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El sueño chino se desvanece

Están multiplicándose las señales de que corre el riesgo de caer en la llamada “trampa de ingresos medios” en que, luego de alcanzar cierto nivel, muchos países propenden a estancarse.


Lo mismo que sus homólogos de otras latitudes, el presidente Javier Milei y la canciller Diana Mondino se ven frente a un panorama internacional que es sumamente confuso. Tienen que tomar decisiones estratégicas que incidirán profundamente en el destino del país en un momento en que, de acuerdo común, las placas tectónicas de la geopolítica están en movimiento. ¿Ha llegado a su fin “el siglo norteamericano”? ¿Provocará Vladimir Putin una guerra en Europa o, como vaticinan algunos, será el responsable de la desintegración del imperio multiétnico que es Rusia?

A mediados del siglo pasado, Juan Domingo Perón cometió lo que resultaría ser un error garrafal al resistirse a reconocer que, por mucho tiempo, Estados Unidos sería el país más poderoso y más rico del planeta y que las economías liberales de Europa, Asia Oriental y Oceanía prosperarían como nunca antes.

Andando el tiempo, se haría evidente que se iniciaba una era, una que se prolongaría hasta el presente, que en el mundo occidental se vería signada por la estabilidad y el progreso económico.

Hoy en día, no se trata de elegir entre el liberalismo occidental y el marxismo soviético como el instalado en Cuba sino de procurar prever cuál será el papel que desempeñe China en el sistema internacional que nos espera. ¿Convendría estrechar los vínculos con el gigante comercial aún cuando hacerlo moleste a sus rivales norteamericanos o, como quisiera Milei, minimizarlos por oponerse a su apego verbal al comunismo?

Hasta hace apenas un par de años, casi todos los especialistas en geopolítica coincidían en que China estaba por suceder a Estados Unidos como la superpotencia hegemónica. Les parecía inevitable que el tamaño de su economía pronto duplicara o triplicara el norteamericano, ya que para hacerlo sólo tendría que emular a países étnicamente chinos como Taiwán, para no hablar de Singapur, que en la actualidad ostenta un ingreso per cápita que es muy superior a aquel de Estados Unidos.

Sin embargo, últimamente el optimismo – o, para quienes no querían que un Estado totalitario dominara el mundo, pesimismo – que tantos sentían ha sido remplazado por el desconcierto. Están multiplicándose las señales de que China corre el riesgo de caer en la llamada “trampa de ingresos medios” en que, luego de alcanzar cierto nivel, muchos países – la Argentina es uno -, propenden a quedarse estancados.

Autoritarismo creciente


El régimen ha reaccionado ante las dificultades económicas que proliferaban mientras duró la pandemia de covid, que se originó en China, intensificando los controles estatales, alejándose así del liberalismo que había posibilitado la era de crecimiento explosivo que parece haber concluido.

Aún más preocupante para el régimen de Xi Jinping que lo que está ocurriendo en la economía es la crisis demográfica. La población de China está reduciéndose con rapidez. Al igual que en el Japón y, de manera todavía más alarmante, Corea del Sur, la tasa de natalidad oficialmente reconocida es la mitad de la que sería necesaria para mantenerla estable.

Sin embargo, a diferencia de tales vecinos, China no es un país rico que cuente con recursos suficientes como para cuidar adecuadamente a sus ancianos que, dentro de poco, superarán en número a los jóvenes. Fuera de las zonas urbanas más modernas que tanto impresionan a los visitantes occidentales, sigue siendo muy pobre.

Demás está decir que la conciencia de que a la mayoría les aguarda una vejez miserable a causa de tendencias demográficas que nadie está en condiciones de modificar está incidiendo en la actitud de quienes habían confiado en que el futuro propio, el del “sueño chino”, sería mejor que aquel de sus antepasados.

Otro problema muy grave es el planteado por el desproporción extraordinaria entre hombres y mujeres que se atribuye a la preferencia tradicional de los chinos por tener hijos varones y la enorme cantidad de abortos que el régimen estimuló entre 1982 y 2015 cuando imperaba la política de hijo único.

Se estima que hay aproximadamente 30 millones de hombres de edad de casarse que no podrán hacerlo por la escasez de mujeres.

Aunque nadie sabe cuáles serán las consecuencias sociales y políticas del desequilibrio que se ha producido, pocos creen que sean positivas.

Puede que el belicismo reciente del dictador Xi, que con frecuencia alude a lo “impostergable” que es poner fin a la independencia de Taiwán, que en su opinión es una provincia rebelde que debería reunirse cuanto antes a la madre patria, se inspire en la idea de que una guerra serviría para entusiasmar a los millones que están buscando un sentido a la vida.

Como sabemos, dictadores en apuros son proclives a emprender aventuras militares y Xi tiene motivos de sobra para sentirse preocupado.


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