Miguel Ángel Barcos y su “Nací en tango”
Neuquén
Heredó de su padre el amor por la música ya que tocaba en el violín, de oído, sin estudios, tangos que escuchaba en la radio. Su madre le decía que esos tangos le recordaban canciones italianas del Piamonte, ella había nacido en Asti, y en 1924 dejó Génova, en el buque Revittorio, con sus padres y un hermano mayor.
Cuando llegaron a Buenos Aires se alojaron en el Hotel de los Inmigrantes y luego partieron a Leandro N. Alem para trabajar el campo. Habían venido con una maleta y algunos bolsos. “Mi abuelo fue uno de los Nonino que describió Eladia Blázquez cuando le puso texto a la monumental obra Adiós Nonino, de Astor Piazzola”.
Nieto de criollo y andaluz por su lado paterno, Miguel Ángel nació en Buenos Aires en abril de 1940, en Villa Urquiza, barrio de inmigrantes. Sus padres trabajaron en la carnicería y verdulería, hombro a hombro, para tratar de criar a su hijo de la mejor manera posible. La carnicería de su padre era muy particular, pues allí tocaba su violín. Su madre incitó a Miguel a estudiar piano con la profesora Sra. de Albertario.
Entre sus recuerdos aflora que su padre invitaba a sus amigos y los músicos compañeros a su casa a estudiar sus partes. Ella hacía el tuco para los tallarines o capelletti: los músicos morían por ir a la casa a comer esos manjares de doña Nina, Pierina.
Desde niño integró la Pandilla de Juancho y desde pequeño participaba en festivales a beneficio. Luego, desde los 12, su padre lo llevaba de contrabando a los bailes donde tocaba. A los quince años debutó en radio El Mundo como pianista de la orquesta de Titi Rossi, ante la presencia de Horacio Salgán, Tarantino, Osvaldo Pugliese, entre tantos otros.
En todo el periodo que estuvo con el maestro Rossi, este le enseñó, corrigió, gritó, pero sobre todo le dejó un manantial riquísimo de vida y de música. En los tiempos en que debían entrar a lugares nocturnos lo disfrazaban de mayor. En el Piano bar Carrillón, donde sonaba el dúo con Fernando Suárez Paz, les empezaron a pedir temas. De pronto entró al lugar Pascual Pérez, nuestro primer campeón mundial de boxeo: se acercó a pedirles el tango “Nostalgias” y dejó en un copón una enorme suma de dinero como propina.
En una oportunidad comentó que debía dejar los estudios porque un libro era muy caro. Pasados unos días encontró un paquete sobre el piano: era el libro que sus compañeros le habían comprado mediante una colecta.
En su libro “Nací en tango” nos relata historias y episodios de trabajos, orquestas de turno, peleas en boliches y más. Su comienzo profesional fue en 1955, cuando pudo ayudar a sus padres. A instancias de su madre empezó a estudiar Odontología, pagándose los estudios con muchísimo trabajo.
Ya recibido desembarcó en el valle, como odontólogo del Ejército, y conoció a Osvaldo del Río y Alejandro Vargas, entre otros amigos, que lo estimularon para que continuara con la música. Su familia está integrada por sus hijos: Eduardo, creativo en la composición, pianista e integrante de la banda No Somos Ángeles; María Gabriela, creadora del arte de los discos, y Miguel, el primero de los fans.
Y Cristina, la madre de sus hijos, que respaldó su vida y su carrera musical. Ocho nietos completan su alegría: Macarena, Mateo, Mercedes y Miguel III (hijos de Miguel), Tommy y Juan (hijos de Eduardo) y Valentino y Delfina (hijos de Gabriela). Hijos políticos: Valeria, Silvia y Rubén. En el Coro Polifónico de Cipolletti, que cumplió 53 años, tuvo que componer, dirigir, seguir tocando el piano, estudiar, hacer arreglos, de mucho trabajo ad honorem.
En su libro agradece a todos los músicos que lo acompañan, cantantes, instituciones, amigos imposibles de nombrar a todos. Este 11 de diciembre, Día Nacional del Tango, le rendimos homenaje a su impronta, su presencia escénica, su piano, pero sobre todo a él, porque homenajeando a su figura estamos homenajeando a nuestra eterna música ciudadana.
Beatriz Carolina Chávez
Neuquén
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