«Mi vecino volteriano» 9-8-03

Savater: Memoria del «irreverente»

En una fría madrugada madrileña me encuentro con un hombre no muy alto, algo regordete y de anteojos con mucho aumento que asomaban de su barba, ya un poco encanecida. Con el cuerpo encorvado intentaba abrir con su llave el portal del edificio donde yo vivía. La cerradura presentaba ciertas dificultades. Le sugiero: «¿quiere que lo intente yo?» «Si me hace usted el favor», contestó deslizando una amigable sonrisa. – Disculpe, ¿es usted Savater? -le pregunto sorprendido. -Ah… sí, contesta con humildad. – Pero ¿usted vive aquí ? – Sí, en el octavo -me dice-. Su sonrisa se tornó un poco socarrona. Caminamos juntos unos metros hasta llegar al ascensor, el espacio suficiente para contener la emoción que me produjo el descubrir que Fernando Savater era mi vecino. Como sentí su acogedora cordialidad, me permití continuar el diálogo. -¿Usted estaba en el programa de tevé de Balbín, que recién termina? -Sí de allí vengo, todavía llevo las cremas pringosas que a uno le ponen en la televisión -me dice mientras señala con su mano sus cachetes artificiosamente sonrosados. Ya adentro del ascensor. -¿A qué piso va? -Al quinto -respondo. Pulsa el botón y en el rápido trayecto me pregunta: «¿Qué le pareció el programa?» «Muy bueno», alcanzo a responder. El ascensor se detiene. Me bajo y nos despedimos con un cordial «buenas noches». Esto ocurrió a principios de los «80. España vivía entonces la alborozada transición democrática, dejando atrás la tenebrosa noche del nacional-catolicismo franquista. El clima cultural que se respiraba fue avasallante por su intensidad. Transmitía un contagioso espíritu de alegría, innovación y cambio. Los intelectuales «malditos» del régimen que moría se abrían paso como estrellas rutilantes de un firmamento en el que sobresalían las figuras de Rafael Alberti, La Pasionaria, Santiago Carrillo. Los exiliados que retornaban. Los filósofos excluidos de la Universidad, como Aranguren, tomaban la palabra. El entrañable «viejo profesor»como popularmente se lo conoció a Don Enrique Tierno Galván, se convirtió poco después en alcalde de Madrid, con las primeras elecciones democráticas. Un profesor de filosofía, intendente de la capital del Estado Español. Un sueño. En ese contexto Savater se destacaba entre los jóvenes filósofos que fervorosos defendían los principios del pensamiento ético y político de la Ilustración. Tal vez sea hoy el Voltaire de nuestro tiempo. Su persona pasó a ser parte de mi paisaje cotidiano por muchos años, en la calle del General Pardiñas del barrio de Salamanca de Madrid. Del vecino guardo el recuerdo de su perdurable cordialidad. El pensador sigue siendo una inagotable fuente de humanismo filosófico capaz de brindar un estado de ánimo, una actitud intelectual vivificante, que renueva la posibilidad de un mundo civilizado.

Alberto Laría


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