La responsabilidad pedagógica del Ni Una Menos

Debemos preguntarnos qué sucede cuando el espacio escolar ofrece aprendizajes que jamás hubiese ofrecido el espacio de socialización más cercano.

El 3 de junio me encontré en un aula donde pusimos a circular qué responsabilidad pedagógica existe en relación con el Ni Una Menos (NUM). Muchas estudiantes comentaron que sobre eso no se hablaba en las escuelas; inclusive, les costaba identificar la sigla NUM. Otra dijo: me dieron a leer “Chicas muertas”, qué fuerte, porque una no se da cuenta, hasta que lo ve de cerca. Y quizás haya sido la literatura ese primer indicio sobre la necesidad de mirar de cerca.

También surgió que la gente mayor tiene muchos prejuicios, pero pronto se tensionó con otra idea: también hay mucha gente joven que los tiene. Entonces alguien preguntó ¿qué oportunidades de ver otra cosa, de leer, de discutir habrán tenido o estarán teniendo esas personas? ¿quiénes las habrán educado o estarán educando?

Mientras escuchaba, recordaba un mensaje que recibí hace unos años atrás, cuando trabaja en nivel medio: por eso que leí y conversé, me di cuenta que lo que mi abuelo hacía conmigo, era un abuso.

Venimos diciendo en forma reiterada que habitamos un tiempo complejo, en el cual los discursos de odio están a la mano de nuestros estudiantes. Los discursos de odio son aquellos que se pronuncian en la esfera pública y que procuran promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona o un grupo de personas en función de su pertenencia a un grupo de género, étnico, religioso o cualquier identidad social.

Redes sociales como X (extwitter), por ejemplo, han sido caldo de cultivo para la emergencia de nuevas culturas políticas que dan lugar a todo tipo de expresiones generadoras de una especie de socialización que poco tiene que ver con la construcción democrática. Excepto que la misma se resuma con ir a votar cada cuatro años o con que cada uno exprese “lo que quiera”. La escuela, nuestro espacio de socialización política, no sólo tiene que ser otra cosa, sino que tiene que pensar en formas colectivas para llegar a serlo.

Hemos estudiado muchas veces que la violencia contra la mujer es el germen de todas las otras violencias. El feminismo nos ha enseñado que criticar nuestras propias experiencias de formación y convertir en conocimiento aquello para lo que no se encontraban palabras, es poder colocar todo ello en el incómodo contexto de la política.

Por lo tanto, si todo aprendizaje nos transforma, es imperioso preguntarnos cuáles nos deja el espacio escolar; qué sucede cuando el espacio escolar ofrece aprendizajes que jamás hubiese ofrecido el espacio de socialización más cercano (sobre todo cuando escuchamos decir que las familias no quieren que se hablen ciertos temas); qué responsabilidad tengo como docente en problematizar la realidad social (sobre todo cuando la clase política es convertida en panóptico del aula, mientras se desfinancia la política pública).

El NUM nos interpela, nos hace mirarnos, nos hace habitar la incomodidad. No hay duda de que es difícil educar en estos tiempos, quizás siempre lo haya sido. Sin embargo, hoy podríamos preguntarnos quién nos habla en esos discursos que escuchamos diariamente, qué mundo propone, dónde quedo yo, dónde mi historia. Preguntarnos también si estamos dispuestos a reproducir y promocionar esos discursos y qué efectos -y afectos- producen.

Salimos de esa clase sabiendo muchas cosas que no sabíamos, con nuevas preguntas y también con algunas certezas, entre ellas, la que sostiene Skliar: educar tiene que ver con una conversación, pero no cualquier conversación, sino una que guarda relación con el propósito de qué hacer con este mundo. La educación como cuidado en tiempos de entronización de la humillación y el odio. El NUM como aprendizaje, como contenido pedagógico que simplemente tiene que ver con hacer de la escuela un sitio donde importe lo que se está diciendo y haciendo.

* Profesora del área Educación, del Profesorado en Educación Primaria de IFDC Fiske Menuco, de General Roca e IFDC de Villa Regina.


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