Morir en medio del colapso: cómo es perder a un ser querido en la pandemia

El hospital “Ernesto Accame” de Allen es uno de los escenarios donde ocurre el peor de los desenlaces. Familiares y trabajadores de salud atraviesan sensaciones que chocan entre sí.

En Allen, el hospital “Ernesto Accame”, como tantos otros en estos meses de pandemia, es el escenario donde ocurre el peor de los desenlaces. “Infección respiratoria por coronavirus” dice el acta de defunción y ya no queda nada por hacer. Ni siquiera un último adiós. Frente a ese panorama, familiares y trabajadores de salud atraviesan sensaciones que chocan entre sí, salpicadas por el desborde, la desinformación y la frialdad de la distancia.

¿Quién puede cuestionar las emociones de un familiar que perdió a un ser querido en un contexto como este? Peor aún si se le suman errores en el proceso. El caso más resonante se registró el pasado martes 6, cuando Roxana Márquez, salió a denunciar públicamente que tras inhumar a su padre, avisaron desde el hospital que la empresa funeraria les había entregado el cuerpo equivocado. El hecho motivó el inicio de acciones penales y una investigación interna que podría definir sanciones. Salud Pública sin embargo, insiste con que los enfermeros sí habían rotulado la funda sellada y que fue el empleado de Diniello quién no confirmó la identidad antes de llevársela. Más allá de las versiones, el daño está hecho, despertando sospechas en las otras familias. ¿Y si a nosotros nos pasó lo mismo, sin que nos diéramos cuenta? Nadie puede acercarse a reconocer a su pariente fallecido para evitar contagios.

Cuando Nelly escuchó la noticia de los Márquez, una preocupación más se sumó a las otras que ya anidaban en su cabeza. Ella perdió a su madre de 71 años a causa del virus. Tras la internación le entregaron las pertenencias de otro paciente y aún no pudo recuperar el anillo de casamiento que Juana tenía puesto. 

Nelly, como otros tantos hijos de fallecidos, no duda del peligro que representa contagiarse y respeta la labor de los trabajadores de salud, pero no deja de lamentarse al pensar que su mamá murió sola. Juana ya traía secuelas de varias complicaciones respiratorias y le tenía pánico a lo que podía pasar si se enfermaba durante la cuarentena. La cuidaron pero su peor miedo se hizo realidad.

«Es muy cruel, las personas no merecen morir así. Mi mamá siempre fue una persona acostumbrada a contenernos con un abrazo y se murió sin tener a alguien que la acompañe»,

expresó angustiada. 

En otra habitación del «Ernesto Accame» también luchaba por su salud el esposo de Juana, pero afortunadamente pudo recibir el alta médica. En esos 17 días que estuvo internado, valoró la atención, pero sufrió la soledad y se aferró a Dios para sobrellevar el malestar y la preocupación por su compañera. Terminó asistiendo a otros pacientes cuando los enfermeros estaban ocupados y tuvo que mantener la calma cuando escuchó los lamentos y quejidos de quienes no soportaban los síntomas. Con todo eso a cuestas, vino a enterarse de la partida de su esposa cuando regresó a su hogar. Temían que si lo sabía antes, la tristeza empeorara su estado. 

Foto: Juan José Thomes.

Las restricciones hicieron también que los pasillos del hospital ya no sean el lugar de espera, de incertidumbre, de oración por un milagro. Hoy eso se vive en las casas, los grupos de Whats App, las llamadas telefónicas… “¿Supiste algo de mamá? No me llamaron…”, preguntaba hace unas semanas uno de los hijos de Celmira. Y la ansiedad los hacía volver a llamar, insistir para saber algo. “Por favor no vengan a la guardia”, les pedía la telefonista, “la doctora se va a comunicar con ustedes cuando termine la ronda para el cambio de turno”.

Pero pasó el fin de semana y cuando sonó el teléfono, fue directamente para informar que la mujer había fallecido. “El óbito se produjo a las 14,40”, dijo la voz desde el hospital. Descolocada, la familia no entendía ni las palabras técnicas ni semejante desenlace. Hasta donde supieron, Celmira nunca salió de la sala de shockroom de la guardia en los dos días y medio que estuvo allí. Intentaron un traslado por la falta de camas pero no había dónde llevarla. El resultado positivo del hisopado llegó al día siguiente de su muerte, sólo para ponerle un nombre a lo que ya no tenía retorno ni tratamiento. Y para determinar que su familia debía aislarse preventivamente, por ser contacto estrecho. 

