando cambiaron radicalmente la figura de autor y la noción de obra, o directamente «Qué es arte».

El libro repasa además la historia de Duchamp, considerado el artífice del arte conceptual, quien, antes de crear la fotografía «Criadero de polvo» junto a Man Ray, ya había atornillado a un taburete una rueda de bicicleta invertida y había presentado al Salón de los Independientes su famosa fuente, un urinario de loza volteado y colocado sobre un pedestal. «Hasta la misma expresión ready made era un ready made», asegura el ensayista madrileño.

«Criadero de polvo», la fotografía de 1920 que Montes toma como disparador del ensayo.

Montes es autor del ensayo «La ceremonia del porno» (junto a Andrés Barba») y de las novelas «Varados en Río» y «Luz del fuego», entre otras, además de haberse especializado en la crítica y curaduría de arte contemporáneo. En 2019, fue seleccionado para participar de la Residencia de Escritores Malba (REM), en Buenos Aires.

P: ¿Cuál es el disparador inicial que da forma al ensayo «El misterioso caso del asesinato del arte moderno»?

Javier Montes: Es una obra de arte de 1920 de Duchamp y Man Ray, un foto-texto que me fascina desde siempre: «Criadero de polvo». Una foto misteriosísima, con un aire de escena de un crimen innombrable o de pista fundamental para su resolución. Y su propia historia: la imagen se tomó y la obra se hizo sola, como quien dice, mientras los artistas dejaban el obturador de la cámara abierto sobre un vidrio polvoriento y se iban a cenar.

Jorge Montes, escritor y ensayista español, autor de «El misterioso caso del asesinato del arte moderno»

P: ¿Por qué elegiste el formato policial para narrar la historia de la muerte del arte moderno?

JM: Creo que precisamente es ese aire de misterio eternamente sin resolver y seguramente irresoluble que sugiere el «Criadero de polvo» y en general la vida y obra de Duchamp. Es a la vez el doctor Moriarty y el Sherlock Holmes del arte del siglo XX. El género policial, tal como lo codificó Hitchcock, otro Gran Maestro del Suspense, ha aportado algo fundamental a la caja de herramientas y trucos de todo narrador en apuros: el McGuffin. El maletín con documentos secretos, la pistola escondida, el collar de diamantes, el escarabajo de oro, la carta robada, todos esos puros pretextos para el goce puro de contar y hacer avanzar historias: la idea de que no importa tanto el desenlace sino todo lo que sucede por el camino. Dicho en lenguaje artístico: el proceso antes que la obra acabada.

P: En el ensayo trazás una reconstrucción detectivesca de lo que Duchamp y «sus secuaces» hicieron al cambiar la noción de lo que es arte. ¿Cómo definirías hoy esa noción?

JM: Más que a obligar a «avanzar» al arte, Duchamp nos invita a retroceder nosotros un paso a la hora de apreciar una obra de arte o la idea misma de arte: a fijarnos en el contexto, el lugar, las condiciones en que se produce la experiencia artística. Al desplazar el punto de vista del «qué» al «cómo», transforma las reglas del juego y crea un nuevo tablero en el que aún movemos las piezas, cien años después.

P: Citás a Henri-Pierre Roché, quien decía de Duchamp que su más bella obra era el empleo de su tiempo. ¿Vida y obra eran indisolubles para el artista francés?

JM: Hay mil maneras de entender y disfrutar (el disfrute, el estímulo y el placer son claves, siempre, siempre, en el arte) del legado de Duchamp. Una de ellas, sin duda, es la conciencia de que la propia vida (la del artista, la nuestra) puede concebirse como obra de arte, como creación con voluntad de estilo, como dibujo de una línea en el espacio y el tiempo que nos son dados.

P: ¿Todos los artistas contemporáneos hoy son secuaces de Duchamp?

JM: No estoy seguro de que sean secuaces, pero desde luego es imposible hacer arte «como si» no hubiese existido Duchamp. Uno es muy libre de pintar al óleo como Hockney, o de hacer esculturas de luz como Turrell, o de pegar mejillones con cola de carpintero al lienzo como Broodthaers, o de trabajar con látex que se quiebra con el tiempo como Eva Hesse. Pero ese ejercicio de libertad, en cierta medida, se debe al Big Bang liberador que propuso Duchamp al desplazar el foco de la belleza formal a la elegancia conceptual.

Duchamp y Man Ray, ajedrez en la azotea.

P: Decís que el misterio a veces es mejor que la explicación. ¿Se puede pensar en el arte como en el truco de un ilusionista?

JM: Sí, por supuesto, el arte enuncia intuiciones y pone nuevos valores en circulación mediante el fingimiento, mediante mentiras que aspiran a la verdad y que por un momento fulgurante son verdad. Pero esto es así desde las pinturas de Lascaux o Altamira o la Cueva de las Manos. En arte, el misterio es la explicación.

P: Decís que «qué es arte» y «cuánto vale» son «preguntas estrechamente ligadas, si no son la misma». ¿En qué momento ocurrió que el valor del arte se deslizó de su lugar en la sociedad a su valor financiero?

JM: ¡Desde siempre! El arte es una producción humana y como tal siempre ha estado imbricado en los sistemas de producción de valor y plusvalía propios de toda economía humana. En los monasterios de la Edad Media, en la Roma de la Contrarreforma, en los primeros años de la Revolución Rusa o en nuestro Tardocapitalismo financiero e hiperglobalizado. Entre otras muchas cosas, el arte es espejo del sistema de valores y producción de capital simbólico de la sociedad en que se produce.

P: Qué pensás de la venta por 69 millones de dólares de una obra puramente digital del criptoartista Beeple?

JM: Pues no he estado muy pendiente del caso Beeple, concretamente, pero siguiendo con el razonamiento anterior, creo que dice mucho del sistema de valores económicos y simbólicos en que nos movemos y que respiramos hoy, ahora, en abril de 2021. Mientras escribo esto estoy calzado con unas zapatillas Adidas, por ejemplo. ¿Por qué Adidas? ¿Qué me ha empujado a realizar la transacción económica y simbólica necesaria para adquirir precisamente éstas? Quien lea esto, antes de indignarse como si hubiera puesto esos millones de su bolsillo o se los hubieran robado a punta de pistola, deberá fijarse muy bien en los resortes y los estímulos simbólicos que le hacen ponerse en pie y «funcionar» social y económicamente a lo largo del día, cada día de su vida. Y luego considerar si precisamente no será el arte a la vez el emblema y la posibilidad de superación de esos mecanismos: su diagnóstico y su remedio… homeopático, por así decir.


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