Escándalo en Diputados: la vigencia republicana argentina, ¿una epopeya de nuestro tiempo?

En la sesión de la víspera, diputados de la nación -oficialistas y opositores- se enfrentaron descarada, bochornosa, escandalosa e ignominiosamente al punto de –muy poco menos-, llegar a los golpes de puños. En efecto, a los gritos, con violencia y hasta con gestos obscenos, -no obstante tener consenso para el tratamiento de la mayoría de los puntos del orden del día-, violando sus propios reglamentos, desvergonzadamente se levantó la sesión maltratando nuevamente a nuestra cámara de diputados y a lo que aún le quedare de honorabilidad.

Replicando antecedentes negativos de la transición democrática española, evidentemente sufrimos una generación política a la que no le gusta el consenso porque interpreta que, consensuar, es ceder, es entregarse, es perder. Pero nada de eso. Cuando ceden todos, no cede nadie. El consenso es lo que nos abrió la puerta de la democracia y de la república para cuarenta años de derechos y libertades que no habíamos alcanzado nunca; pero nunca para la cruel pauperización del grueso de la población.

Ayer, clara, estruendosa y televisivamente, legisladores patoteros ignoraban redondamente a Voltaire: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”; todo un desiderátum del respeto mutuo a la hora de evocar el espíritu de concordia.

También confundieron el consenso con la unanimidad. La democracia es una opción. Tiene que haber distintas opciones, sin perjuicio del necesario y enriquecedor debate cuando es necesario -noble, cabal, altruista, enriquecedor y útil– para resolver los conflictos propios de la vida en democracia, así como los respetables intereses contrarios de oficialismo y oposición.

Como sabia y lúcidamente nos señala el maestro español valenciano, Antonio Colomer Viadel; de una vez por todas, “debemos tratar de comprender el enorme valor ético y político de vivir juntos los distintos, y destacar todo lo que tenemos en común”

Señores diputados, no son más que servidores representantes y empleados del pueblo, no sus dueños ni patrones.

A propósito, Pericles –singular estratega, político y orador ateniense- tuvo tanta influencia en la sociedad ateniense que Tucídides, un historiador coetáneo, lo denominó como «el primer ciudadano de Atenas».

Precisamente, el estadista Pericles definió a la democracia como un sistema que protege los intereses de todo el pueblo, no solo de una minoría. Él sólo entendía a los cargos como carga y distinción pública; sus requisitos los resumía en virtudes y bondades; a la postre, mucho pero muchísimo de lo que carece, también, nuestra membresía política legislativa.

Ustedes diputados, cada uno, fue distinguido con semejante investidura para mejorar y transformar la calidad de vida de la gente, antes que la propia. En cuarenta años, ello, en general, aconteció inversamente, conforme acreditan los índices oficiales de pobreza, indigencia, inflación, nepotismo y corrupción.

Urge superar, todos juntos y satisfactoriamente, este enfrentamiento contumaz y feroz entre oficialismo y oposición.

Por último, sean cuales sean nuestras y vuestras ideas, solo deben legislar constructiva y compartidamente, a tiempo completo, en único beneficio, adelanto, progreso y bienestar de nuestra comunidad inmediata, esto es, de un pueblo soberano sin grietas ni fisuras; porque ya es hora de que Dios y la Patria lo demanden como de que “Sepa el pueblo votar”, glosando la inmortal frase de Roque Sáenz Peña.

* Experto en Cooperativismo de la Coneau


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