Foto: Juan José Thomes.

Cumplida la charla formal con el médico, les devolvieron las pertenencias de Celmira, intactas, sin usar. Nadie les explicó que en el sector donde la asistieron es más práctico que los pacientes estén cubiertos sólo con la ropa de cama. Al menos para no cargar con esa duda: ¿No la cambiaron en todo este tiempo? 


La mirada desde Salud


Hoy el hospital de Allen cuenta con 32 lugares para enfermos moderados de Covid-19 y 12 de terapia intensiva, algo impensado en otros años. Quienes trabajan allí cuentan que los movimientos en un turno son tantos que cuesta predecir con qué se va a encontrar el relevo cuando llegue después de descansar unas horas, ver a los hijos, dormir en su propia cama, sin corridas o sobresaltos.  

Foto: Juan José Thomes.

Allí las instrucciones y pasos a seguir en el trato con las familias se van definiendo en función de las posibilidades. Ajustados por los protocolos que mandan los ministerios y lo que determina la dirección local, se las ingenian para encontrar soluciones. A veces no les queda alternativa que dar prioridad a lo urgente, lo que genera una sensación de abandono en las familias que esperan novedades del médico de guardia.

“Entre dar partes médicos y atender pacientes, la prioridad es la atención”,

explicó a “Río Negro” la Lic. en Enfermería Mónica Dailoff, a cargo de la gestión hospitalaria del área que integra Allen.

Cuando se puede, un teléfono los ayuda a acercar un mensaje de voz, una videollamada y que eso suavice la aflicción.

Dailoff reconoce que puede haber fallas de todos modos y que la distancia complica aún más el intercambio. “Ahora el desafío es acercarnos desde lo tecnológico (…) a nosotros nadie nos enseñó a comunicar”, argumentó, recalcando que para los trabajadores de salud lo que ocurre con los pacientes fallecidos “no es un trámite” y que el impacto anímico es profundo

En eso acordaron trabajadores de otros sectores del “Ernesto Accame”, como la UTI (Unidad de Terapia Intensiva) y hasta quienes comandan las ambulancias. Los primeros conocen desde adentro la agresividad del virus y son los que ocultan sus emociones para consolar a algún enfermo angustiado porque extraña a su familia o porque entubaron al compañero de habitación. Son los que alivian el dolor cuando les ven lágrimas en el rostro, a pesar de estar sedados. 

Foto: Juan José Thomes.

Y los choferes coordinan todo para lograr que un paciente recorra los cientos de kilómetros que lo separan de la cama que le consiguieron en otro punto de la provincia, con el argumento de que en Río Negro funcionan los hospitales en red

Ambos ejemplos han tenido que cubrir y pedir reemplazo por cada compañero aislado o contagiado, cargando sobre sus espaldas las tareas, horarios y la responsabilidad de varios. Durmiendo poco, lidiando con las críticas, pidiendo disculpas si contestaron mal o terminaron discutiendo.  

Aún así cuesta que llegue el reconocimiento de las autoridades y tuvieron que salir a marchar para pedir un aumento salarial en el haber básico, que no los obligue a hacer horas extras para vivir dignamente. O para que se apliquen las leyes que los protejan y respalden por trabajar en la primera línea de riesgo.

“A pesar de que hagamos hasta lo imposible, esto no va a mejorar si la gente no se cuida (…) En una ciudad de 40 mil habitantes no pueden haber 40 mil camas, nunca alcanzarían ni el personal ni los insumos ni los hospitales”,

concluyó una enfermera. 

Mientras tanto, las familias esperan que las autoridades provinciales corrijan las falencias cotidianas. Quizás así pese menos atravesar el duelo, sin tener que enfrentarse entre vecinos, trabajadores de salud o allegados, que en definitiva en una ciudad chica, lloran a los mismos muertos.   

Foto: Juan José Thomes.

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