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El conservadurismo progre está en apuros

En términos reales, el país es más pobre de lo que era 50 años atrás, mientras que otros de cultura parecida, como España, han visto duplicarse, o más, su ingreso per cápita.

James Nielson

Por extraño que parezca a los convencidos de que la mayoría abrumadora entiende que, a menos que cambie muy pronto, la Argentina corre peligro de caer en un abismo de miseria generalizada, hay muchos que se aferran con tenacidad al orden socioeconómico que la llevó a su precaria situación actual. A pesar de todo lo ocurrido últimamente, están emotivamente comprometidos con el modelo corporativista tradicional en que el destino de cada uno depende de un arreglo político, de ahí las “conquistas sociales”, los “derechos adquiridos” y la legislación frondosa que, a través de los años, se han entrelazado para conformar el ecosistema al que la población del país se ha acostumbrado. Aun cuando no se declaren partidarios firmes del statu quo, ya que siempre está de moda dar a entender que uno es un rebelde nato, quienes piensan así obstaculizan todos los intentos por modificarlo.

Acaso los más comprometidos con el orden basado en lo que algunos han llamado “el sentido común de los argentinos” son los integrantes de La Cámpora, una asociación de ayuda mutua que se especializa en repartir empleos y privilegios entre sus militantes que, por su parte, se ven obligados a devolver tales favores aprovechando todas las oportunidades para aumentar el poder del colectivo. Algunos lo hacen con entusiasmo desbordante y, desde luego, mucho éxito; para alarma de quienes no los quieren, como Sergio Massa en una encarnación anterior cuando prometió barrer a “los ñoquis” de la agrupación de los lugares que ya ocupaban, dominan casi todas las entidades estatales significantes.

Aunque los vinculados con La Cámpora, cuya lideresa espiritual y jefa indiscutida es Cristina, se imaginan progresistas y, con miras a pertrecharse de símbolos persuasivos, han importado desde Estados Unidos novedades como “el lenguaje inclusivo” y matrimonios unisexuales que se han hecho populares entre sus presuntos equivalentes norteamericanos, la verdad es que son conservadores en el sentido recto de la palabra, para no decir ultraconservadores.

Lo son porque están resueltos a conservar un orden socioeconómico que ya pudo considerarse anticuado a mediados del siglo pasado cuando, con el propósito de construir poder, el general Juan Domingo Perón eligió oponerse a tendencias que, en Europa y, después de algunos años, Asia Oriental, impulsarían el alza sostenida del nivel de vida de más de mil millones de personas. Al negarse sus dirigentes más poderosos a permitirle tomar el mismo camino, la Argentina se excluyó del festín consumista que disfrutarían los demás pueblos de origen europeo. En términos reales, el país es más pobre de lo que era cincuenta años atrás, mientras que otros de cultura parecida, como España, han visto duplicarse, o más, su ingreso per cápita.

Los estrategas de lo que, en homenaje a Montoneros, llaman “la orga”, saben que la alianza peronista de la que depende podría perder las elecciones próximas por un margen ridículo e incluso verse superado por las huestes del libertario Javier Milei, de suerte que están preparándose para pasar una temporada en cuarteles de invierno. Aprovechando el poder que, gracias al rígido calendario electoral, aún retienen, los kirchneristas están incorporando al plantel público permanente a cada vez más hombres y mujeres.

Por cierto, el gobernador bonaerense Axel Kiciloff sigue engordando el suyo con miles de nuevos empleados a pesar de que Massa insiste en que, para combatir la inflación, es necesario hacer lo contrario.

Lo que Kiciloff y los demás se proponen es hacerles la vida imposible a sus sucesores inmediatos al impedirles reducir sustancialmente un gasto público que se ha hecho insoportable. Si un nuevo gobierno opta por dejar las cosas como están, la crisis socioeconómica que está destruyendo el país no podrá sino agravarse muchísimo más, pero si procede a echar a los muchos estatales que a su juicio son superfluos, habría protestas callejeras masivas y se enfrentaría con un sinfín de problemas legales.

Los kirchneristas se comportan así porque, como tantos otros partidarios de esquemas ideológicos que, para perplejidad de los creyentes, resultaron ser disfuncionales en el mundo real, no quieren reconocer que se habían equivocado.

Si bien los soldados de Cristina han sido menos malignos que los comunistas y fascistas que no vacilaban en asesinar a multitudes en un esfuerzo por mostrar al mundo – y a sí mismos -, que siempre habían tenido razón, comparten con ellos la voluntad de reivindicarse ante la Historia puesto que, desde su punto de vista, el eventual veredicto de la abstracción salvadora así supuesta importa más que las consecuencias concretas de lo que están haciendo.


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