Murió la única sobreviviente de la masacre del laboratorio de Cipolletti

Ketty Karabatic tenía 87 años. En mayo de 2002 fue atacada junto a Carmen Marcovecchio, Alejandra Carbajales y Mónica García, que murieron esa noche.

Ketty Karabatic de Bilbao sobrevivió 16 años al ataque brutal que sufrió en mayo de 2002. Murió el año pasado, a los 87 años, y con ella se fue la última posibilidad, si es que existía, de saber qué pasó esa noche en la que tres mujeres fueron brutalmente asesinadas, en pleno centro de Cipolletti. La familia no quiso dar a conocer su muerte, de la que «Río Negro» se enteró cuando se inició el trámite de sucesión en la Justicia.

En un principio trascendió que la muerte de Karabatic había sido en agosto de este año, pero la familia comunicó este jueves que fue el 21 de octubre de 2018.

Karabatic vivió con un temor espantoso los días, los meses, los años posteriores a esa terrible experiencia: el o los asesinos la rociaron con ácido acético, la golpearon y la ataron antes de huir. Al día siguiente, en el viejo hospital de la calle Fernández Oro, se dieron cuenta de que además tenía un balazo en la cabeza.

En su casa del barrio Belgrano tuvo custodia policial permanente durante meses.

Ese 23 de mayo de 2002 una o dos personas entraron al laboratorio de la esquina de Roca y 25 de Mayo de Cipolletti, donde estaban la bioquímica Mónica García, la psicóloga Carmen Marcovecchio (que usaba uno de los ambientes como consultorio) y su paciente, Alejandra Carbajales.

Las tres fueron golpeadas, heridas con armas blancas y rociadas con ácido acético, lo que además le provocó daños en las vías respiratorias que terminaron provocándoles la muerte casi instantánea.

Karabatic tenía que ir al laboratorio a buscar un estudio y entró cuando la masacre estaba en marcha. Su hija Betina Bilbao decidió esperarla en el auto y como la madre demoraba se acercó hasta la puerta y se cruzó con uno de los asesinos, que cerró con llave y escapó en bicicleta por las calles del centro, sin que nadie lo identificara ni la Policía lo detuviera.

David Sandoval había sido paciente de la psicóloga Marcovecchio cuando estuvo alojado en un instituto de menores de Neuquén. Fue detenido a los pocos meses del crimen cuando una pericia de Gendarmería Nacional halló coincidencias entre una huella encontrada en el laboratorio y la ficha de Sandoval. No era el sujeto que Betina vio escapar pero los elementos lo colocaban en el lugar del crimen.

Los tres viudos de la masacre, a 10 años del crimen.

Fue juzgado y absuelto, el Superior Tribunal de Justicia consideró que esa cámara criminal de Roca había valorado mal las pruebas y ordenó un nuevo juicio, del que Sandoval salió condenado.

Años después, la Corte Suprema aplicó el principio “non bis in idem”, que en latín quiere decir “no dos veces por lo mismo”, es decir que nadie puede ser juzgado dos veces por un mismo hecho. Y salió en libertad.

Ketty Karabatic no declaró en ninguno de los dos juicios. No estaba en condiciones de hacerlo, se adujo. Sólo ella podía decir, si es que podía soportarlo o si su mente podía recordarlo, qué pasó esa noche terrible en ese laboratorio.

Ni la Justicia ni la Policía estuvieron nunca a la altura de la necesidad de que el caso se esclareciera, sobre todo después del triple crimen de María Emilia González, su hermana Paula Micaela González y Verónica Villar; y los asesinatos de Ana Zerdán y Diana del Frari.

La muerte de Karabatic marca el fin de un caso que estuvo condenado desde el principio a la impunidad.


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