Análisis: Las armas letales del gobierno de Milei

Un herido grave por el golpe de una granada de gases en la frente, con riesgo de muerte, que tomaba fotografías es un límite para la democracia.

“Vengan, zurdos”. La voz amplificada que llegaba desde adentro de un carro hidrante de la Policía Federal que atravesaba la avenida de Mayo a puro chorro era como un túnel del tiempo a momentos que siempre creemos superados.

Pablo Grillo estaba, arrodillado, tratando de obtener una fotografía cuando una granada lanzada por un arma le dio en la frente. Lo llevaron, así de herido de gravedad, detenido a un hospital. Para que la gente tenga una idea -dijo la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich- era un “militante kirchnerista que hoy trabaja en la municipalidad de Lanús con (el intendente) Julián Álvarez”.

Un arma no letal como esta no es la primera vez que se transforma en mortal.

Lo supo el maestro Carlos Fuentealba en el inicio de la Semana Santa de 2007 sobre la Ruta Nacional 22, a la altura de Arroyito, cuando el policía Darío Poblete, a pocos metros del Fiat 147 que tenía al docente como pasajero en el asiento de atrás, disparó con su pistola lanzagases una granada que le dio de lleno en la parte de atrás de su cabeza. Fuentealba agonizó horas y murió.

El gobernador Jorge Sobisch terminó su mandato de todos modos. Y nunca más volvió a sentir el calor popular de un triunfo electoral.

La respuesta violenta a la manifestación callejera es un clásico de Bullrich. Si Grillo finalmente muere frente a la cruel frialdad de un gobierno con poca sensibilidad social, la ministra tendrá que dar explicaciones en sitios menos cómodos que los programas de televisión con animadores oficialistas a los que ella y todo el Gobierno está demasiado acostumbrado.


“Vengan, zurdos”. La voz amplificada que llegaba desde adentro de un carro hidrante de la Policía Federal que atravesaba la avenida de Mayo a puro chorro era como un túnel del tiempo a momentos que siempre creemos superados.

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