Nadie quiere enfrentar la crisis


Argentina está frente a la crisis más grave de su historia moderna sin estar en condiciones de formar un gobierno con la autoridad política y moral que necesitaría para superarla.


La Constitución nacional tiene muchos méritos, pero la triste verdad es que también sufre de deficiencias que, en circunstancias como las actuales, podrían tener consecuencias terribles. Además de ser exageradamente presidencialista, hace que sea muy difícil cambiar de gobierno a menos que el ocupante de la Casa Rosada opte por tirar la toalla antes de completar los cuatro años que en principio le corresponden. Así pues, aun cuando los oficialistas no obtuvieran un solo voto en las elecciones parlamentarias del 14 de noviembre, Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, respaldados por los muchos militantes que están estratégicamente ubicados en la burocracia estatal y paraestatal, tendrían el derecho a seguir gobernando hasta diciembre de 2023. A buen seguro, algunos querrán hacerlo.

Si la Argentina fuera un país próspero sin muchos problemas graves, podría salir indemne del par de años de virtual acefalía que, tal y como están las cosas, le aguardan. Pero no lo es. Por el contrario, la situación en que se encuentra es tan mala que los hay que la creen destinada a sufrir una catástrofe humanitaria parecida a la venezolana a menos que en las semanas próximas se tome un conjunto de medidas muy drásticas para frenar el drenaje de reservas, combatir la inflación, asegurar que todos logren alimentarse, estimular la producción, permitir que los jóvenes recuperen la fe en el futuro del país y así largamente por el estilo.

Frente a una emergencia tan tremenda como ésta, lo lógico sería que se formara un gobierno de unidad nacional, una que, de repetirse los resultados de las PASO, se vería dominado por la gente de Juntos por el Cambio. Con todo, aunque Sergio Massa ha planteado la idea, los líderes opositores entienden que lo que tiene en mente es obligarlos a compartir los costos políticos del gran ajuste que sabe inevitable, sea el gobierno el responsable de aplicarlo o el mercado, razón por la que han preferido mantenerse distantes. Además de desconfiar de Massa que es uno de los políticos más sinuosos de un país en que tales personajes abundan, tienen motivos de sobra para negarse a aliarse con Cristina y los militantes sin escrúpulos que la acompañan. Para muchos opositores, equivaldría a asociarse con la Mafia.

Así pues, la Argentina se encuentra frente a la crisis más grave de su historia moderna sin estar en condiciones de formar un gobierno con la autoridad tanto política como moral que necesitaría para superarla. ¿Sería posible crear uno sin violar la Constitución? Sólo si el presidente se animara a romper por completo con el kirchnerismo para ser el líder protocolar de un gobierno de Juntos por el Cambio y las facciones más racionales del peronismo que tendría el apoyo de más de la mitad del electorado. Con todo, si bien parecería que Alberto no quiere para nada a Cristina y sus incondicionales, teme arriesgarse buscando otra base de sustentación.

Acaso lo más notable de la campaña electoral que pronto culminará ha sido la voluntad de la oposición de limitarse a dejar que sus adversarios perpetúen un error grosero tras otro; como decían Napoleón y, milenios antes, Sun Tzu, nunca conviene interrumpir al enemigo cuando está haciendo todo mal. Si, como prevén todas las encuestas, Juntos por el Cambio gana por goleada, no sería merced a su propio poder de convocatoria, que es escaso, sino a la conducta a menudo desopilante de sus rivales oficialistas.

Además de prometer brindarles buenos resultados, la estrategia así supuesta les ha ahorrado la necesidad de formular propuestas concretas, algo que son reacios a hacer porque cualquiera que pudiera considerarse realista asustaría a partes significantes del electorado. Sea como fuere, resistirse a reconocer las dimensiones del desafío que afronta el país sólo servirá para que las dificultades sigan acumulándose.

Es de esperar, pues, que los dirigentes opositores más importantes hayan aprovechado la falta de interés en sus propias ideas del electorado para prepararse para asumir un papel mucho más activo. Para Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Patricia Bullrich y los demás, sacar provecho del desempeño a veces grotesco de un gobierno disfuncional ha sido maravillosamente fácil; en cambio, impedir que las heridas autoinfligidas que han puesto el país en terapia intensiva terminen matándolo no será fácil en absoluto. ¿Estarán a la altura de lo que tarde o temprano tendrán que enfrentar? Nadie, ni siquiera ellos mismos, sabrá la respuesta a este interrogante, pero puede que pronto la tengamos ya que aquí la política está adquiriendo un ritmo que es mucho más frenético que el previsto por los autores de la Constitución vigente.


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