María Rosa Oliver y Pasolini en el recuerdo de Eugenio Guasta

Por Pablo E. Chacón

Las cartas entre la escritora María Rosa Oliver con el sacerdote Eugenio Guasta, son un testimonio inigualable de una época de la cultura argentina donde convivieron -bajo el paraguas de la amistad pero no sin fricciones- distintas formas de entender al mundo.

La correspondencia -que cruza dieciséis años de intercambio epistolar, desde 1960 a 1976- acaba de ser publicado por el sello Sur, en una edición muy cuidada, y que cuenta con un texto introductorio de Natalio Botana.

María Rosa Oliver nació en Buenos Aires en 1898 y murió en la misma ciudad en 1977. Durante su infancia contrajo poliomielitis y perdió la movilidad de las piernas. Ideológicamente cercana al marxismo, fue, sin embargo, miembro del consejo de redacción de la revista Sur desde sus orígenes.

Publicó “Geografía infantil”, “Testimonio sobre la China de hoy”, y tres volúmenes de memorias, “Mundo, mi casa”, “La vida cotidiana” y “Mi fe es el hombre”.

Eugenio Guasta nació en Buenos Aires en 1927, hijo de padre italiano y madre española. Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, y desde su juventud colaboró en Sur, en La Nación y en Criterio.

Estudió literatura italiana contemporánea en la Universidad de Roma. Y en esa misma ciudad, donde vivió entre 1969 y 1977, realizó estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana y en en el Pontificio Instituto Bíblico. Fue ordenado sacerdote en el Pontificio Instituto Mexicano, en 1975.

En la actualidad, es párroco de Nuestra Señora de la Merced, en Buenos Aires. Publicó un ensayo biográfico sobre Carmen Gándara, y dos volúmenes de sus diarios de viaje, “Papeles sobre ciudades” y “Cuaderno de Tarsis”.

En diálogo con Télam, el sacerdote recordó cómo conoció a María Rosa Oliver: “Fue en Villa Victoria, en San Isidro. Durante un coctel que Victoria Ocampo le ofreció a una nuera de Lady Astor (Nancy Witcher Langhorne, Vizcondesa Astor, primera mujer en ocupar un escaño en el parlamento británico)”, dijo.

Y agregó. “Entre tanta gente, me quedé al lado de ella (María Rosa Oliver). Nos pusimos a hablar, quedé fascinado. Esa noche cené en su casa. Desde ese momento establecimos una verdadera amistad”.

La escritora -marxista sin partido, alejada de todo dogmatismo doctrinario, según confiesa quien fuera su amigo- tenía una casa sobre el mar, en Las Toninas, donde invitaba amigos y se retiraba a escribir.

Guasta cuenta que cuando volvió de Europa, “en enero de 1977, a los pocos días fui a visitarla a aquella casa. Estuve cuatro o cinco días. Estaba muy preocupada por la situación del país. Pero a pesar de su ideología, había vuelto sobre los Evangelios”.

En la correspondencia aparecen las advertencias que Oliver le hace a Guasta sobre la inconveniencia de retornar a la Argentina, azotada por una dictadura cívico-militar impiadosa.

“María Rosa falleció en abril de ese mismo año. Fue un golpe muy duro. Pensé en volver a Europa. En Roma sabíamos más de la situación argentina de lo que sabían acá. Finalmente me quedé”, cuenta el párroco.

“Es cierto que mi amiga redescubrió el Evangelio, pero no a la manera de una conversión. Era una forma de seguir peleando contra las injusticias sociales. Su marxismo era tan heterodoxo como su cristianismo”.

“Ella redescubrió lo que siempre vivió, un seguimiento del evangelio. Si idea-fuerza era la lucha contra la injusticia, pero fue muy crítica con la situación política que sucedía bajo el estalinismo”, descubre Guasta.

Y aclara que (Oliver) “jamás fue miembro del PCA. Aunque por cierto, ganó el premio Lenin de la Paz. Y antes que ella lo había ganado Danilo Dolce, que también promovía la no violencia”, asegura el sacerdote.

La escritora, al decir de Botana, recorrió la costa atlántica, se detenía a conversar con las monjitas pertenecientes a las corrientes del cristianismo de liberación. Y descubre el ecumenismo humanitario de la mano de Arturo Paoli, “un sacerdore notable”.

“Su influencia fue notoria. María Rosa se sensibilizó con las historias que Paoli le contaba de la comunidad que había fundado en el Chaco santafesino. Lo conocí en Las Toninas, donde inclusó celebró misa”.

“Yo me fui a Europa en el 69. Pero antes de irme, en el 67 o 68, apareció una encíclica de Paulo VI, Populorum Progresi, que era un logro progresista en esa época”, cuenta el párroco.

Entonces, recuerda, “(María Rosa) me invitó a su casa a brindar por esa encíclica. Ella siempre decía que los cambios sociales más profundos tenían que hacerse de acuerdo al Evangelio”.

“Pero el tiempo nos reveló algunas situaciones que (la escritora)no alcanzó a conocer en toda su amplitud. Su admiración por el Che Guevara se hubiera visto empañada de conocer el uso que se hizo de la violencia al inicio de la revolución cubana”, dice Guasta.

Hombre de alta cultura, el sacerdote -traductor de Elsa Morante, Carlo Emilio Gadda y otros- conoció al poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini en Italia.

“Sí, lo frecuenté un tiempo. Era un hombre muy talentoso, un inclasificable. Era una molestia para todos: para la iglesia, los comunistas, los socialistas, la mafia, las Brigadas Rojas, la derecha separatista, los intelectuales”, enumera.

Y cuenta que la última vez que lo vio “fue en París, caminando, solo, por la calle, a orillas del Sena. Acaba de estrenarse “El Evangelio según Mateo” y la Iglesia, que en ese momento celebraba un concilio en Roma, la había querido prohibir”.

La consecuencia fue casi cantada: “Los cines italianos se llanaron de obispos, curas, sacerdotes, religiosos, para ver de qué se trataba la cosa. Pasolini estaba encantado. Después dejamos de vernos. Su asesinato me produjo una tristeza enorme”, concluyó Guasta. (Télam).-


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