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No somos mejores por indignarnos más


La indignación moral puede parecer una patología psicológica menor; el problema es que el contexto social lo intensifica y lo lleva a extremos que pueden generar situaciones graves.


En los 60 Marshall McLuhan dijo: “La indignación moral es la estrategia del imbécil para parecer digno”. McLuhan comentaba con esta frase genial la que por entonces era una nueva moda en los medios de comunicación: privilegiar noticias y comentarios emocionales, que alentaban la indignación de las masas, por sobre los análisis más complejos y sutiles de la realidad que solo interesan a una pequeña minoría. Esa tendencia no hizo más que profundizarse y hoy McLuhan no solo tiene más razón que hace 60 años, sino que esta frase es una de las mejores definiciones de nuestra época: la mayoría de la gente se indigna para que los demás la consideren moralmente digna.

Más allá de si hay razones para apoyar determinadas causas o criticar determinadas actitudes sociales o políticas, por lo general la indignación pública no se exhibe para repudiar lo condenable sino para quedar bien ante los demás (en especial ante nuestro círculo de pertenencia o al que queremos pertenecer).

Los indignados usan el discurso moral como forma de autopromoción. Pueden ser sinceros en su repudio moral a tal o cual hecho, pero su principal preocupación es proyectar la imagen de alguien que está del lado de los ángeles. El indignado moral siempre siente (y quiere que los demás creamos) que está del lado de los buenos, de la gente honesta, y luchando -con su indignación- en contra de los corruptos y de todos los malvados.

Los científicos sociales han comprobado que la inmensa mayoría de las personas se juzga superior a los demás en inteligencia y en amabilidad: todos nos creemos más inteligentes y más amables que los que nos rodean (o, visto desde el otro lado: pensamos que los demás son más tontos y brutales que nosotros).

Cuando se trata de moralidad, nuestra voluntad de calificarnos como superiores es aún más pronunciada: casi nadie se considera moralmente menos digno que los demás. Todos los estudios demuestran que creemos que a cada uno de nosotros nos importa más la justicia o que nos identificamos mejor con las víctimas que a las otras personas. Es más, muchas personas desean ser vista como víctimas porque creen que eso les da un estatuto moral superior. Cada uno se considera en la cima de la pirámide moral y ve al resto muy por debajo. Una forma típica de “demostrar” esta supremacía es indignarse en público. E indignarse todo el tiempo.

Una vez que un persona (o un grupo) ha ingresado en esta competencia se produce lo que se llama un “aumento intensificado” de la competencia por lograr el primer puesto entre la gente moralmente valiosa. Eso se ve claramente en el comportamiento de la inmensa mayoría de las personas en las redes sociales. Basta con que alguien critique por inmoral o corrupto a un político o a un personaje público en Twitter o Facebook para que inmediatamente otro diga que debe ser repudiado por todos, subiendo la apuesta. A continuación alguien que quiere mostrarse aun más moral dirá que con el repudio no alcanza, que hay que meterlo preso.

La indignación moral puede parecer una patología psicológica menor, pero el problema es que el contexto social lo intensifica y lo lleva a extremos que pueden derivar en situaciones graves. Alguien puede comenzar por una indignación de baja escala, pero muy rápidamente la lucha por ser el más moral (el que se muestra más bueno de todos) puede llevar a apoyar puntos de vista extremadamente peligrosos: todos los linchamientos sociales (lo que hoy se llama “cancelación”) nacen de esta dinámica.

La gente que cree en causas que considera valiosas socialmente es mucho más propensa a indignarse moralmente y a pedir los mayores castigos para aquellos que considera que violan las normas en las que cree, haya pruebas o no de que han violado esas normas. No es raro que esa gente apoye acciones violentas en contra de los que repudia.

El otro peligro que tiene la indignación moral generalizada es generar una reacción cínica por parte de los más inteligentes y críticos con este moralismo indignado. La gente crítica con esta carrera por demostrar quién es el más bueno entre los ángeles de la indignación termina creyendo que las cosas por las que se indignan son mentira; pero no siempre es así. Puede ser que algunas de las causas de la indignación social sean válidas: realmente son hechos que deberían repudiarse y hasta castigarse, luego de investigarse seriamente.

Es la paradoja de la moralidad exacerbada: como termina desentendiéndose de aquello que merece su repudio (ya que su objetivo final es lograr ser reconocido como el más bueno de todos y no combatir lo malo), al final la indignación moral sirve para beneficiar al que hizo algo repudiable.

A pesar de que la indignación moral es siempre negativa cada vez es más masiva. Cada día es más difícil criticarla: es exponerse a ser visto como alguien inmoral y malvado.


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