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Gane Milei o Massa, no habrá alternativa a la austeridad

Suena muy bien decir que “donde existe una necesidad nace un derecho”, pero sucede que los presuntos necesitados propenden a multiplicarse hasta tal punto que terminan absorbiendo todos los recursos.


Si Sergio Massa derrota a Javier Milei en el balotaje para convertirse en presidente electo, será porque tantas personas – se habla de aproximadamente dieciocho millones -, dependen del Estado para sobrevivir. Como es natural, el temor a que el hombre de la motosierra los prive enseguida de su fuente de ingresos les importará más que sus dudas en cuanto a la capacidad, o la voluntad, de uno de los máximos responsables de una debacle económica sólo equiparable con la venezolana de defender el “modelo” populista existente. Muchos serán conscientes de que Massa podría traicionarlos, pero por ser tan cruel la alternativa, se aferran a la esperanza de que, de un modo u otro, logre prolongar el statu quo algunos años más.

Por motivos políticos, un eventual presidente Massa sería reacio a llevar a cabo un ajuste violento, pero la dura realidad económica no le dará más opción que la de intentar reconciliar el gasto público, que por razones electoralistas aumentó muchísimo en los meses últimos, con los escasos recursos que aún están disponibles.

Sabrá mejor que nadie que, hasta nuevo aviso, los grandes inversores internacionales, hartos de ser estafados por quienes creen que es patriótico negarse a cumplir con los acreedores, seguirán boicoteando a la Argentina y que, a menos que frene abruptamente “la maquinita” de imprimir billetes, sería más que probable que se desatara un tsunami hiperinflacionario que pondría en riesgo su gestión.

Puesto que, desde hace décadas, gobiernos argentinos de diverso color ideológico se han financiado tomando deuda, el que la única institución significante que estaría dispuesta a darle una mano sea el FMI forzará al próximo presidente a adoptar una estrategia distinta, una parecida a las de virtualmente todos los demás países del mundo, sin excluir a las dictaduras de retórica marxista, que no quieren caer en la trampa inflacionaria. Se trata de una muy mala noticia para los millones de hombres y mujeres que carecen de los medios necesarios, y en muchos casos de las aptitudes, que les permitirían mantenerse a flote en una sociedad más exigente que la actual.

El populismo se come a sí mismo. Basado como está en privilegiar lo social por encima de la eficiencia económica del conjunto porque a ciertos políticos les conviene contar con una clientela electoral numerosa, debilita a las sociedades que lo adoptan al aumentar la cantidad de quienes viven de subsidios y reducir la de quienes tienen que proporcionar los fondos precisos para mantenerlos. Suena muy bien decir que “donde existe una necesidad nace un derecho”, pero sucede que los presuntos necesitados propenden a multiplicarse hasta tal punto que terminan absorbiendo todos los recursos.

Para ayudarlos, gobiernos como los kirchneristas han intensificado la presión impositiva sobre los sectores productivos; como pudo preverse, éstos ya no están en condiciones de continuar financiando la maraña de planes sociales que se han creado.

Una consecuencia inevitable del empobrecimiento de la mitad de la población es que corren con ventaja quienes se comprometen a defender los esquemas asistencialistas. Es una cuestión de números. Por valer lo mismo el voto de una persona que recibe dinero del Estado que el de un empresario que aporta dinero al sistema, es lógico que un político cuyo futuro dependerá de los resultados electorales trate de congraciarse con quienes constituyen la mayoría en su distrito. En el conurbano, habrá centenares de subsidiados por cada empresario, de suerte que no sorprende que los políticos que lo dominan se afirmen resueltos a oponerse a medidas destinadas a reducir el gasto público.

Política vs economía


Aquí, la lógica política se ha alejado tanto de la económica que, como ya habrán comprendido Patricia Bullrich y los integrantes de los equipos que la respaldaban, es electoralmente suicida incluso aludir suavemente a lo que a su juicio sería necesario hacer para que el país saliera del pozo en que se ha precipitado.

Massa resolvió el problema así supuesto dando a entender que, siempre y cuando conserve el poder, las dificultades se resolverían de por sí, mientras que pocos pobres tomaban en serio las propuestas truculentas de Milei.

Es una cosa coincidir en que “el modelo” actual no es viable y que por lo tanto hay que modificarlo, pero es otra alcanzar acuerdos acerca de cuáles gastos deberían ser suprimidos. Pocos votarían a favor de cambios que los perjudicarían personalmente aún cuando estén convencidos de que beneficiarían al país.

Pase lo que pase, pues, el próximo presidente no tardará en perder el apoyo de muchos que lo habrán votado ya que, le guste o no, las circunstancias lo obligarán a manejar la economía con un grado descomunal de austeridad.


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