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Agujas que no mueven o se rompen

Para la oposición, la mejor prueba de seriedad y eficiencia en la gestión de su unidad estratégica no sería precisamente llegar a las PASO, sino más bien evitarlas metabolizando mediante el consenso sus más que evidentes diferencias internas.

Martín Guzmán, aquel ministro que consiguió un consenso unánime sobre el fracaso de su gestión, dejó sin embargo un solitario legado de éxito: los discursos económicos de Cristina Kirchner perdieron por completo su capacidad de atracción.

Hasta la renuncia de Guzmán lo que decía Cristina sobre la economía sonaba como acechante sombra de disidencia. Desde que despidió a Guzmán, todo lo que la vice diga de economía importa poco y nada. Cristina impuso su opinión, ahora los resultados hablan por ella, mejor que ella.

La única expectativa que generan los nuevos discursos de Cristina es sobre algo que difícilmente aclare a un año de distancia de la elección presidencial: a qué candidatura piensa lanzarse.

El recuerdo de la vice sobre los “días felices” de 2015 alude a una inflación anual seis veces mayor. La Cristina antiinflacionaria es una ilusión mitológica.

Ni siquiera su primera aparición en un acto público tras el atentado que padeció desplazó ese único eje de atención. La propia vice pareció resignada al fracaso de los intentos de sus agentes de inteligencia por convertir al ataque de la “banda de los copitos” en una sofisticada maniobra de la “banda de los Caputo”.
En conclusión: decantando la hojarasca en el discurso de Cristina, la única novedad política en el oficialismo es que continúa sin candidatos y todavía no despidieron a Sergio Massa.

A esta escasez también conviene deflactarla. Massa corrigió su meta personal de inflación, aquella que estima para juzgar su gestión como exitosa: ahora se conformaría con una inflación mensual del cuatro por ciento.

Para comparar: cuatro por ciento era la inflación anual que cimentó en 2003 la primera consolidación electoral del kirchnerismo. El recuerdo de la vicepresidenta sobre los “días felices” de 2015 alude a una inflación anual seis veces mayor.

Con todo, la reaparición de Cristina les sacó una ínfima ventaja a sus adversarios. La sórdida pelea interna del oficialismo quedó expuesta mediante la negación de Alberto Fernández.

Así como la encrucijada abierta por la quiebra del populismo económico es un interrogante en JxC, tampoco hay consenso sobre el viraje al populismo institucional.

La dirigencia de Juntos por el Cambio parece atravesada por una discusión inédita. Hay quienes perciben una despolarización de la sociedad, ante el fracaso del kirchnerismo en el gobierno. Están por otro lado los que dicen que está ocurriendo una resignificación de los polos.

Los primeros señalan que el eje divisorio entre Cristina y Macri quedó desbordado por la crisis y que la estrategia opositora debe asumir la novedad de una nueva dispersión de opciones. Son los antigrieta y sus múltiples derivados, algunos de costura defectuosa y segunda selección. La principal articulación de esa mirada orbita en torno al eje Rodríguez Larreta-Lousteau.

Los segundos señalan que la polarización no ha terminado y que en realidad es más cerril ahora, al punto de que todo lo que no enfrente frontalmente al ciclo final de Cristina corre el riesgo de ser subsumido como casta privilegiada, funcional a Cristina. Acechada por el discurso libertario, esta mirada gira alrededor de Macri-Bullrich-Cornejo.

En Juntos por el Cambio conviven por ahora esas dos posiciones, muy diferentes desde lo táctico, sólo porque persiste como promesa de contención el sistema de elecciones primarias estatizadas. En realidad, lo que está emergiendo, sin ningún orden y con destratos mutuos, es la indefinición estratégica de la oposición, a medida que se aproxima a la realidad de gobernar la crisis.

Y así como la encrucijada abierta por la quiebra del populismo económico es un interrogante sin respuesta unánime en Juntos por el Cambio, tampoco hay consenso sobre el viraje al populismo institucional. Ese giro al bolsonarismo político que opera como promesa de respuesta al desafío de ingobernabilidad que representa la profecía de resistencia que genéricamente expresan los innúmeros “moyanos” de la Argentina real.

Para la oposición, la mejor prueba de seriedad y eficiencia en la gestión de su unidad estratégica no sería precisamente llegar a las PASO, sino más bien evitarlas metabolizando mediante el consenso sus más que evidentes diferencias internas.


Martín Guzmán, aquel ministro que consiguió un consenso unánime sobre el fracaso de su gestión, dejó sin embargo un solitario legado de éxito: los discursos económicos de Cristina Kirchner perdieron por completo su capacidad de atracción.

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