Paliza policial a Facundo: el gobierno de la policía

El chico atacado por una manada de policías escapa a los estereotipos. Pero no a los golpes.

El video dura 6 minutos con dos segundos y es de una violencia que estremece. Comienza con Facundo que corre de aquí para allá. Viste remera, bermudas, un morral le cruza el cuerpo flaco y nervioso. Busca una salida con desesperación, como si ya supiera que la vida le va en ello.

Empiezan a aparecer policías. Facundo levanta las manos pero a ellos no les importa. Uno le pega dos trompadas tremendas. El cuerpo de Facundo cae, es un muñeco desarticulado. Lo levantan, le vuelven a pegar, vuelve a caer. Mientras uno de los policías lo sujeta, el otro lo patea, le habla, agita en su cara el dedo índice. Es fácil adivinar que le está dando un sermón moralizante, porque en ese momento el policía es el dueño de la verdad absoluta, y también dueño de la vida y de la muerte de ese joven que es un desgarro doliente en el piso, desde donde pide que no lo maten.

Más policías entran en escena. Uno de ellos, brutal, descarga todo su peso sobre el cuerpo de Facundo que está boca abajo. Una rodilla en la espalda le oprime los pulmones, la otra en el cuello le corta la respiración. ¿Se necesita tanto para reducir a un joven que no se resiste, que ni siquiera se mueve?

Pasa un rato hasta que se dan cuenta de que no está fingiendo. Lo arrastran para acá y para allá y sigue inmóvil. Entonces entran los del SIEN, todo es agitación, tratan de salvarle la vida. Le hacen RCP, y entran y salen corriendo, y llaman por teléfono, y lo suben a una camilla, y… y apenas alcanza para que le devuelvan a su familia esto que es Facundo hoy, y que podemos ver en la sala de juicio. En una silla de ruedas para siempre, sin poder hablar. Tiene 23 años.

Facundo es un chico de Picún Leufú, como lo era Sergio Ávalos. Spoiler alert para prejuiciosos: tenía trabajo, no andaba merodeando de noche (esto que contamos le pasó a las 4 de la tarde en el centro de la ciudad de Neuquén), estaba sin gorrita, sin capucha, armas, moto y sin malas juntas; tampoco es “menor” ni “morochito”. Las fotos previas a este horror rescatan su mirada fresca, una sonrisa compradora, una barbita arrogante. Cualquiera lo confundiría con un cantante de reggaeton. No es “uno menos” como suelen categorizar a jóvenes/adolescentes vulnerables cierta clase de foristas que reptan por las redes.

Facundo dista de esas etiquetas. Pero para los policías sin entrenamiento y sin directivas claras que gobierne sus conductas, cualquiera puede ser un Facundo.


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