La escuela que tenemos


Sujeta a cambios de rumbo permanentes, a la imposición y coerción desde afuera, fluctúa entre mensajes del ayer y los que surgen de improvisaciones o necesidades del momento.


Mal anda el hombre. También las instituciones, aun las más elevadas, las que debieran sostener la moral de la república. Todas parecen sucumbir ante los engaños que les tiende el canto de sirena del consumo, del marketing, del confort o de la posesión del dinero por el dinero mismo.

Es ésta un época en que, paradójicamente, las grandes conquistas llamadas “comunicaciones” operan para la incomunicación de lo verdaderamente humano, y distraen de lo que enaltece y trasciende al hombre. En un contexto así, ¿cómo puede andar la escuela?

Sin embargo a ella se le reclama que goce de la mejor salud, que cumpla su misión de educar, de formar al hombre integral, de transmitir valores y conocimientos, como si pudiera permanecer impoluta en un aislamiento del que también justamente se la acusa.

Y tanto, que se ha llegado hasta a poner en tela de juicio el sentido de su existencia. Entre posiciones más o menos pesimistas encontramos comentarios como el de Juan Carlos Tedesco que dice: “La crisis educativa no proviene solamente de la deficiente forma en que la escuela cumple con los objetivos sociales que debieran asignársele, sino que, más grave aún, no sabemos qué finalidades debe cumplir y hacia dónde orientar sus acciones”.

Un juicio desalentador, que ata las manos de la esperanza, pero que deja bien claro el estado en que podemos encontrar a nuestra pobre escuela argentina.

Un bombardeo


Poco importa en último extremo lo que se enseñe, con tal que se despierte el gusto y la curiosidad por aprender. “No es cuestión de qué sino del cómo…” dice François de Closets. Con pasión, con convicción, pudiera agregarse. Y teniendo muy claro para qué. Sin embargo, en el avance de su atemporalidad a través de circunstancias y edades, la escuela ha recibido diferentes mandatos. Hubo tiempos en que debería ser, por ejemplo:

• La que contribuya a la formación de la identidad nacional a través del consumo de contenidos a veces aprendidos y recitados memorísticamente.

• La formadora del ciudadano como miembro activo de la sociedadLa promotora de la movilidad social.

• La que perpetúa la humana experiencia, guarda nuestra memoria colectiva, mantiene a punto hábitos y destrezas.

• La formadora del núcleo del desarrollo cognitivo pero también de la personalidad.

• La formadora de competencias intelectuales, es decir procesos cognitivos internos necesarios para operar con símbolos, representaciones, imágenes, conceptos, para enfrentar todo tipo de problemas con adecuada interpretación y acción.

• La que forma personas capaces de pensar y de tomar decisiones, de buscar información relevante, de relacionarse positivamente con los demás y cooperar con ellos, es decir formar seres polivalentes.

Y se le pide además, mucho más.

La lista de elevados, a veces inalcanzables, objetivos a desarrollar es infinita.

Sujeta a cambios de rumbo permanentes, a la imposición y coerción venidas desde afuera, a la, a veces, irresponsable y caprichosa corriente política del momento, la escuela fluctúa entre los mensajes del ayer y los que surgen disparados por las necesidades o improvisaciones del momento.

Para algunos, atentos a lo superfluo, la escuela es sólo su aspecto físico, su cuerpo. Muchos la miden por la cantidad, por sus instalaciones. Otros apelan a su funcionalidad. Hoy se habla de la atención de la escuela-obligación de todo buen gobierno por el número de inauguraciones de nuevas escuelas.

La sociedad aplaude su advenimiento, pero es otra la problemática a la que nos referimos.

Las exigencias de hoy


La escuela de hoy debe responder a nuevas preguntas:

¿Acaso no está obligada a preparar competidores aptos en el mercado laboral? ¿Acaso esos hombres no deben ser, además, hombres completos? ¿Debe formar sujetos obedientes, adaptables al modelo imperante, o fomentar la creatividad individual, la innovación, la autonomía del individuo? ¿Ha de educar al hombre integral, social, ético, ciudadano, o al hombre práctico, de acción?

¿No es contradictora la actitud social con la escuela? Se le exige pero al mismo tiempo se la desvaloriza.

En momentos en que cada argentino intenta subsistir en una sociedad sujeta a permanentes cambios, con absoluta inseguridad laboral, con la amenaza de cambiar en su vida varias veces de ocupación fluctuando entre trabajo y subocupación, en una sociedad de exclusión económica en la que la pobreza es una realidad, la escuela, la formación del futuro ciudadano debiera ser preocupación para todos y cada argentino.

* Docente y escritora .


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