Educar es adoctrinar
Encuentros, disonancias de voces, molestias, incomodidades, perturbación. De eso se trata educar y no lo hace solamente la escuela.

Como homenaje a Estanislao Antelo, pedagogo argentino recientemente fallecido, hablaré sobre todos los verbos que podemos utilizar cuando referimos al acto de educar. Y como Antelo que, con su impecable ironía, me ha puesto a pensar infinidad de veces, propongo que educar es adoctrinar. En el libro Educar, ese acto político, Antelo escribe el capítulo La (in)calculable experiencia de educar. Allí plantea que educar es influencia, es decir que uno puede aspirar a domesticar, amasar, inhibir, refrenar, liberar, matar, transformar en un sujeto crítico y comprometido con la realidad social, etc. Por lo tanto, educar es adoctrinar, pero es también un montón de otros verbos más cercanos y más justos con nuestras existencias.
La opinión publicada en redes sociales frente a sucesos que acontecen en las aulas suele expresar “hay que denunciar”, “hay que quitarles la matrícula”,” hay que perseguir gente”. Sin embargo, muy pocos analizan el impacto del sitio virtual como educador. Hace unos días leí cómo un estudiante “tuvo que aguantar que lo adoctrinen” cuando una profesora entró al aula y planteó las políticas públicas que se dirimían en campaña, que él también tomó la palabra y -expresó- “se ve que no le gustó mucho lo que dije”. ¿Es esto adoctrinamiento? Lamento por quienes esperan una respuesta positiva, pero no lo es. Es encuentro, disonancias de voces, molestias, incomodidades, perturbación. De eso se trata educar y no lo hace solamente la escuela.
Como educadora siento que en reiteradas ocasiones olvidamos lo valioso del aula como sitio en el que podemos discutir, posicionarnos, tomar partido, porque para ello, para llegar allí, antes conversamos mucho, tuvimos encuentros previos, nos miramos a los ojos, nos arrimamos un poco a eso que estamos siendo, nos damos el tiempo para pensar, para decirnos, para molestarnos con lo que se dice. Siempre pienso en cuántas cosas pude pensar en un aula que en otros sitios no he podido.
Lo que sucede en un aula tiene casi las características de un unplugged: la intimidad producida por alguien que se anima a hablar, por una pregunta, un enojo, la melodía única e irrepetible, que no siempre es armoniosa a todos los oídos y que surge de ese encuentro. “Yo esto profe, sólo lo hablo acá, en mi casa no puedo decir nada”, “los 30 mil son una mentira”, “la ESI que la enseñen en la casa”, “una profe acompañó la denuncia de un abuso”… y así infinidad de ejemplos, porque educar es acontecimiento.
En otros de sus textos, Antelo plantea que el sujeto no preexiste al acontecimiento es justamente aquel que se constituye en el acto, en la brecha del enseñar y aprender. Y entonces, es así que podemos hablar de libertad. Hay libertad porque la cadena causal de la enseñanza aprendizaje fracasa, porque quien enseña no sabe a priori a dónde van las cosas que enseña. Hay libertad porque aun no sabiendo a priori a donde van las cosas que enseñamos, aun no sabiendo si el aprendizaje va a ser un suceso, enseñamos.
Vuelvo a la (in) calculable experiencia: dice Antelo que “la intervención educativa conoce las desventuras inexorables de la no correspondencia”. Un claro ejemplo de esa desventura es cuando algo que es nuestro, de nuestras aulas, se hace público y se llena de comentarios que sólo sedimentan la violencia, sin tener en cuenta que el encuentro con el otro es no calculable.
Jacques Derridá y Elisabeth Roudinesco lo definen como aquello que escapa a todo cálculo. Lo incalculable, es el encuentro con el otro. El enfrentamiento con el otro. Educar, por lo tanto, es intervenir sobre el otro a condición de no poder saber nada, a priori, acerca del resultado final, porque si yo pudiera saber antes de intervenir “con qué me vas a salir”, directamente no intervendría. Intervengo porque no sé. Y como no puedo saber con qué y para dónde, con qué intensidad habrá de salir un estudiante o varios, es que intervengo, muestro, enseño, más allá de la demanda, del contexto, de los intereses y necesidades de un niño, época, población o lo que sea. Es decir, tengo que ir y enseñar.
Vuelvo siempre a este texto para no olvidarme que educar no es sólo transmitir un saber. Para que haya acto educativo debe haber intencionalidad, apetito de vínculo y promesa de transformación del ser.
Antelo llama a esto una educación a secas, la que acepta que un maestro es aquel que tiene algo para enseñar, pero además lo enseña. Una educación a secas es la que apunta a que al otro algo pueda sucederle. Una educación a secas es, en síntesis, la que muchos maestros en condiciones espantosas y en tiempos de injusticia creciente, ponen en acto, día a día, en todas y en cada una de nuestras escuelas. Si educar fuese sólo adoctrinar no habría voces diversas. Por suerte la educación falla.
* Profesora del área Educación, del Profesorado en Educación Primaria de IFDC Fiske Menuco, de General Roca e IFDC de Villa Regina.

Como homenaje a Estanislao Antelo, pedagogo argentino recientemente fallecido, hablaré sobre todos los verbos que podemos utilizar cuando referimos al acto de educar. Y como Antelo que, con su impecable ironía, me ha puesto a pensar infinidad de veces, propongo que educar es adoctrinar. En el libro Educar, ese acto político, Antelo escribe el capítulo La (in)calculable experiencia de educar. Allí plantea que educar es influencia, es decir que uno puede aspirar a domesticar, amasar, inhibir, refrenar, liberar, matar, transformar en un sujeto crítico y comprometido con la realidad social, etc. Por lo tanto, educar es adoctrinar, pero es también un montón de otros verbos más cercanos y más justos con nuestras existencias.
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